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Este blog es un espacio diseñado para los alumnos del nivel medio. Aquí encontrarán programas, contenidos y actividades de la asignatura Historia y Geografía. También podrán acceder a distintos recursos, diarios, películas, videos, textos, música y otros que contextualizan los temas desarrollados en clase.

Prof. Federico Cantó

viernes, 11 de abril de 2014

ACTA DE INDEPENDENCIA DE LAS PROVINCIAS UNIDAS DE SUD AMÉRICA

En la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán a nueve días del mes de julio de mil ochocientos diez y seis, terminada la sesión ordinaria, el Congreso de la Provincias Unidas continuó sus anteriores discusiones sobre el grande, augusto, y sagrado objeto de la independencia de los pueblos que lo forman. Era universal, constante y decidido el clamor del territorio entero por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España. Los representantes, sin embargo, consagraron a tan arduo asunto toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya, la de lospueblos representados y la de toda la posteridad. A su término fueron preguntados si querían que las provincias de la Unión fuesen una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli. Aclamaron primero, llenos del santo ardor de la justicia, y uno a uno reiteraron sucesivamente su unánime voto por la independencia del país, fijando en su virtud la determinación siguiente:

Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia, que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra que, es voluntad unánime e indudable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de
que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas así lo publican, declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama. Comuníquese a quienes corresponda para su publicación, y en obsequio del respeto que se debe a las naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos de esta solemne declaración.Dada en la sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del congreso y refrendada por nuestros diputados secretarios. – Francisco Narciso de Laprida, presidente. –Mariano Boedo, vice-presidente, diputado por Salta. –Dr. Antonio Sáenz, diputado por Buenos Aires. – Dr. José Darregueyra, diputado por Buenos Aires. – Dr. Fray Cayetano José Rodríguez, diputado por Buenos Aires. – Dr. Pedro Medrano, diputado por Buenos Aires. – Dr. Manuel Antonio Acevedo, diputado por Catamarca. – Dr. José Ignacio de Gorriti, diputado por Salta. – Dr. José Andrés Pacheco Melo, diputado por Chichas. – Dr. Teodoro Sánchez de Bustamente, diputado por la ciudad y territorio de Jujuy. – Eduardo Pérez Bulnes, diputado por Córdoba. – Tomás Godoy Cruz, diputado por Mendoza. – Dr. Pedro Miguel  Aráoz, diputado por la capital del Tucumán. – Dr. Esteban Agustín Gazcón,  diputado por Buenos Aires. – Pedro Francisco de Uriarte, diputado por Santiago del Estero. – Pedro León Gallo, diputado por Santiago del Estero. –  Pedro Ignacio Ribera, diputado de Mizque. – Dr. Mariano Sánchez de Loria,  diputado por Charcas. – Dr. José Severo Malabia, diputado por Charcas. –  Dr. Pedro Ignacio de Castro Barros, diputado por La Rioja. – L. Jerónimo Salguero de Cabrera, diputado por Córdoba. – Dr. José Colombres, diputado por Catamarca. – Dr. José Ignacio Thames, diputado por Tucumán. – Fr. Justo Sta. María de Oro, diputado por San Juan. – José Antonio Cabrera, diputado por Córdoba. – Dr. Juan Agustín Maza, diputado por Mendoza. – Tomás Manuel de Anchorena, diputado de Buenos Aires. – José Mariano Serrano, diputado por Charcas, Secretario. – Juan José Passo, diputado por Buenos Aires, Secretario

9 de julio de 1816 Congreso de las Provincias Unidas de Sud América. 

LIBERALISMO- IDEOLOGÍAS


LIBERALISMO

Al hablar de “ideología” debemos entender a esta palabra como un grupo de ideas que están asociadas, relacionadas, conectadas entre sí. Estas ideas representan los aspectos en que una persona o grupo de personas desean que se organice la sociedad.

El liberalismo es la ideología que impulsa la burguesía, formada por comerciantes, banqueros, intelectuales, profesionales (médicos, abogados, etc.) terratenientes y empresarios. En sus orígenes, la palabra burgués, significaba habitante del “burgo”, que era como se llamaba a las ciudades en la Edad Media. Los burgueses fueron constituyéndose como grupo desde el siglo XVI hasta nuestros días. Crecieron dentro del sistema monárquico, sin embargo, este sistema les imponía trabas para desarrollar sus actividades y pensamientos. Por ello buscaron una alianza con el sector más oprimido, campesinos y artesanos, para enfrentar a los nobles.

El objetivo de la burguesía era conseguir libertades económicas, sociales y políticas. El enfrentamiento con la monarquía llego a su punto culminante en Francia en el año 1789. Este enfrentamiento conocido como “la Revolución Francesa” logró destronar a la monarquía y difundir las ideas de la burguesía en la sociedad europea.

En Inglaterra la burguesía creció en número e importancia. La monarquía tuvo a este grupo como aliado y no hubo necesidad de llegar a una revolución política como sucedió en Francia. De a poco, mediante reformas parciales de las leyes inglesas, la burguesía logró encontrar el espacio necesario para desarrollar sus actividades. Esta situación dio como fruto una revolución en el sistema de producción, a partir del siglo XVIII, conocida como Revolución Industrial.

El liberalismo es un sistema filosófico, social, económico y político, que promueve las libertades individuales y se opone a cualquier forma de despotismo (autoridad absoluta no limitada por las leyes ni por ningún control constitucional). Sostiene principios republicanos (división de poderes), la democracia como forma de gobierno y promueve el capitalismo como sistema económico.

Entre sus características principales podemos destacar el individualismo por encima de todo aspecto colectivo o social. La libertad es un derecho inviolable; libertad de pensamiento, libertad religiosa, de expresión, de asociación, de prensa, etc., cuyo único límite consiste en la libertad de los demás. Estas libertades garantizan que el Estado no se entrometa en los asuntos particulares de los individuos.

Para lograr este desarrollo de los individuos es necesario el establecimiento de un Estado de Derecho, donde todas las personas sean iguales ante la ley, sin privilegios ni distinciones; aquella persona que no cumple la ley sufre un castigo. Con respecto a las leyes éstas deben ser claras y estar por escrito a fin de que todos los habitantes puedan conocerlas; para ello promueven la formación de códigos (conjunto de leyes) civil, comercial, penal, y constituciones.

El liberalismo político inspiró la organización del estado de Derecho y la democracia liberal, durante el siglo XIX, en la mayor parte de los Estados actuales. Su estructura principal se sostiene sobre el poder de los ciudadanos como soberanos, dueños del poder gubernamental, y la elección por el sufragio (voto) de sus representantes para gobernar mediante elecciones periódicas. El Estado de Derecho es el gobierno de la ley y no de una persona o grupo.

El liberalismo económico o capitalismo, defiende la no intromisión del Estado en las relaciones comerciales entre los individuos y entre los Estados. Impulsa la reducción de impuestos y la eliminación de cualquier regulación y control sobre el comercio y la producción por parte del Estado. Otro aspecto importante es el derecho a la propiedad privada como fuente de desarrollo e iniciativa individual, y como todo derecho está protegido por la ley.

La no intervención del Estado asegura la igualdad de condiciones de todos los individuos, lo que permite que se establezca un marco de competencia donde todos salen favorecidos. La libre competencia permite que la actividad económica se regule por la ley de mercado. Es decir, que la oferta y la demanda son las que regulan los precios de los productos.

Actividades:

a) Definí el concepto de liberalismo en menos de treinta palabras.

b) Identifica al grupo social que impulsó esta ideología.

c) Organizá las características del liberalismo en tres columnas según correspondan al aspecto social, político o económico.

d) Elaborá una opinión personal sobre esta ideología.


e) Lectura de imágenes:
1) Relacioná cada imagen con alguna característica del liberalismo, definí el concepto y justifica su relación con la imagen
2) Elaborá una opinión personal de cada una de ellas.
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VIDEO:  LIBERALISMO

Fundación de la Gaceta de Buenos Aires


GAZETA DE BUENOS –AYRES 
Rara temporum felicitate, ubi sentire quae velis, et que sentias, dicere licet. Tácito, lib1 – hist. (Rara la felicidad de los tiempos en los que pensar lo que quieras y decir lo que piensas está permitido, Tácito, libro primero de Los Anales, N del E.) 
ORDEN DE LA JUNTA 
Desde el momento en que un juramento solemne hizo responsable a esta Junta del delicado cargo que el pueblo se ha dignado confiarle, ha sido incesante el desvelo de los individuos que la forman, para llenar las 
esperanzas de sus conciudadanos. Abandonados casi enteramente aquellos negocios a que tenían vinculada su subsistencia, contraídos al servicio del público, con una asiduidad de que se han visto aquí pocos ejemplos, diligentes en proporcionarse todos los medios que puedan asegurarles el acierto; ve la Junta con satisfacción, que la tranquilidad de todos los habitantes, acredita la confianza, con que reposan en el celo y vigilancia del nuevo gobierno. Podría la Junta reposar igualmente en la gratitud con que públicamente se reciben sus tareas; pero la calidad provisoria de su instalación redobla la necesidad de asegurar, por todos los caminos, el concepto debido a la pureza de sus intenciones. La destreza con que un mal contento disfrazase las providencias más juiciosas, las equivocaciones que siembra muchas veces el error, y de que se aprovecha siempre la malicia, el poco conocimiento de las tareas que se consagran a la pública felicidad, han sido en todos los tiempos el instrumento que limando sordamente los estrechos vínculos que ligan el pueblo con sus representantes, produce al fin una disolución, que envuelve toda la comunidad en males irreparables. 
Una exacta noticia de los procedimientos de la Junta, una continuada comunicación pública de las medidas que acuerde para consolidar la grande obra que se ha principiado, una sincera y franca manifestación de los 
estorbos que se oponen al fin de su instalación y de los medios que adopta para allanarlos, son un deber en el gobierno provisorio que ejerce, y un principio para que el pueblo no resfríe en su confianza, o deba culparse a sí mismo si no auxilia con su energía y avisos a quienes nada pretenden, sino 
sostener con dignidad los derechos del Rey y de la Patria, que se le han confiado. El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes, y el honor de éstos se interesa en que todos conozcan la execración con que miran aquellas reservas y misterios inventados por el poder para cubrir los delitos. 
¿Por qué se han de ocultar a las provincias sus medidas relativas a solidar su unión, bajo el nuevo sistema? ¿Por qué se les ha de tener ignorantes de las noticias prósperas o adversas que manifiesten el sucesivo estado de la Península? ¿Por qué se ha de envolver la administración de la Junta, en un caos impenetrable a todos los que no tuvieron parte en su formación? Cuando el Congreso general necesite un conocimiento del plan de Gobierno que la Junta Provisional ha guardado, no huirán sus vocales de darlo, y su franqueza desterrará toda sospecha de que se hacen necesarias o temen ser conocidos, pero es más digno de su representación, fiar a la opinión pública la defensa de sus procedimientos y que cuando todos van a tener 
parte en la decisión de su suerte, nadie ignore aquellos principios políticos que deben reglar su resolución. 
Para el logro de tan justos deseos ha resuelto la Junta que salga a luz un nuevo periódico semanal, con el título de Gaceta de Buenos Aires, el cual sin tocar los objetos que tan dignamente se desempeñan en el Semanario del Comercio, anuncie al público las noticias exteriores e interiores que deban mirarse con algún interés. En él se manifestarán igualmente las discusiones oficiales de la Junta con los demás jefes y gobiernos, el estado de la Real Hacienda y medidas económicas, para su mejora; y una franca comunicación de los motivos que influyan en sus principales providencias, abrirá la puerta a las advertencias que desee dar cualquiera que pueda contribuir con sus luces a la seguridad del acierto. 
La utilidad de los discursos de hombres ilustrados y que sostengan y dirijan el patriotismo y fidelidad, que tan heroicamente se ha desplegado, nunca es mayor que cuando el choque de las opiniones pudiera envolver en tinieblas aquellos principios, que los grandes talentos pueden únicamente reducir a su primitiva claridad; y la Junta, a más de incitar ahora generalmente a los sabios de estas provincias, para que escriban sobre tan importantes objetos, los estimulará por otros medios que les descubran la confianza que pone en sus luces y en su celo. 
Todos los escritos relativos a este recomendable fin se dirigirán al señor vocal doctor don Manuel Alberti,quien cuidará privativamente de este ramo, agregándose por la secretaría las noticias oficiales, cuya publicación interese. El pueblo recibirá esta medida como una demostración sincera del aprecio que hace la Junta de su confianza; y de que no anima otro espíritu sus providencias que el deseo de asegurar la felicidad de estas provincias. 

Buenos Aires, 2 de junio de 1810. 
Dr. Mariano Moreno, Secretario. 
CON SUPERIOR PERMISO. BUENOS-AYRES. En la Real Imprenta de Niños 
Expósitos

domingo, 6 de abril de 2014

Discurso de Manuel Carlés, fundador de la Liga Patriótica, en 1922


La crisis universal fue pasajera en la República Argentina, porque la cultura de sus habitantes y su prosperidad económica, se sobrepusieron a las pasiones de los exaltados. 
[…] Nuestro país no padece ninguna enfermedad crónica, sólo siente una fiebre transitoria. Su estado de salud se evidencia en la extensión territorial suficiente, en sus instituciones liberales, en su humanitarismo cordial, en su economía rica, por lo que resulta el trabajo abundante, la industria próspera, la familia sana y numerosa, el Estado ordenado con su justicia inteligente, su policía moderada, es decir la salud pública manifiesta en el Estado que protege la vida sensible y fomenta el perfeccionismo moral de la sociedad. (Prolongados aplausos) 

¿Qué pasa sin embargo? El fenómeno histórico de transición de un período a otro en la evolución de los países jóvenes. El efecto de la imitación que lucha con el resultado de la tradición. La imitación, que como tendencia trae la inmigración, luchando por variar la entraña del espíritu de tradición de la raza, fundadora de la nacionalidad. La tradición que es la suma de conocimientos depurados en la vida de un pueblo y transmitidos de generación en generación en esta tierra manifestóse en el orden económico fundado en el trabajo igualitario del campo; en el orden jurídico representado por la ley en fórmulas de equidad y clemencia más que de justicia; en el orden constitucional o moral de un gobierno patriarcal, fundado sobre la adhesión al jefe; en el orden moral, fundado en el honor defendido con sangre y en el pudor de la mujer, en la tradición estética del buen gusto y de la gracia; en la tradición metafísica de la espiritualización de los conceptos y en la tradición científica, fundada en el ideal de saber, tan característico de nuestro pueblo. Desde el tiempo de las asambleas patricias, nuestra civilización se mostró, sin embargo, partidaria de la imitación internacional necesaria, la que se funda en las verdades científicas, en el bienestar económico, en el altruismo y en la solidaridad de la conciencia moderna. (Aplausos). 

El país soporta en este momento los efectos de la inmigración intermedia del ochenta al mil novecientos. Ésa vino para conquistar y el conquistador funda en sí el pasado, no admite la tradición local, quiere anticipar el futuro, construye sin cimentar y su obra es efímera, porque su acción es transitoria. Revoluciona y se inspira en sí misma, no en lo que ve y le rodea; imita aquí lo que deja allá y procura que el de acá, su familia, su amigo, su cliente siga su imitación. Por efecto de esa tendencia imitativa se procuró imitar, no lo que es, sino lo que aparece, no el fondo, sino las formas, no el espíritu, sino las modas. 

[…] ¡No! ¡Basta! Nos dijimos en un instante, los buenos argentinos. El que se sienta capaz de defender su hidalguía, venga con nosotros; el que tenga fe para averiguar la verdad y proclamarla sin temor, venga con nosotros; el que quiera pensar contra todo lo malo y todos los males, el que tenga en su corazón un altar para la patria y un latido de amor a la gloria, venga a formar la Liga Patriótica Argentina. (¡Muy bien! ¡Muy bien!) 

¡Sí! Desde ese día hemos cumplido el juramento de no consentir que el crimen encubierto con motes sonoros de falso humanitarismo se enseñoree en las universidades, en las escuelas, en las plazas, en los campos y talleres de la república, sin que aparezca la mano fuerte que lo desenmascare; desde ese día pudimos pronunciar la palabra que el snobismo había proscrito de los labios débiles para enseñarles lo que sólo se aprende en el país del dolor y del miedo: al gemido “soviets” respondamos con el grito “patria”. (¡Muy bien!) 

Hay ideas descaradamente populares como la antipatía al fuerte, a la autoridad, al patrón y, en los últimos tiempos, a la virtud del ahorro, de la previsión y de la templanza; por consiguiente, hay que decidirse a decir las verdades que “no son literalmente populares”, como la disciplina del trabajo, la subordinación al jefe, el hábito de respeto y la moderación en la conducta. […] 

¿Cuál es el problema actual? La respuesta será dada por este Congreso de Trabajadores que se ha reunido para proclamar afirmaciones: para afirmar nuestro derecho, para afirmar nuestros intereses, para afirmar nuestra nacionalidad. Afirmar los derechos dentro del “Estado”, bajo la “democracia” ya que fuera de ese mundo sólido se halla el anarquismo con sus negaciones, el sindicalismo con sus exclusiones, el socialismo con sus ambigüedades. Nuestra democracia debe ser consciente para que realice el bien, debe ser inteligente para que encuentre la verdad, debe ser disciplinada dentro del orden y del respeto. Para ello necesitamos conocernos y conocer el ambiente para acomodarnos a él: necesitamos bastarnos para ser fuertes y libres, base de la propia dignidad; necesitamos gobernarnos con ecuanimidad y sabiduría. (Prolongados aplausos). 

El desarrollo económico realizado en los últimos treinta años, evidencia la eficacia del régimen de la economía nacional, sobre la base del trabajo considerado como la norma ética de la raza argentina. “Afirmar nuestros intereses”, significa, pues, armonizar el trabajo y el capital. Debemos trabajar en paz con orden y seguridad dentro de las garantías constitucionales que aseguren a todos el fruto del trabajo: debemos perfeccionar la técnica, adiestrar el brazo y nutrir la mente para multiplicar al producto, ahorrar el esfuerzo y perfeccionar la obra; debemos dignificar al artífice, obrero o peón, para que ocupe el puesto social que le corresponde según sus méritos como colaborador en la riqueza social. […] Hay que defender también el centro, la clase media formada por los más numerosos, los empleados, comerciantes al menudeo, los productores minoristas, etc. Constituye el equilibrio y dará el triunfo al lado donde se incline, como en todas las resoluciones. Si se lo abandona se inclinará a la resistencia, a la rebelión. (Grandes aplausos). 

Reunidos en un haz, el trabajador, el capitalista, el empleado o burgués, se formará la verdadera democracia económica en paz y en orden. 




sábado, 5 de abril de 2014

LA REPÚBLICA RADICAL 1916-1930

La republica radical

Los sectores sociales que llegaron al poder con el triunfo del radicalismo acusaron una fisonomía muy distinta de la que caracterizaba a la generación del 80. Salvo excepciones, los componían hombres modestos, de tronco criollo algunos y de origen inmigrante otros. El radicalismo, que en sus comienzos expresaba las aspiraciones de los sectores populares criollos apartados de la vida pública por la oligarquía, había luego acogido también a los hijos de inmigrantes que aspiraban a integrarse en la sociedad, abandonando la posición marginal de sus padres. 

Así adquiría trascendencia política el fenómeno social del ascenso económico de las familias de origen inmigrante que habían educado a sus hijos. Las profesiones liberales, el comercio y la producción fueron instrumentos eficaces de ascenso social, y entre los que ascendieron se reclutaron los nuevos dirigentes políticos del radicalismo. Acaso privaba aún en muchos de ellos el anhelo de seguir conquistando prestigio social a través del acceso a los cargos públicos, y quizá esa preocupación era más vigorosa que la de servir a los intereses colectivos. Y, sin duda, el anhelo de integrarse en la sociedad los inhibió para provocar cierto cambio en la estructura económica del país que hubiera sido la única garantía para la perpetuación de la democracia formal conquistada con la ley Sáenz Peña.

Por lo demás, la inmigración, detenida por la primera guerra europea, recomenzó poco después de lograda la paz, y, por cierto, alcanzó entre 1921 y 1930 uno de los más altos niveles, puesto que arrojó un saldo de 878.000 inmigrantes definitivamente radicados. Gracias a una política colonizadora un poco más abierta que impusieron los gobiernos radicales, logró transformarse en propietario de la tierra un número de arrendatarios proporcionalmente más alto que en los años anteriores. Pero la población rural siguió decreciendo, y del 42% que alcanzaba en 1914 bajó al 32% en 1930. Su composición era muy diversa. La formaban los chacareros - arrendatarios en su mayoría - en las provincias cerealeras, los peones de las grandes estancias en las áreas ganaderas, los obreros semiindustriales en las regiones donde se explotaba la caña, la madera, la yerba, el algodón o la vid, todos estos sometidos a bajísimos niveles de vida y con escasas posibilidades de ascenso económico y social. 

En cambio, en las ciudades - cuya población ascendió del 58 al 68% sobre el total entre 1914 y 1930 - las perspectivas económicas y las posibilidades de educación de los hijos facilitó a muchos descendientes de inmigrantes un rápido ascenso que los introdujo en una clase media muy móvil, muy diferenciada económicamente, pero con tendencia a uniformar la condición social de sus miembros con prescindencia de su origen. Heterogénea en la región del litoral, la población lo comenzó a ser también en otras regiones del interior donde se habían instalado diversas colectividades como la siriolibanesa, la galesa, la judía y otras. Nuevos cultivos o nuevas formas de industrialización de los productos naturales atrajeron a nuevas corrientes inmigratorias que, a su vez constituyeron comunidades marginales cuando ya las primeras olas de inmigrantes habían comenzado a integrarse a través de la segunda generación. 

Pero las zonas más ricas y productivas siguieron siendo las del litoral, donde disminuía la producción de la oveja y se acentuaba la de los cereales y las vacas. En parte por la creciente preferencia que la industria textil manifestaba por el algodón y en parte por la predilección que revelaba el mercado europeo por la carne vacuna, la producción de ovejas perdió interés y se fue desplazando poco a poco hacia el interior - el oeste de la provincia de Buenos Aires, La Pampa, Río Negro y la Patagonia - al tiempo que decrecía su volumen. Las mejores tierras, en cambio, se dedicaron a la producción de un ganado vacuno mestizado en el que prevaleció el Shorthorn, que daba gran rendimiento y satisfacía las exigencias del mercado inglés, y a la producción de cereales, cuya exportación alcanzó altísimo nivel.

Empero, los precios del mercado internacional, aunque muy lentamente, comenzaron a bajar desde 1914 y los productos manufacturados que el país importaba empezaron a costar más en relación con el precio de los cereales. Así se fue creando una situación cada vez más difícil que condujo a una crisis general de la economía cuyas manifestaciones se hicieron visibles en 1929, al compás de la crisis mundial. Gran Bretaña vigilaba cuidadosamente el problema de sus importaciones y debía atender a las exigencias de los dominios del Imperio, lo cual entrañaba una amenaza para la producción argentina, que se había orientado de acuerdo con la demanda de los frigoríficos y del mercado inglés.

Una industria relativamente poco desarrollada, que había crecido durante la primera guerra mundial pero que se comprimió luego, una organización fiscal que obtenía casi todos sus recursos a través de los derechos aduaneros, y un presupuesto casi normalmente deficitario caracterizaron en otros aspectos la economía argentina durante la era radical. No es extraño, pues, que los complejos fenómenos sociales que se incubaban en la peculiar composición demográfica del país estallaran al calor de las alteraciones económicas y políticas luego de que el radicalismo alcanzó el poder en 1916.

Por lo demás, el clima mundial estimulaba la inquietud general y favorecía las aspiraciones a un cambio. La guerra europea dividió las opiniones y enfrentó a aliadófilos y germanófilos, estos últimos confundidos a veces con los neutralistas, pese a que, en verdad, la neutralidad que decretó el gobierno argentino convenía especialmente a los aliados. A poco de comenzar la presidencia de Yrigoyen estalló la revolución socialista en Rusia, y las vagas aspiraciones revolucionarias de ciertos sectores obreros se encendieron ante la perspectiva de una transformación mundial de las relaciones entre el capital y el trabajo.

Las huelgas comenzaron a hacerse más frecuentes y más intensas, pero no sólo porque algunos grupos muy politizados esperaran desencadenar la revolución, sino también porque, efectivamente, crecía la desocupación a medida que se comprimía la industria de emergencia desarrollada durante la guerra, aumentaban los precios y disminuían los salarios reales. Obreros ferroviarios, metalúrgicos, portuarios, municipales, se lanzaron sucesivamente a la huelga y provocaron situaciones de violencia que el gobierno reprimió con dureza. Dos dramáticos episodios dieron la medida de las tensiones sociales que soportaba el país. 

Uno fue la huelga de los trabajadores rurales de la Patagonia, inexorablemente reprimida por el ejército con una crueldad que causó terrible impresión en las clases populares a pesar de la vaguedad de las noticias que llegaban de una región que todavía se consideraba remota. Otro fue la huelga general que estalló en Buenos Aires en enero de 1919 y que conmovió al país por la inusitada gravedad de los acontecimientos. La huelga, desencadenada originariamente por los obreros metalúrgicos fue sofocada con energía, pero esta vez no sólo con los recursos del Estado, sino con la colaboración de los grupos de choque organizados por las asociaciones patronales que se habían constituido: la Asociación del Trabajo y la Liga Patriótica Argentina. Una ola de antisemitismo acompañó a la represión obrera, con la que las clases conservadoras creyeron reprimir la acción de los que llamaban agitadores profesionales y la influencia de los movimientos revolucionarios europeos.

También en otros campos repercutió por entonces la inquietud general. Los estudiantes de la Universidad de Córdoba desencadenaron en la vieja casa de estudios un movimiento que era también, en cierto modo, revolucionario. Salieron a la calle y exigieron la renuncia de los profesores más desprestigiados por su anquilosada labor docente y por sus actitudes reaccionarias. Era, en principio, una revolución académica que propiciaba el establecimiento de nuevos métodos de estudio, la renovación de las ideas y, sobre todo, el desalojo de los círculos cerrados que dominaban la universidad por el sólo hecho de coincidir con los grupos sociales predominantes. Pero era, además, una vaga revolución de contenido más profundo. Propició también la idea de que la universidad tenía que asumir un papel activo en la vida del país y en su transformación, comprometiéndose quienes formaban parte de ella no sólo a gozar de los privilegios que les acordaban los títulos que otorgaba, sino también a trabajar desinteresadamente en favor de la colectividad. Afirmó el principio de que la universidad tenía, además de su misión académica, una misión social. Y en esta idea se encerraba una vaga solidaridad con los movimientos que en todas partes se sucedían en favor de las reformas sociales. No fue, pues, extraño que los estudiantes rodearan a Eugenio D' Ors, ni que Alejandro Korn y Alfredo L. Palacios adhirieran a lo que empezó a llamarse "la reforma universitaria".

Al cabo de poco tiempo, todas las universidades del país se vieron sacudidas por crisis semejantes. Los estudiantes hablaban de Bergson y repudiaban el positivismo, exigían participación en el gobierno universitario, pedían el reemplazo de la clase magistral por el seminario de investigación y, al mismo tiempo, vestían el overall proletario y se acercaban a las organizaciones obreras para hablar de filosofía o de literatura. Era, por lo demás, época de revisión de valores. También los jóvenes filósofos rechazaban el positivismo y predicaban la buena nueva de la filosofía de Croce, de Bergson o de los neokantianos alemanes. Pero eran sobre todo los escritores y los artistas los que se hallaban empeñados en una revolución más decidida. 

Se difundieron las tendencias del ultraísmo y quienes adhirieron a ellas comenzaron a defenderlas en el periódico Martín Fierro. Los jóvenes artistas y escritores declararon la insurrección contra las tradiciones académicas que encarnaron en Ricardo Rojas, en Manuel Gálvez, en Leopoldo Lugones. Eran los que seguían a Ricardo Güiraldes, que había publicado Don Segundo Sombra en 1926, y a Jorge Luis Borges el autor de Fervor de Buenos Aires y Luna de enfrente. Pero en oposición a ellos - que se llamaron "los de Florida" otros artistas y escritores se aglutinaron para defender el arte social en el popular barrio de Boedo: eran los que acompañaban a Leónidas Barletta, el de las Canciones agrarias, y a Roberto Arlt, el de El juguete rabioso. Y un día Emilio Pettoruti sorprendió a Buenos Aires con su exposición de pintura cubista.

Pero el signo más evidente de la crisis se advirtió en el campo de la política. Yrigoyen llegó al poder en 1916 como indiscutido jefe de un partido que había intentado repetidas veces acabar con el "régimen" conservador por el camino de la revolución. Yrigoyen representaba "la causa", que entrañaba la misión de purificar la vida argentina. Pero, triunfante en las elecciones, Yrigoyen aceptó todo el andamiaje institucional que le había legado el conservadorismo: los gobiernos provinciales, el parlamento, la justicia y, sobre todo, el andamiaje económico en el que basaba su fuerza la vieja oligarquía. Sin duda le faltó audacia para emprender una revolución desde su magistratura constitucional; pero no es menos cierto que su partido estaba constituido por grupos antaño marginales que más aspiraban a Incorporarse a la situación establecida que a modificarla.

Lo cierto es que el cambio político y social que pareció traer consigo el triunfo del radicalismo quedó frustrado por la pasividad del gobierno frente al orden constituido. Ciertamente, Yrigoyen se enfrentó con las oligarquías provinciales y las desalojó progresivamente del poder mediante el método de las intervenciones federales. Entonces se advirtió la aparición de una suerte de retroceso político. Como imitaciones de la gran figura del caudillo nacional, comenzaron a aparecer en diversas provincias caudillos locales de innegable arraigo popular que dieron a la política un aire nuevo. José Néstor Lencinas en Mendoza o Federico Cantoni en San Juan fueron los ejemplos más señalados, pero no sólo aparecieron en el ámbito provincial, sino que aparecieron también en cada departamento o partido y en cada ciudad. 
El caudillo era un personaje de nuevo cuño, antiguo y moderno a un tiempo, primitivo o civilizado según su auditorio, demagógico o autoritario según las ocasiones; pero, sobre todo, era el que poseía influencia popular suficiente como para triunfar en las elecciones ejerciendo, como Yrigoyen, una protección paternal sobre sus adictos. A diferencia de los políticos conservadores, un poco ensoberbecidos y distantes, el caudillo radical se preocupaba por el mantenimiento permanente de esta relación personal, de la que dependía su fuerza, y recurría al gesto premeditado de regalar su reloj o su propio abrigo cuando, se encontraba con un partidario necesitado, a quien además ofrecía campechanamente un vaso de vino en cualquier cantina cercana, o se ocupaba de proveer médico y medicinas al correligionario enfermo, a cuya mujer entregaba después de la visita un billete acompañado de un protector abrazo. Y cuando llegaban las campañas electorales, ejercitaba una dialéctica florida llena de halagos para los sentimientos populares y rica en promesas para un futuro que no tardaría en llegar.

Los caudillos radicales transfirieron a la nueva situación social el paternalismo de los estancieros en oposición a la política distante que la oligarquía había adoptado; pero obligaron a los conservadores a competir con ellos dentro de sus propias normas, y el caudillismo se generalizó. Sólo la democracia progresista de Santa Fe, inspirada por Lisandro de la Torre, y el socialismo se opusieron a estos métodos, que Juan B. Justo estigmatizó con el rótulo de "política criolla". Fueron los caudillos o sus protegidos quienes llegaron a las magistraturas y a las bancas parlamentarias en los procesos electorales que siguieron a la elección presidencial de 1916, algunos todavía pertenecientes a familias tradicionales, pero muchos ya nacidos de familias de origen inmigrante. Pero a pesar de eso la estructura económica del país quedó incólume, fundada en el latifundio y en el frigorífico y el gobierno radical se abstuvo de modificar el régimen de la producción y la situación de las clases no poseedoras.

Por el contrario, ciertos principios básicos acerca de la soberanía nacional, caídos en desuso, obraron activamente en la conducción del radicalismo. Donde no había situaciones creadas, como en el caso del petróleo, Yrigoyen defendió enérgicamente el patrimonio del país. La riqueza petrolera fue confiada a Yacimientos Petrolíferos Fiscales, cuya inteligente acción aseguró no sólo la eficacia de la explotación, sino también la defensa de la riqueza nacional frente a los grandes monopolios internacionales. Cosa semejante ocurrió con los Ferrocarriles del Estado. Pero, además de la defensa del patrimonio nacional, Yrigoyen procuró contener la prepotencia de los grupos económicos extranjeros que actuaban en el país. Y frente a la agresiva política de los Estados Unidos en América Latina, defendió el principio de la no intervención ordenando, en una ocasión memorable, que los barcos de guerra argentinos saludaran el pabellón de la República Dominicana y no el de los Es tados Unidos, que habían izado el suyo en la isla ocupada.

Ineficaz en el terreno económico, en el que no se adoptaron medidas de fondo ni se previeron las consecuencias del cambio que se operaba en el sistema mundial después de la guerra, el gobierno de Yrigoyen fue contradictorio en su política obrera, paternalista frente a los casos particulares, pero reaccionaria frente al problema general del crecimiento del proletariado industrial. Sin embargo, satisfizo a vastos sectores que veían en él un defensor contra la prepotencia de las oligarquías y un espíritu predispuesto a facilitar el ascenso social de los grupos marginales. Cuando Yrigoyen concluyó su presidencia, su prestigio popular era aún mayor que al llegar al poder. A él le tocó designar sucesor para 1922, y eligió a su embajador en París, Marcelo T. de Alvear, radical de la primera hora, pero tan ajeno como Yrigoyen a los problemas básicos que suscitaba la consolidación del poder social de las clases medias.
Algo más separaba, con todo, a Alvear de su antecesor. Le disgustaba la escasa jerarquía que tenía la función pública y aspiraba a que su administración adquiriera la decorosa fisonomía de los gobiernos europeos. Esta preocupación lo llevó a constituir un gabinete de hombres representativos, pero más próximos a las clases tradicionales que a las clases medias en ascenso. Era solamente un signo, pero toda su acción gubernativa confirmó esa tendencia a desplazarse hacia la derecha. 

Demócrata convencido, Alvear procuró mantener los principios fundamentales del orden constitucional y trató de establecer una administración eficaz y honrada. Los presupuestos no fueron saneados, porque la situación económica no mejoró sustancialmente durante su gobierno, pero la organización fiscal fue perfeccionada y su funcionamiento ajustado. Sólo los problemas de fondo quedaron en pie sin que se advirtiera siquiera su magnitud, pese a que bastaba una ligera mirada al panorama internacional para observar que los desequilibrios de la economía de posguerra repercutirían inexorablemente en el país. Era evidente que la situación económica y financiera del mundo se acercaba a una crisis, y como Gran Bretaña estaba incluida en ella, no era difícil prever que las posibilidades del comercio exterior argentino corrían serio peligro. 

Por otra parte, la crisis social y política había cobrado forma con la revolución rusa y se manifestaba de otra manera en el fascismo italiano, oponiéndose así diversos sistemas de soluciones que los distintos grupos sociales recibían como experiencias utilizables. Finalmente, la posición de los grupos capitalistas que operaban en el país se había complicado desde 1925 con el incremento de los capitales norteamericanos, que llegaban en parte aprovechando el vacío dejado por las exportaciones alemanas, y en parte como consecuencia del plan general de expansión de los Estados Unidos en Latinoamérica. 

Todas estas cuestiones debían repercutir sobre la débil estructura económica del país, pero era evidente que gravitarían sobre todo en el proceso de ascenso de las clases medias y de los sectores populares. Pero el radicalismo no percibió el problema y se mantuvo imperturbable en una política de buena administración y de mantenimiento del sistema económico tradicional. Los sectores conservadores, por el contrario, reaccionaron en defensa de sus propios intereses. La simpatía popular se mantenía fiel a Yrigoyen, cuya figura adquiría poco a poco más que los caracteres de un caudillo, los de un santón. 

Un grupo militar encabezado por el ministro de guerra, Agustín P. Justo, comenzó a organizarse para impedir el retorno de Yrigoyen al poder; pero Alvear se opuso a que se siguiera por ese camino, sin poder evitar, sin embargo, que la conspiración continuara subterráneamente con el apoyo de los sectores conservadores. Distanciado de Yrigoyen, el presidente prefirió, en cambio, estimular la formación de un partido de radicales disidentes que se llamaron antipersonalistas y que tenían estrechos contactos con los conservadores. 

Cuando en 1928 llegó el momento de la renovación presidencial, el nuevo partido - que sostenía la fórmula Melo-Gallo – fue derrotado e Yrigoyen volvió al gobierno, ya valetudinario e incapaz. Muy pronto se advirtió que ni la simple acción administrativa se desenvolvía correctamente. El presidente no distinguía los pequeños asuntos cotidianos de los problemas fundamentales de gobierno, y el país todo sufría las consecuencias de una verdadera acefalía. Pero, con todo, no era ése el problema más grave. Ya en su primer gobierno Yrigoyen se había comportado como un político anacrónico; hombre del pasado, pensaba en una Argentina que ya no existía, la vieja Argentina criolla de Alsina y de Alem, y obraba en función de sus estructuras. Pero su triunfo mismo, imposible con el solo apoyo de los grupos marginales criollos, había demostrado que el país cambiaba velozmente merced a la integración de los grupos marginales criollos con los de origen inmigratorio. Y frente a ese conglomerado - y frente a los problemas que su aparición y su ascenso entrañaban - Yrigoyen no pudo modificar sus esquemas mentales ni diseñar una nueva política. 

Si su acción de gobierno fue endeble e inorgánica durante la primera presidencia, en la segunda fue prácticamente inexistente. No faltó, sin embargo, cierta persistencia en las actitudes que lo habían caracterizado frente a los grandes intereses extranjeros. Las palabras que dirigiera al presidente Hoover o el proyecto de ley petrolera lo revelaban. Pero ni en ese terreno ni en el de la política interna supo obrar Yrigoyen con la energía suficiente para evitar que cuajaran algunas amenazas que se cernían sobre el gobierno sobre el país.

La primera era la del ejército que el propio Yrigoyen había politizado, y que desde principios de siglo había caído bajo la influencia prusiana. Predispuesto a la conspiración desde la presidencia de Alvear, se volcó decididamente a ella cuando la ineficacia del gobierno, convenientemente destacada por una activa prensa opositora, comenzó a provocar su descrédito popular. Y el paternalismo de Yrigoyen impidió que el general Dellepiane, su ministro de guerra obrara oportunamente para desalentarlo.

La segunda era la evolución de ciertos grupos conservadores que abandonaban sus convicciones liberales y comenzaban a asimilar los principios del fascismo italiano mezclado con algunas ideas del movimiento monárquico francés. Desde algunos periódicos, como La Nueva República y La Fronda, esas ideas empezaron a proyectarse hacia los grupos autoritarios del ejército y algunos sectores juveniles del conservadorismo: muy pronto parecerían también atrayentes algunos jefes militares propensos a la subversión. 

Pero las más graves eran las amenazas económicas y sociales derivadas de la situación mundial que, finalmente, había hecho crisis en 1929, y que empezaban a hacerse notar en el país. Los grupos ganaderos y la industria frigorífica se sintieron en peligro y comenzaron a buscar un camino que les permitiera sortear las dificultades. Y, simultáneamente los grupos petroleros internacionales creyeron que había llegado el momento de forzar la resistencia del Estado argentino y comenzaron a buscar aliados en las fuerzas que se oponían a Yrigoyen. En cierto momento, todos los factores adversos al gobierno coincidieron y desencadenaron un levantamiento militar. El general Justo, que había preparado la conspiración, se hizo a un lado cuando advirtió la penetración del ideario fascista entre algunos de los conjurados, y dejó que encabezara el movimiento el general José F. Uriburu, antiguo diputado conservador convertido luego en defensor del corporativismo. El 6 de septiembre de 1930 llegó "la hora de la espada" que había profetizado el poeta Leopoldo Lugones, ahora nacionalista reaccionario pese a su tradición de viejo anarquista. 

El triunfo de la revolución cerró el período de la república radical, sin que Yrigoyen pudiera comprender las causas de la versatilidad de su pueblo, que no mucho antes lo había aclamado hasta la histeria y lo abandonaba ahora en manos de sus enemigos de la oligarquía. Su vieja casa de la calle Brasil -que los opositores llamaban "la cueva del peludo"- fue saqueada, con olvido de la indiscutible dignidad personal de un hombre cuya única culpa había sido llegar al poder cuando el país era ya incomprensible para él. 

Actividades: Presidencias radicales 1916-1930.

a)      Justificá las siguientes afirmaciones:

1)    “Yrigoyen representaba "la causa".”
2)    “Los sectores sociales que llegaron al poder con el triunfo del radicalismo acusaron una fisonomía muy distinta de la que caracterizaba a la generación del 80”.
3)    “El caudillo era un personaje de nuevo cuño, antiguo y moderno”.
4)     “Las zonas más ricas y productivas siguieron siendo las del litoral”.
5)    “El gobierno de Yrigoyen fue contradictorio en su política obrera”.
6)    “Si su acción de gobierno fue endeble e inorgánica durante la primera presidencia, en la segunda fue prácticamente inexistente.”
7)    “Yrigoyen no tuvo la energía suficiente para evitar que cuajaran algunas amenazas que se cernían sobre el gobierno sobre el país”.
8)    “La guerra europea dividió las opiniones”.
9)    “Las huelgas comenzaron a hacerse más frecuentes y más intensas”.
10)     “La universidad tenía que asumir un papel activo en la vida del país”.


b)      Analizá la imagen que acompaña al texto y contextualizala.

miércoles, 2 de abril de 2014

REVOLUCIÓN RUSA 1917-1922


 Revolución Rusa.

A fines del siglo XIX, el imperio ruso había entrado en un proceso de declinación que se agudizó tras la derrota de los ejércitos del zar en la guerra ruso - japonesa de 1905, y la revolución que ese año intentó acabar con el absolutismo zarista.

En 1914 estalló la primera Guerra Mundial y Rusia ingresó al conflicto, el Zar Nicolás II movilizó un ejército de  14.000.000 de rusos. El gobierno logró unificar a la población  y la oposición quedo momentáneamente neutralizada. Sin embargo, las derrotas militares renovaron el hambre y el descontento. Los enormes sufrimientos impuestos al pueblo, la ineptitud de los oficiales y el pésimo manejo de la economía provocaron el estallido de la revolución. El 23 de febrero la población de Petrogrado, capital del imperio ruso (San Petersburgo), se moviliza en una manifestación bajo la consigna  “Paz y Pan”. El 25 estalla una huelga general que se extiende a otras ciudades. El 26 se amotinan varios cuarteles porque los soldados se niegan a enfrentar a los huelguistas. Nicolás II se encontraba en el frente de combate y sin apoyos es forzado a abdicar en marzo de 1917. Concluyen con él trescientos años de la dinastía Romanov.

Tras su renuncia se estableció un gobierno provisional republicano. Sin embargo, el derrocamiento de la autocracia no fue suficiente: en los meses que siguieron, la situación política continuó siendo tensa porque el nuevo gobierno no escucho los reclamos de la población en favor de la terminación de la guerra y por la implantación de profundas reformas sociales. La jefatura del gobierno fue asumida por un socialista, Alexander Kerenski, quien intenta imponer una democracia burguesa con el apoyo de los mencheviques, socialistas moderados, pero éste se mostró impotente ante las exigencias de profundizar la revolución.

En septiembre un golpe de estado llevado a cabo por militares intentó derribar al gobierno republicano. Los soldados y los obreros de Petrogrado, capital rusa, frenaron a los golpistas y demostraron que el gobierno no era capaz de sostenerse por sí mismo. Había otro poder en Rusia: el poder de los soviets, agrupaciones de obreros que se habían organizado durante la revolución de 1905 y que luego se extendieron a otras ciudades industriales. En 1917 se formaron soviets de obreros, soldados y campesinos. Estas organizaciones populares, constituidas al margen de cualquier autoridad fueron el motor de la revolución. En los soviets convivían distintas tendencias políticas. Una de ellas, los bolcheviques (mayoría), dirigida por Lenin y Trotski, representaban un grupo con un programa socialista radicalizado. Su consigna era “todo el poder a los soviets”.

Los bolcheviques, apoyados en los soviets, impulsaron una nueva revolución: el 7 de noviembre de 1917 (octubre, según el antiguo calendario ruso) desplazaron al gobierno de Kerenski e instalaron, por primera vez en la historia, un estado comunista. El gobierno quedó en manos de un “Consejo de comisarios del pueblo”, cuyo presidente era Lenin.
Los soviets proclamaron la constitución de la República Soviética. Lenin llamó a elecciones, repartió tierras y eliminó la propiedad privada. Uno de los primeros objetivos del gobierno fue conseguir la paz con Alemania a cualquier precio y para ello suscribió el tratado de Brest – litovsk , lo que significó la retirada de Rusia de la guerra.
Sin embargo, la instauración de un estado obrero que eliminó el poder de los aristócratas, los burgueses y los terratenientes desató una guerra civil en la que, junto con los antiguos poderosos de Rusia, intervinieron las potencias capitalistas, para las que el triunfo del comunismo significaba una amenaza. La coalición anticomunista (los ejércitos blancos) se enfrentó a las fuerzas del gobierno comunista agrupadas en el “ejército rojo” organizado por el dirigente León Trotski.

Para enfrentar a los invasores, los comunistas buscaron la solidaridad internacional de las organizaciones de izquierda de todo el mundo y en el interior de Rusia impusieron “el comunismo de guerra”, que consistía en una enérgica centralización del poder. Destacamentos de obreros armados recorrían los campos y obligaban a los campesinos a entregar las cosechas necesarias para combatir el hambre y abastecer al ejército rojo. En 1921 la guerra civil terminó con la derrota de los ejércitos blancos. Los aliados renunciaron a la lucha y la revolución se consolidó.

Actividad:

1) Analizá las imágenes y los epígrafes.
2) Utilizá el texto leído para realizar una descripción del contexto histórico de cada imagen.

3) Establecé un orden cronológico de las imágenes.

Alexander kerenski

Soldados rusos caidos en el frente oriental


Ejérctio rojo

Lenin en un desfile de Moscú, 1919

 León Trotsky inspecciona las tropas del Ejército Rojo, 1921.


Manifestación de mujeres pidiendo “Pan y Paz”

Zar Nicolás II















lunes, 31 de marzo de 2014

ESTADOS UNIDOS DÉCADA DE 1920


En los Estados Unidos la guerra fue seguida por un período de gran crecimiento económico y el país desarrolló la “sociedad de consumo”. A partir de 1922 se inició un crecimiento acelerado de la producción industrial capitalista. Los Estados Unidos experimentaron el mayor crecimiento en todo el mundo capitalista: entre 1921 y 1929 lograron duplicar su producción y concentraron el 44% de la producción mundial.
En este país, el crecimiento de la economía capitalista fue impulsado por el avance científico acelerado por la guerra y el desarrollo de nuevas actividades (como la industria eléctrica, la industria automotriz y la del petróleo, la construcción y las industrias químicas) y, además, por la difusión del taylorismo y el fordismo en la organización de la actividad industrial. La radio, el automóvil y el uso del avión en el mercado interno motorizaron la sociedad de consumo.
La producción en serie permitió abaratar los costos de la mano de obra y obtener una mayor productividad (más producción en menor tiempo con igual salario). Entre 1921 y 1929 el parque automotor aumentó el 250 %. La expansión de la industria automotriz favoreció el desarrollo de otras áreas de la economía. La venta masiva de automóviles estimuló la construcción de carreteras —como la que unió Nueva York con Florida— y de viviendas, muchas de ellas utilizadas como casas de veraneo o de descanso, en zonas más alejadas.
Pero sólo estuvieron en condiciones de llevar adelante este nuevo tipo de producción industrial los grupos capitalistas más poderosos. El requerimiento de grandes inversiones de capital inicial acentuó el proceso de concentración de los capitales y la formación de cartels. En tanto que la agricultura atravesaba una profunda crisis. Hacia 1930 unas doscientas empresas controlaban casi la mitad de la riqueza comercial de los Estado Unidos.
La década de 1920 fue conocida en los Estados Unidos como los “años locos”. La expansión económica se manifestó en los salones de fiestas, donde se bailaba el charleston, y los sectores sociales más acomodados ostentaban su nueva riqueza. Por otro lado, los integrantes de un sector de la sociedad norteamericana proclamaban una campaña moralizante, impulsaban restricciones a la inmigración, la prohibición del consumo de bebidas alcohólicas, la lucha contra concepciones del mundo opuestas a las tradiciones religiosas y contrarias a la igualdad racial.
El notable crecimiento económico hizo pensar a economistas y dirigentes políticos que se había iniciado una nueva era para el capitalismo, sin las bruscas crisis cíclicas, con sus períodos de alzas y bajas. Esta confianza se tradujo en la compra, por parte de un gran número de la población, de acciones de las empresas industriales. Hacia la Bolsa de Valores de Nueva York (Wall Street) —el nuevo centro de la economía mundial— afluían capitales de todo el mundo.
La compra casi desenfrenada de acciones entre 1927 y 1929 creció un 89%. Sin embargo, la producción industrial en esos años sólo había crecido un 13%. Aunque la especulación financiera permitía ganar mucho dinero en poco tiempo, el precio de las acciones estaba muy por encima del crecimiento real de las empresas. Este desfase fue uno de los factores que preanunciaron la crisis.
A comienzos de 1929, el presidente norteamericano Calvin Coolidge se despedía con un discurso ante el Congreso:
“Ninguno de los Congresos de los Estados Unidos que se han reunido hasta ahora lo han hecho con más placenteras perspectivas que las actuales. En los asuntos domésticos hay tranquilidad y satisfacción, pues se ha alcanzado el más alto récord de años de prosperidad. En los asuntos extranjeras hay paz y buena voluntad, que provienen de la mutua comprensión”.

Actividad: El ascenso de Estado Unidos.
Trabajo Práctico Grupal (4 integrantes por grupo)
Consignas:

a) Cada grupo seleccionará e investigará uno de los siguientes temas referidos al ascenso de Estado Unidos como potencia industrial durante la década del ´20.

1) Arquitectura.
2) Música y Danza: Charleston – Jazz.
3) Segregación racial.
4) Ley Seca.
5) La industria automotriz.
6) Industria eléctrica.
7) Industria del petróleo.

b) Cada grupo deberá seleccionar una imagen que considere representativa del tema seleccionado y acompañarla con un cuadro sinóptico donde se expongan las características del tema durante la década de 1920.


c)  Cada grupo utilizará la imagen y el cuadro para presentar el tema en clase.