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Este blog es un espacio diseñado para los alumnos del nivel medio. Aquí encontrarán programas, contenidos y actividades de la asignatura Historia y Geografía. También podrán acceder a distintos recursos, diarios, películas, videos, textos, música y otros que contextualizan los temas desarrollados en clase.

Prof. Federico Cantó

sábado, 24 de mayo de 2014

EL TERRITORIO ARGENTINO

1.     LA INTEGRACIÓN DEL TERRITORIO.

El proceso de centralización de la autoridad estatal fue la delimitación y control de las fronteras del territorio nacional. A medida que el Estado Nacional se consolidaba con nuevas instituciones y nuevos recursos estaba en mejores condiciones para afianzar su soberanía sobre regiones más alejadas, estas nuevas tierras que rápidamente eran puestas en producción, aportaban nuevas fuentes de ingresos para el Estado Nacional.

Durante la presidencia de Avellaneda, se extendió la frontera sur ante el reclamo de los terratenientes bonaerenses por la inseguridad que representaban las poblaciones aborígenes y la necesidad de expandir las tierras de cultivo. El avance de la línea de frontera se desarrolló en dos etapas: En la primera, hasta 1877, se avanzó según el plan diseñado por Adolfo Alsina, ministro de Guerra. El plan consistió  en la construcción de una línea de fortines unidos entre si por una gran zanja que separaba la frontera con los indígenas. Este plan tenía como objetivo asegurar los territorios “ganados” a los indios. Su función era defensiva y buscaba evitar los arreos de ganado de los “malones”.

Después de 1877, el general Julio A. Roca, sucedió como ministro de Guerra a Alsina y ejecutó un nuevo criterio que consistió en emprender  una campaña mucho más agresiva, “La campaña del desierto”. Propuso enfrentar a los indígenas directamente, con toda la fuerza militar disponible y obligarlos a retirarse al sur del río Negro. Hacia 1881, el objetivo se había cumplido con el sometimiento de 14.000 indígenas y la incorporación de 15.000 leguas de tierra al territorio nacional.

LA CAMPAÑA DEL CHACO: En 1879 la región chaqueña seguía siendo dominio indiscutido de los indios, que desde sus bosques realizaron incursiones a las fronteras de Córdoba y Santiago del Estero. La campaña que había preparado Roca, con los máximos recursos del país, no le permitió realizar operaciones de importancia en aquel frente. Entonces, los colonos de Santa Fe reunieron por su cuenta voluntarios al mando de Benjamín Moore y obligaron a los indios a mantenerse lejos de la frontera en sus tolderías.

Desde Reconquista, en agosto de 1879, partió una expedición de 130 hombres mandados por el coronel Manuel Obligado, quien marchó once días y llegó a Los Pozos. Allí descubrió una rastrillada de indios que arreaban ganado mayor, supuso que se trataba de la tribu de Juan José Rojas y torció la expedición al norte para ir en su busca. Se enteró de la presencia de Rojas en Las Chuñas y marchó hacia allí, pero los perros denunciaron los preparativos del ataque y los indios emprendieron la fuga.

El coronel Obligado les cortó la retirada y los obligó a combatir. El 13 de setiembre, en media hora de lucha, murieron 32 indios y se hicieron 79 prisioneros; los demás integrantes de la toldería, incluso los heridos, y los de otras tribus vecinas se internaron en el monte.

Después de algunos encuentros el 3 de octubre la columna acampó cerca del ?aran~ y regresó a Reconquista el 12, después de haber recorrido más de 750 Km. del Chaco santafecino y comprobar que las cañadas del Sauce eran un punto de partida para operaciones hacia el centro del Chaco Austral. La expedición dejó en pie y sin escarmentar a tribus con sus caciques como los hermanos Rojas, Petizo, Cambá, Rico, Inglés y otros, que estaban en condiciones de emprender nuevos ataques contra Resistencia, Ocampo y otras colonias.

A pedido de la provincia de Corrientes, a la cual le interesaba un camino que la vinculase al noroeste del país y a Bolivia, el gobierno nacional dispuso una expedición con ese fin. Desde 1 870 no se había hecho nada en la frontera norte para conquistar territorios en poder de los indios, al norte del río Salado y su prolongación desde Santiago del Estero a la costa del Paraná.

En 1880 se le encomendó al mayor Luis Fontana una expedición que partió de Resistencia con destino a Salta. La columna estaba formada por unos 60 hombres, de los cuales 29 eran zapadores armados, con 80 caballos, 20 mulas aparejadas y un carro con víveres secos y algunos bueyes de consumo. El 4 de febrero partió, y su marcha se prolongó durante 1 03 días, dejando abierta una picada de 520 Km. que vinculaba Resistencia con Colonia Rivadavia en el Bermejo Medio.

A 60 Km. al noroeste de la confluencia de los ríos Teuco y Bermejo, se produjo el único encuentro con los indios, en La Cangallé, llamada después Arias. Los expedicionarios, con sus armas de fuego y su disciplina, vencieron a los indios. Durante el encuentro el mayor Fontana fue herido y llegó al Fuerte Gorriti sin cabalgadura y el 5 de agosto fue auxiliado por el jefe de la frontera de Salta y pudo así llegar a Colonia Rivadavia.

Roca no estaba satisfecho con los avances obtenidos y cuando asumió la presidencia en 1 880, emprendió nuevas operaciones contra los indios. A tal efecto, el ministro de Guerra, general Benjamin Victorica, encomendó al comandante de la línea de río Negro, Villegas, una expedición sobre el territorio de Neuquén, donde tenían su refugio las tribus que se mantenían hostiles. Villegas limpió la región, y el 10 de abril de 1881 sus tres brigadas se reunieron en las nacientes del río Limay, a orillas del lago Nahuel Huapí. Las depredaciones de los indios no terminan, y en junio del mismo año alrededor de 200 araucanos invaden audazmente la provincia de Buenos Aires, por la zona de Puán. Muchos pequeños caciques se resistían a llevar una vida pacífica en las reducciones y ofrecían una tenaz resistencia. Otros eludieron la persecución del ejército y buscaron refugio en Chile.

Villegas tuvo que replegar sus tropas hasta sus antiguas guarniciones, pues carecían de equipos adecuados para enfrentar el invierno al pie de la zona de la Cordillera. Los indios recuperaron sus esperanzas de éxito ante el repliegue del ejército. A su vez. Villegas comprob6 en su expedición a Nahuel Huapi, que era necesario dominar ¡as entradas de los pasos cordilleranos, pues, en caso contrario, los indios podrían repetir desde Chile sus invasiones.

En la primavera de 1882 el ejército inició un movimiento de avance hasta la misma cordillera. Para el otoño de 1 883 las tropas de Villegas habían batido minuciosamente todo el territorio cordillerano hasta el límite con Chile. Esta campaña, llevada con tanto éxito, aseguró la frontera meridional en forma definitiva. Esta expedición también dio como resultado la imposibilidad de toda acción en esa zona, razón por la cual el cacique Namuncurá se sometió con toda su tribu el 24 de marzo de 1G84 a Villegas.


En la Patagonia se desarrolló la etapa final de la lucha contra el indio; allí vagaban los restos de las tribus rebeldes bajo el mando del cacique Sayhueque. El gobernador de la Patagonia y jefe de su guarnición, general Lorenzo Winter, emprendió una campaña que se desarrolló entre 1 883 y 1885, para terminar con ellos. En el transcurso de las operaciones se entregó prisionero el poderoso cacique Sayhueque con las indiadas de los caciques lnakayal y Foguel. Esta campaña dio término a la lucha de fronteras.

LA CONFORMACIÓN DE LOS GRUPOS DOMINANTES Y SUBORDINADOS

La formación del Estado Nacional fue un proceso marcado por contrastes, su afianzamiento no fue exclusivamente fruto de la violencia militar. El Estado utilizó distintas estrategias que le permitieron captar el apoyo de grupos dirigentes que controlaban el gobierno a nivel provincial y de sectores urbanos que se vieron favorecidos por la transformación de las capitales provinciales en centros administrativos.
El gobierno central logró cooptar a estos grupos provinciales mediante el otorgamiento de subvenciones a los gobiernos provinciales y la ampliación de la burocracia estatal. Las partidas de dinero que el Estado Nacional otorgaba a los gobiernos provinciales les permitían hacer frente a los gastos administrativos.

En muchos casos estas subvenciones superaban los ingresos que por la vía de los impuestos recaudaban las provincias. Mediante el mecanismo de ampliar las partidas o suspenderlas según los estados provinciales apoyaran las políticas nacionales, el gobierno central logró controlar las alianzas con los grupos dirigentes provinciales.

Por otra parte, el gobierno central, contaba con otra estrategia para lograr el apoyo de importantes sectores de la población. La administración del Estado requería ampliar el empleo público, los puestos de maestros y profesores, de funcionarios públicos, de las fuerzas armadas, policía, del poder judicial fueron ocupados por miembros de la población urbana provincial. Estos funcionarios y empleados públicos sirvieron de base de legitimación de los poderes centrales y provinciales movilizados en las elecciones.

Entre 1862 y 1880, el Estado debió disciplinar a la población rural autóctona para imponer el nuevo “orden”. Para los grupos dirigentes era necesario impulsar un veloz proceso que permitiera imponer los principios liberales a los que asociaban con el concepto de “civilización” y “progreso”. Los políticos e intelectuales liberales consideraban que los indios y los gauchos vivían en un estado de “barbarie”, incapaces de apreciar las ventajas del progreso y la vida social basada en los principios liberales.

El combate a las montoneras y el disciplinamiento de la población rural eran necesarios para imponer un nuevo tipo de relaciones laborales que permitieran aprovechar la escasa mano de obra. Se prohibieron las reuniones de “vagos y malentretenidos” en las pulperías, y se aplicó el criterio de que todo aquel que no estuviera empleado debía enrolarse obligatoriamente en el ejército. Las autoridades exigían la “papeleta de conchabo” que extendían los empleadores rurales a sus peones contratados.  Quienes no poseían una eran enviados a la frontera interior, una extensa línea de fortines con gauchos enrolados a la fuerza que aseguraban la frontera con “el indio”.


Esta situación es narrada en un folleto aparecido en 1872, titulado El gaucho Martín Fierro, escrito por el estanciero, político y poeta, José Hernández. En este relato, además de narrar la vida y las costumbres del gaucho, el propósito del autor  es mostrar los cambios que se estaban produciendo en el mundo rural.

RESISTENCIAS Y REBELIONES CONTRA EL PODER CENTRAL


Los movimientos contrarios al Estado Central se originaron por distintos motivos y fueron impulsados desde distintos grupos sociales. En el interior y el Litoral, los movimientos de resistencia estuvieron encabezados por caudillos federales que reclamaban medidas para mejorar las condiciones de vida en sus provincias. En la provincia de Buenos Aires, fueron lideradors por los grupos autonomistas se oponían a la federalización de la ciudad de Buenos Aires.

Las autoridades nacionales tuvieron diferentes respuestas frente a estas resistencias y alzamientos, reprimieron a los primeros utilizando la violencia militar, y, en el caso de Buenos Aires, establecieron acuerdos y compromisos con los autonomistas porteños que gobernaban la provincia de mayor poder económico.

Entre 1862 y 1863, “El Chacho” Peñaloza se rebeló contra el gobierno central en La Rioja. En 1863 le escribió al Presidente Mitre: “No se han cumplido las promesas hechas tantas veces a los hijos de esta desgraciada patria. Los gobernantes se han convertido en verdugos de las provincias, atropellan las propiedades de los vecinos y destierran y mandan a matar sin juicio a ciudadanos respetables por haber pertenecido al Partido Federal”. Las fuerzas nacionales derrotaron a las tropas montoneras y el Chacho fue muerto a lanzazos en noviembre de 1863.

En 1866, Felipe Varela, quien había sido lugarteniente del Chacho Peñaloza, lideró un movimiento contra el gobierno nacional que se extendió por las provincias de Cuyo, Córdoba y Catamarca. En su proclama de 1866 afirmaba que…”Desde que Mitre usurpó el gobierno de la Nación, el monopolio de los tesoros públicos y la absorción de las rentas provinciales vinieron a ser patrimonio de los porteños, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que reservaba para sus hijos. Ser porteño es ser ciudadano exclusivista y ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derecho.”. También se opuso a la participación del país en la guerra del Paraguay por considerar que se destruía la unión americana en beneficio de Gran Bretaña. Nuevamente el ejército nacional debió combatir a las montoneras que fueron derrotadas y Varela abandonó el país en 1869.

Entre 1870 y 1873, Ricardo López Jordán, gobernador de la provincia, encabezó en Entre Ríos levantamientos que desafiaron al gobierno central. Se oponía a la unificación política y a la centralización de la autoridad estatal. Sarmiento, presidente desde 1868, había manifestado públicamente que estaba dispuesto a hacer cumplir la Constitución  en todos sus aspectos y que, para lograrlo no haría diferencias entre amigos y enemigos. Con este fin aprobó la pena de muerte para los desertores del ejército y para los caudillos tomados prisioneros.

La falta de trabajo regular estimuló la formación de montoneras como un medio para obtener recursos para la subsistencia. La situación económica en las provincias era asfixiante y el gobierno central no tenía interés en desarrollar políticas destinadas a impulsar el desarrollo económico. Por este motivo, en algunas provincias creció el apoyo popular a algunos antiguos jefes federales que fueron liquidados por el ejército nacional.

En 1862, luego de la apertura de las sesiones del Congreso Nacional, fue aprobado un proyecto elevado por Mitre que proponía federalizar toda la provincia de Buenos Aires. La legislatura de la provincia de Buenos Aires rechazó el proyecto y se opuso también a la federalización de los territorios de la Ciudad de Buenos Aires. En la provincia de Buenos Aires se dividieron las opiniones entre autonomistas y nacionalistas. Los primeros se oponían a que se federalizara cualquier territorio de la provincia o la Ciudad de Buenos Aires.

En un principio se llegó a un acuerdo “de compromiso” por el cual la legislatura aceptó que las autoridades residieran en Buenos Aires por cinco años hasta que se resolviera el conflicto. Transcurrido este plazo, desde 1867 hasta 1880 el gobierno nacional presidido por Sarmiento y luego por Avellaneda permaneció en la ciudad en calidad de “huésped”.

Los nacionalistas tenían mayoría en el Congreso Nacional pero los autonomistas tenían la mayoría en la legislatura provincial.  El conflicto se resolvió por la fuerza en 1880, las tropas de Buenos Aires al frente del gobernador Carlos Tejedor, se enfrentaron al Ejército Nacional al mando de Julio A. Roca, presidente electo, quien derrotó a los autonomistas tras sangrientos enfrentamientos y, el 20 de septiembre de 1880, se sanciona la federalización de Buenos Aires y su aduana. Este año marca el fin del último levantamiento contra el Estado Nacional.


LA ARGENTINA LIBERAL

Organización del Estado Nacional.

Hacia mediados del siglo XIX, la consolidación del capitalismo en Europa occidental dio lugar a la formación de un mercado mundial y la división internacional del trabajo. El capitalismo ofrecía perspectivas favorables para que nuestro país se insertara en este nuevo modelo que proponían las economías industriales.

El desafío planteado en nuestro país consistía en la implementación de un programa de modernización del Estado impulsado por un poder centralizado  capaz de controlar la política y la economía, así como también de desarrollar un sentimiento compartido de nación entre sus habitantes. Entre 1862 y 1880 se fue consolidando una nueva alianza social formada por comerciantes y terratenientes, tanto del litoral como del interior, interesados en impulsar y expandir las exportaciones agropecuarias demandadas por el mercado internacional.

Esta posibilidad de organizar un Estado centralizado hacía necesario someter las voluntades de los grupos dominantes durante la etapa posterior a la independencia. Las autoridades nacionales fueron tomando bajo su control funciones que hasta la firma de la Constitución les correspondían a los Estados Provinciales.  En este sentido los principales esfuerzos de la consolidación del Estado se concentraron en la organización de un ejército que monopolizara el uso de la fuerza y de una organización del sistema de impuestos que permitiera sostener los gastos de la nueva estructura política.

Las primeras presidencias nacionales fueron ocupadas por hombres que respondían a la ideología liberal y bajo esta influencia modelaron al Estado Nacional entre 1862 y 1880, las primeras magistraturas fueron ocupadas por Bartolomé Mitre, hasta 1868; Domingo F. Sarmiento, hasta 1874; y Nicolás Avellaneda hasta 1880.

El Estado liberal debió crear una nueva estructura que permitiera su desarrollo, para ello formó el ejército, la corte de justicia, el banco nacional, la emisión de papel moneda, la administración de aduanas y la contaduría general de la nación. Dentro de esta organización se hizo necesario unificar el derecho mediante la creación de códigos civiles, penales y comerciales. Para la difusión de estos nuevos marcos de legalidad se impulsó la educación pública y gratuita. El Estado nacional se apropió también de funciones tradicionalmente realizadas por la Iglesia, como el registro civil de las personas.

La modernización del estado hizo necesaria la utilización de los nuevos avances tecnológicos que permitieran articular estas acciones por medio de la instalación de telégrafos y ferrocarriles. La incorporación  del nuevo estado a la economía internacional hacía necesaria la incorporación de nuevos territorios donde extender este sistema de dominación para lo cual se procedió a ampliar las fronteras de la civilización. El ejército fue utilizado para el exterminio de las poblaciones nativas con el fin de incorporar sus territorios a las áreas de producción orientadas a la nueva organización y división internacional del trabajo. Esta avanzada, concretada en 1880 sobre las tierras marginales, y el control de las antiguas áreas mediante el sofocamiento de los alzamientos organizados por los líderes de las provincias que quedaban excluidas del nuevo orden, permitieron la consolidación del gobierno nacional.


LEY 8871, SAENZ PEÑA


En 1902 se produce una división en el Partido Autonomista Nacional por causa de la sucesión del presidente Julio A. Roca. El candidato propuesto por la junta del P.A.N. era el ex presidente Carlos Pellegrini. Sin embargo,  la decisión de Roca fue impulsar al abogado Manuel Quintana como candidato para las elecciones presidenciales de 1904. Por causa de este enfrentamiento los conservadores se fracturan en dos grupo: los "autonomistas nacionales" o roquistas, con su política de mantener el fraude electoral, y los "autonomistas" o pellegrinistas, que se separan del P.A.N.

El aumento de la agitación social reflejada en las revoluciones radicales, los atentados anarquistas y las huelgas obreras,  preocupaban  a los pellegrinistas. Los “autonomistas” deseaban encauzar  las protestas incorporando en el espacio político a los nuevos actores sociales. Para ello se hacía necesario ampliar la representación en el Congreso con los principales partidos opositores, la Unión Cívica Radical y el Partido Socialista. De esa manera, se debilitaría a las dos grandes fuerzas sociales que enfrentaban al orden conservador: el sindicalismo y el anarquismo.

Con el apoyo de Roca, Quintana logró imponerse, por medio del fraude, en las elecciones nacionales en 1904. Los actos electorales se caracterizaban por dos aspectos: Por una parte, sólo una  mínima  parte de  la  población participaba  de los  mismos.  En  las  11 elecciones  Presidenciales previas a 1912 la participación  electoral  alcanzó  en promedio tan sólo el  1.7 %  de la población total.

Por otra parte, las elecciones eran manipuladas a través de diversos  mecanismos  de fraude  electoral.  Para votar era necesario empadronarse e integrar un Registro Electoral, en general,  el   fraude   comenzaba   con  la inscripción indebida y la omisión de nombres en el registro. Ciudadanos  ausentes y  aún  muertos  formaban parte de los registros. Otro mecanismo fue el utilizado por los comités partidarios que concentraban en lugares estratégicos a sus adherentes, donde  votaban  al  mismo tiempo.

Estas concentraciones de votantes dispersaban a la oposición, que no se atrevía a acercarse a los lugares habilitados para votar. Otro de los mecanismos consistía  en  “cambiar” los votos emitidos  a través de la destrucción y el remplazo de las boletas. También,  la compra de votos; los ciudadanos recibían un vale al emitir su voto y éste se transformaba en efectivo en el comité del  partido.

PROPORCIÓN DE VOTANTES EN ELECCIONES PRESIDENCIALES.
AÑO
PRESIDENTE
ELECTO
NÚMERO DE VOTANTES
POBLACIÓN
TOTAL
% DE VOTANTES
1862
Mitre
14,000
1,400,000
1.0
1868
Sarmiento
16,900
1,688,000
1.0
1874
Avellaneda
25,800
2,154,000
1.2
1880
Roca
52,800
2,640,000
2.0
1886
Juarez Celman
61,900
3,094,000
2.0
1892
L. Saenz Peña
77,200
3,858,000
2.0
1898
Roca
89,200
4,462,000
2.0
1904
Quintana
143,000
5,716,000
2.5
1910
R.Saenz Peña
199,000
7,092,000
2.8
Fuente: Statistical Abstract of Latin America, Cap. 34.   

En 1910 llegó a la presidencia Roque Saenz Peña. Su elección fraudulenta representa a un gobierno que comienza en el marco de la ilegitimidad y termina legitimado por el ejercicio honesto del poder. Desde el gobierno se propuso legitimar el sistema democrático mediante una reforma electoral. La reforma electoral promovida por Saenz Peña se estableció por medio de tres leyes: las leyes 8.129 y 8.130 de 1911, y la ley 8.871 sancionada en 1912.  La primera de ellas establecía el servicio militar obligatorio y  la unificación de los registros electorales con los registros militares.  La segunda encomendaba a los jueces electorales la formación de los padrones. Finalmente, la ley 8871 (usualmente llamada ley Saenz Peña), sancionada por el Congreso en 1812, estableció sobre la base de los nuevos padrones , el sufragio masculino universal, secreto y obligatorio para todos los ciudadanos nativos o naturalizados mayores de 18 años.
ARTÍCULO 77 DE LA LEY SAENZ PEÑA

Los objetivos de la nueva legislación eran claros: con el fin de promover la participación, el voto se hacía obligatorio; y para reducir al mínimo las acciones delictivas, se determinaba que el ejército se haría cargo de la custodia de las elecciones. Los métodos para hacer campaña electoral se modificaron , y el fraude electoral  ya no fue posible.

En las elecciones presidenciales de 1916, bajo la Ley Saenz Peña, se impone el candidato radical Hipólito Yrigoyen, con el 45,6 % de los votos, sobre el partido consevador con el 20%. La incorporación del nuevo electorado permitió la ampliación de la representación política de un amplio sector social, aumentando el porcentaje de votantes a un 75% de la población masculina adulta.

http://www.ucema.edu.ar/u/eez/Publicaciones/La_Ley_de_Sufragio_Universal_Secreto_y_Obligatorio/sec3.PDF

SEMANA ROJA, 1909.


Desde 1890, en nuestro país se conmemora el 1º de mayo en homenaje a los caídos en la manifestación que tuvo lugar ese día de 1886 en Chicago cuando los trabajadores reclamaban por la jornada de ocho horas. El 1º de mayo de 1909 los anarquistas en la Argentina se reunieron en la Plaza Lorea (a pocos metros del Congreso). Para dispersar a la multitud, el coronel Ramón Falcón dio la orden de disparar contra los manifestantes. Murieron 11 obreros y unas 80 personas resultaron heridas, entre ellas, varios niños. A continuación reproducimos un artículo del diario La Argentina, publicado el 2 mayo de 1909, donde testigos de la jornada y miembros de la policía –incluido el coronel Ramón Falcón- relatan los hechos ocurridos en la manifestación.

Fuente: Diario La Argentina, domingo 2 de mayo, 1909, páginas 1 y 9.

Ochenta hombres del Escuadrón de Seguridad cargan contra los manifestantes, ocasionándoles cuatro muertos y más de cincuenta heridos. Las versiones sobre el origen de la masacre son contradictorias. Damos la información recogida en la policía y en el campo obrero. El coronel Falcón afirma la existencia de un complot anarquista, fraguado en la madrugada del día de ayer. Los gremios obreros, como señal de protesta, declaran la huelga. El tráfico está totalmente suprimido y las fuerzas del ejército acuarteladas en previsión de mayores disturbios Una tarde de trabajo excepcional en el consultorio central de la Asistencia Pública, cuyos médicos y practicantes se han hecho acreedores a un aplauso.

Cómo explican los hechos el coronel Falcón, el comisario de órdenes señores al señor Oyuela y el comandante Jolly, jefe del Escuadrón de Seguridad. La impresión del suceso en la Casa Rosada y en el Congreso. Los socialistas, reunidos en el Paseo Colón, frente a la Casa Rosada, reciben la triste noticia. Discurso del Doctor Palacios. 

Editorialmente reflejamos en nuestro diario la dolorosa impresión y el juicio que nos ha merecido la sangrienta jornada de ayer, que cubre con el imborrable manchón de sangre el recuerdo del día de la fiesta de los trabajadores. Cuando en nuestra última edición enviábamos el caluroso saludo a los miles y miles de obreros que se congregan a la sombra de cálidos ideales para abrir un paréntesis a la ruda labor de todos los días, no pensábamos, en verdad, que el luto y la desolación en varios hogares fuera el epílogo de la manifestación. Nuestros pronósticos de paz se han frustrado, y, y no es sino con íntima sinceridad que, como iniciación de esta crónica, enviamos nuestras condolencias a la familia obrera.

Entretanto, he aquí el prólogo y el epílogo de la jornada de ayer, que marca una fecha luctuosa en los anales de la democracia argentina.

El tráfico público se suspende en su mayor parte. Por la noche, los tranvías dejan de funcionar
Desde las primeras horas del día fue fácil advertir que la celebración del 1º de mayo había de revestir proporciones inusitadas. Como se tenía previsto, se hizo sensible mayormente la suspensión del tráfico, no observándose en todo el transcurso de la mañana, ni un solo carro, ni un solo carruaje transitando en la vía pública.

Las resoluciones de los sindicatos respectivos se cumplían, y solamente se notaba, quebrando la resolución colectiva, la normalidad de la circulación de los tranvías, que se apartaban de la actitud general, no ateniéndose ni a las resoluciones de las respectivas organizaciones, ni suscribiéndose al paro practicado por sus compañeros. Con todo, el movimiento de costumbre, en la metrópoli, podía comprobarse enormemente disminuidos, en lo que respecta al tráfico ordinario, y considerarse muerto totalmente el servicio de tráfico comercial y de pasajeros, no pudiéndose advertir sino de casualidad y muy raramente, uno que otro vehículo de carga recorrer las vías del municipio, así como los carruajes acostumbrados, que parecía haber desaparecido casi por completo.

Casi todos los gremios se adhirieron ayer al paro en conmemoración del día
No hay duda que el 1º de mayo, sea ya por costumbre o por tradición, empieza a imponerse como día festivo, así para aquellos mismos que están muy lejos de sentir las idealidades socialistas. No es extraño, pues, el observar, aún en los espíritus más displicentes y fríos a las sensaciones revolucionarias, cierta temperancia y aquiescencia que sólo se explica por una especie de hábito adquirido con toda tranquilidad y por la persuasión de que en este paro no hay ya lesión de intereses ni de propias idealidades. El 1º de mayo ha llegado a ser, para muchos capitalistas, como para muchos trabajadores, algo que se asemeja a una festividad de consagración.

De este modo es fácil evidenciar, como sin violencia de ningún género, año por año, comprobamos la cada vez mejor (no se entiende la letra del diario) industrial y comercial del día, no sólo por la virtud de la obra proletaria, tendiente a anular toda actividad humana, cuanto por la virtud y tácita aceptación del industrialismo, que a objeto de eliminar conflictos, paraliza voluntariamente la producción. Es, en consecuencia, un día festivo, de descanso, impuesto por la insistencia del esfuerzo obrero, que hoy ya no se discute.

El día de ayer ha visto la suspensión de toda actividad industrial y comercial, en una forma inusitada e imprevista. Las proporciones del paro han sido extensas y tan sensibles que no han escapado a la observación del más inadvertido de los espíritus. A excepción del servicio de tranvías, todos los demás servicios de actividad industrial y comercial de la metrópoli, se han visto paralizados, muertos, y en lo que concierne al tráfico de costumbre en las vías de la metrópoli, podría considerarse intensificado, y como peculiar de los días de grandes festividades o de inusitados acontecimientos.

(…)

Por la tarde. La columna inicia la marcha. El tiroteo y el desbande
A las 2.30 de la tarde se aglomeraba la muchedumbre, casi toda perteneciente a las organizaciones de la F.O.R.A. llevando sus banderas rojas con franja negra, distintivo de sus convecciones anarquistas, y dentro del mayor orden y tranquilidad.

De un lado y otro del sitio de reunión, avanzando allá sobre la avenida Entre Ríos y reposando sobre la antigua caballeriza policial, de la plaza Lorea, destacábase una desproporcionada cantidad de agentes, militarmente uniformados, llevando al cinto sus revólveres…

Entre los dos destacamentos policiales iba organizándose la masa popular, tranquila, casi indiferentemente, no obstante su filiación y sus tradiciones revoltosas.

Constituía este grupo de pueblo, un número no mayor de 500 personas, que se aprestaban a realizar el itinerario fijado. De tiempo en tiempo, uno que otro trabajador alocucionaba a la muchedumbre, sin propósitos mayormente opresivos, relacionando su discurso con las proyecciones de la fecha obrera, y descendiendo de la improvisada tribuna (las columnas de la luz eléctrica del centro de la avenida), en medio de las aprobaciones populares.

Eran las 2.40 de la tarde, cuando la columna empezó a moverse hacia la avenida Entre Ríos lenta, perezosamente, sin adquirir las proporciones colosales de los años anteriores. Quinientas personas, 120 agentes de seguridad, podría ser un cálculo más o menos aproximado, y casi exacto. Notábase, esto es cierto, alguna intranquilidad e inquietud en la muchedumbre, en presencia de aquel despliegue inusitado, casi formidable de fuerzas policiales, y trascendiendo de tiempo en tiempo, en pequeños pánicos que producían casi la disolución del núcleo…

Las 2.45… Se sienten, inesperadamente, en dirección de la avenida Entre Ríos, los primeros disparos… Luego el tiroteo es general, nutrido, disciplinado… La masa huye, amedrentada, sin atinar más que a buscar un refugio. De una acera y otra de la avenida, no se ven más que grandes charcos de  sangre, cadáveres y heridos que solicitan auxilio…

Nuestra redacción es visitada por numerosos manifestantes, que nos traen la narración de los hechos, tal como han sido vistos por ellos. Entre los testigos oculares elegimos a los que siguen:
Ayer, minutos después de ocurrido el luctuoso suceso, la redacción de La Argentina fue invadida por los obreros que formaban, unos en la manifestación disuelta de tan extraña manera, y otros espectadores, para expresar todos su airada protesta por el atropello de que se hiciera víctima a un pueblo indefenso en que alternaban y se confundían los ancianos, las mujeres y los niños.

Muchos fueron los obreros que nos visitaron, siendo la opinión uniforme que había habido exceso en el correctivo de la falta, si la hubo, y que la policía reveló un ensañamiento que no tuvo su razón de ser.

Unánime fue la condena y unánime el pedido para que La Argentina fuese un eco fiel de sus sentimientos.

Algunos testigos oculares de ciertos detalles, ya que era imposible la dominación del conjunto, quisieron contribuir a nuestra crónica con relatos de los mismos.

Hablan esos testigos:

Juan Sorá (No está claro el apellido)
En la calle Victoria, entre Solís y Entre Ríos, vi una ambulancia que traía un particular, muerto, al que los agentes de policía, haciendo detener el carro, lo sacaron para arrojarlo en la vereda. El muerto dio con la cabeza en el cordón de la misma. En vano fue la protesta que hecho tan insólito provocó en los que lo presenciaban, pues el muerto quedó abandonado, como si no se tratara de un ser humano.

Luego vi que en la avenida de Mayo y Solís, la policía atropelló con los caballos a la concurrencia, porque ésta se aglomeraba.

Los manifestantes protestaron, y algunos oficiales reclamaron silencio, reclamo que fue atendido; pero varios agentes quisieron ser más decisivos en la imposición y la arremetieron a machetazos.

Acto continuo, y sin oírse los tres toques de corneta de reglamento, los agentes hicieron una descarga con arena, siguiendo después las de bala, con una continuidad que daba los caracteres de una batalla.

Vi dos muertos. Uno era un particular y otro un agente, y otro de éstos heridos.

Yo no puedo acertar con la causa de aquello, aunque creo que el rigorismo haya provenido del siguiente hecho:

Poco antes de ocurrir el suceso, pasó ante los primeros grupos de manifestantes el jefe de policía, coronel Falcón, en automóvil. Habiendo huelga de chauffeurs, fue increpado, duramente el que conducía el automóvil del coronel Falcón, a lo que se unió una silbatina de los muchachos no más, pues que los grandes no participaron, y aun los primeros lo hicieron ignorando que era el jefe de policía el que pasaba.

El coronel Falcón se dirigió al departamento, y entonces se aumentó en modo considerable el número de los agentes en actitud nada tranquilizadora.

Pero aun cuando se hubiera cometido algún exceso por los exaltados, me parece que no era motivo para que se procediese con ese encarnizamiento que hiciera correr sangre en abundancia de un pueblo, repito, indefenso.

José (no se entiende en el apellido)
Iba para mi casa por la avenida de Mayo y sentí un tiro, no de revólver, sino de carabina o máuser, cuyo tiro salí del lado del Congreso. Al sonar ese tiro vi aglomerarse la gente y disparar, así como observé que la calma se restablecía a los pocos momentos, diciendo los mismos vigilantes que no era nada.

Seguí caminando por Entre Ríos y a los diez pasos sentí una descarga nutrida. Entonces la gente, al huir, se atropellaba y se volteaba, pisoteándose. Tras la descarga, que salió del lado de la casa del Congreso, los agentes hicieron fuego graneado, como si se tratara de reprimir una violenta resistencia.

Un vigilante del escuadrón llevaba dos banderas rojas, y a uno que fue a reclamarlas le tiró un tiro que dio con él en tierra.

Vi, entre muertos y heridos unos veinte.

La confusión era enorme, como lo fue la sorpresa, por aquella brusca y violenta acometida, pues tras las descargas de los revólveres, la policía atacaba con sus caballos, sable en mano, a los manifestantes. Era un luto de rigor que causaba tanta mayor indignación cuanto que aquel pueblo sin armas, al huir ofrecía la espalda como blanco.

Y así puede constatarse el hecho de que la mayoría de los heridos, lo han sido por la espalda.
Vengo a protestar, señor, porque allí no se trataba de traidores, sino de una parte del pueblo que ejercitaba un derecho, de acuerdo a sus convicciones.

Dardo Eguren (no se entiende bien el apellido)
Estaba parado en la avenida de Mayo, en la plaza Lorea.

Vi cuando los vigilantes atropellaban con los caballos, sable en mano, de adelante y de atrás,  a los manifestantes.

Vi a una niña de 16 años que llevaba un estandarte, a la que un agente le tiró un sablazo, dando contra el palo, con la suficiente fuerza para quitarle dicho estandarte, que fue a parar al suelo.

Un hombre, viendo aquella acción indigna, gritó al agente que se moderase, recibiendo por toda contestación un sablazo en la espalda. En seguida lo tomaron del cuello y lo arrastraron un largo trecho.

Yo también protesté, recibiendo un tiro que me atravesó el sombrero, sin que felizmente me dañara.

Luego empezó un tiroteo graneado. La gente disparaba en todas direcciones, atropellándose, siendo perseguida hasta la calle Rivadavia por los agentes, que le tiraban de atrás.

En ningún momento dieron lugar a que la concurrencia se disolviera, ofuscándola con aquella persistente violencia.

José Bao (No está claro el apellido)
Salí de mi casa a las 2 y 30, y fui en dirección a la plaza Lorea, para ver allí reunidos los elementos de la Federación Obrera.

En el momento de llegar sentí un toque de clarín y tras éste descargas nutridas y continuadas, cuya duración calculo en cinco minutos.

Ante aquel ataque brutal sentí una indignación tan grande que perdí la serenidad y protesté en voz alta, llamando a los que disparaban a que no dejasen fusilar a los heridos. Pocos fueron los que acudieron a mi llamado, pues la confusión producida por la sorpresa desconcertaba a todos.

El primer herido que ayudé a transportar a la farmacia más próxima fue un joven que tendría 18 años de edad, a lo sumo.

Me retiré luego de aquel lugar ensangrentado, con el espíritu entristecido por la consumación de un acto que no debiera producirse en un pueblo civilizado como el nuestro, dirigiéndome a presenciar la manifestación socialista.

En el instante que llegaba ante ella el doctor Palacios recibió la noticia del suceso y ordenaba a los comisarios de columna que hiciesen bajar las banderas en señal de duelo, descubriéndose los manifestantes y tocando las bandas marchas fúnebres.

En la silenciosa marcha de aquella enorme masa obrera, herida en su alma por aquel ataque brutal, se reveló la cultura de este pueblo, el que tendría que haber hecho no pocos esfuerzos para no estallar en su indignación, viendo llegar a sus filas hombres con las manos ensangrentadas, narrando los pormenores de la agresión.

Vi que el doctor Palacios fue varias veces levantado en andas para que dirigiera la palabra a los manifestantes, cuando el escuadrón pretendía cortar la columna, lo que aconteció dos o tres veces.

Sin embargo, la manifestación socialista llegó a la Plaza Colón, silenciosa, pero imponente como masa ciudadana, sin proferir un grito, serena y fuerte, aunque triste por el resultado desastroso de la disolución de los ácratas.

Felipe Trujillo
He estado desde el principio de los sucesos. Puedo asegurar, porque lo vi, que un agente de a pie hizo el primer disparo, apuntando al suelo, y como si esa hubiese sido la señal que se esperaba, las descargas se sucedieron sin interrupción por breves intervalos, sembrando la confusión y el espanto.

Presencié el cuadro de un pequeño que, arrodillado junto a un anciano, herido de gravedad, le sacaba la cartera del bolsillo del saco para guardarla, mientras repetía, gimiendo amargamente: “Es inocente, nada ha hecho: ¿por qué le han herido?” Quise aproximarme al anciano para auxiliarlo, pero la policía me impidió acercarme.

Más allá había un niño, como de 7 años, herido en una pierna, que se encontraba sentado en el umbral de una puerta, en compañía de una niña de corta edad, que parecía su hermana. El chico se había bajado la media y miraba con terror correr la sangre. También quise acercarme a él pero me fue prohibido por la policía.

Debo hacer constar que la inmensa mayoría de los manifestantes estaban desarmados, que eran raros los que tenían revólver, lo que aleja la suposición de que se fuera preparado para intentar resistirse o asaltar a la policía. El pueblo iba, como siempre, a exteriorizar su convicción.
(…)

Y vi que los agentes descargaban sus revólveres allí donde la masa era más compacta, como si desearan concluir pronto con ella, a pesar de no ofrecer ninguna resistencia y a pesar de la gran cantidad de niños que había.

He venido a La Argentina a relatar lo que he visto, en la confianza de que seríamos justamente atendidos en nuestras quejas los que hemos sido tratados como si estuviéramos excluidos del derecho de gentes.

Esta agresión sin precedentes, tendrá la virtud de fortalecer los anhelos de nuestra causa.
He visto asimismo este hecho: Una vez que se les concluían las balas, iban a renovar la provisión en el cuartel de la Plaza Lorea, donde había un tacho cargado de balas. Allí los agentes cargaban sus revólveres y salían otra vez a la carrera, para continuar disparando tiros.

La Argentina, por sus medios propios, pudo informarse de los sucesos producidos, seguro de que de las averiguaciones que practique ha de ponerse de evidente manifiesto el exceso de giro en la policía.

La versión policial. Entrevista de nuestros reporteros con el comisario Oyuela, antes de la llegada del coronel Falcón
A la hora en que llegamos nosotros, la efervescencia es notable en el departamento central de policía. Sin precisar cifras o exagerándolas de una manera visible, se habla de muertos y heridos, dando al hecho proporciones de verdadera catástrofe. La alarma del primer momento, que hizo redoblar el personal de guardias y adoptar todo género de precauciones, ha pasado ya y sólo queda imperante la ansiedad natural de conocer los sucesos, pintada en todos los semblantes.

-Señor -le preguntamos al señor Oyuela, comisario de órdenes del departamento central de policía- estimaríamos nos facilitara datos e impresiones sobre el hecho que acaba de ocurrir.
-Nada puedo decirle, sino guiándome por las impresiones que he recogido. Se me informa que un individuo que acompañaba al conocido agitador anarquista López, fue quien produjo el primer disparo y provocó el hecho. El individuo se halla detenido. Varias personas han testificado es el iniciador de la jornada que lamentamos.
-Se nos ha dicho en los primeros momentos que el número de muertos asciende a diez.
-Asegurarle nada puedo, porque, le insisto, hablo por referencias: pero creo que esa cifra no es la real. Mis apuntes dan cinco muertos, cifra que puede ser rectificada posteriormente, y que entre los heridos se hallan cinco agentes.
-¿Los encargados de mantener el orden eran…?
-El comandante Jolly y parte de su personal subalterno.
-Señor, ¿se puede saber si la policía temía se produjeran hoy disturbios?
-Según noticias, se habían adquirido anoche revólveres, que fueron repartidos entre algunos de los manifestantes. El comandante Jolly recorrió con anterioridad el trayecto, y salvo dos cuadras que se hallan en la calle Libertad llenas de pedregullo, y que hubieran facilitado elementos para hostilizar la policía, todo lo halló en orden. Nada más puedo agregarle. De más está decirle que si pudiera afirmarle algo más, con gusto se lo brindaría para su diario.

Agradecidos, nos despedimos.

Con el coronel Falcón. Asegura que los anarquistas tenían desde la noche antes tramado un complot
Nuestra entrevista con el coronel Falcón es breve, porque las circunstancias así lo imponen. Cuando desciende del automóvil en que ha recorrido el lugar de los sucesos y los sitios en que las clases obreras se han reunido, de vuelta a la Casa de Gobierno, penetramos con él, al amplio salón de su despacho.

Sin más preámbulos, lo abordamos.
-¿Justifica los hechos, coronel?
-Los lamento, en mi doble carácter de jefe de policía y de hombre.
-¿Los preveía?
-Casi, aunque no sospechaba que revistiesen la magnitud que han tenido.
-Los sospechaba, ¿por qué?
-Porque se tenía conocimiento preciso, mediante la sección orden social de la comisaría de investigaciones, que los círculos anarquistas habían decidido dar un carácter violento al 1º de mayo de 1909. Anoche, en una reunión última, se decidió asaltar los tranvías y los coches y obstaculizar el tránsito. Puedo asegurarle que anoche mismo, hasta altas horas, los obreros han estado recorriendo casas de compraventa para adquirir armas…
-Tal vez sería un poco difícil probar eso…
-Difícil, sí, pero para la policía, no. En previsión de un atentado, se dispuso que la fuerza del escuadrón de seguridad, que debía dar guardia al grupo anarquista, fuese perfectamente armada, llevando los revólveres al descubierto, para imponer respeto.
-Y como instrucciones…
-Las de ser prudentes, pero enérgicos. La institución policial, desde hace algún tiempo, ha estado contemporizando con los exaltados. Usted no me podrá citar un solo atropello ni un caso de aplicación de la ley de residencia ni de clausura de locales obreros. La misma ordenanza sobre penalidades, motivo del conflicto, se había postergado en su aplicación, a pedido especial de esta jefatura. Pero lo ocurrido ayer demuestra que es indispensable volver a la táctica antigua y obrar con la energía necesaria, dejando a un lado contemplaciones que a nada conducen.
-Pero ¿fueron acaso los obreros los promotores de la masacre?
-Sin duda alguna. De ellos partió el primer tiro. La policía no podía menos que defenderse…
-Y para defender, mató e hirió. Por lo menos, coronel, convendrá en que no se han guardado los principios de la legítima defensa, porque ésta no ha guardado proporción con el ataque…
-Agrego que lamento lo ocurrido, pero que no ha estado en mis manos evitarlo.