Desde 1890, en nuestro país se conmemora el 1º de mayo en homenaje a los caídos en la manifestación que tuvo lugar ese día de 1886 en Chicago cuando los trabajadores reclamaban por la jornada de ocho horas. El 1º de mayo de 1909 los anarquistas en la Argentina se reunieron en la Plaza Lorea (a pocos metros del Congreso). Para dispersar a la multitud, el coronel Ramón Falcón dio la orden de disparar contra los manifestantes. Murieron 11 obreros y unas 80 personas resultaron heridas, entre ellas, varios niños. A continuación reproducimos un artículo del diario La Argentina, publicado el 2 mayo de 1909, donde testigos de la jornada y miembros de la policía –incluido el coronel Ramón Falcón- relatan los hechos ocurridos en la manifestación.
Fuente: Diario La Argentina, domingo 2 de mayo, 1909, páginas 1 y 9.
Ochenta hombres del Escuadrón de Seguridad cargan contra los manifestantes, ocasionándoles cuatro muertos y más de cincuenta heridos. Las versiones sobre el origen de la masacre son contradictorias. Damos la información recogida en la policía y en el campo obrero. El coronel Falcón afirma la existencia de un complot anarquista, fraguado en la madrugada del día de ayer. Los gremios obreros, como señal de protesta, declaran la huelga. El tráfico está totalmente suprimido y las fuerzas del ejército acuarteladas en previsión de mayores disturbios Una tarde de trabajo excepcional en el consultorio central de la Asistencia Pública, cuyos médicos y practicantes se han hecho acreedores a un aplauso.
Cómo explican los hechos el coronel Falcón, el comisario de órdenes señores al señor Oyuela y el comandante Jolly, jefe del Escuadrón de Seguridad. La impresión del suceso en la Casa Rosada y en el Congreso. Los socialistas, reunidos en el Paseo Colón, frente a la Casa Rosada, reciben la triste noticia. Discurso del Doctor Palacios.
Editorialmente reflejamos en nuestro diario la dolorosa impresión y el juicio que nos ha merecido la sangrienta jornada de ayer, que cubre con el imborrable manchón de sangre el recuerdo del día de la fiesta de los trabajadores. Cuando en nuestra última edición enviábamos el caluroso saludo a los miles y miles de obreros que se congregan a la sombra de cálidos ideales para abrir un paréntesis a la ruda labor de todos los días, no pensábamos, en verdad, que el luto y la desolación en varios hogares fuera el epílogo de la manifestación. Nuestros pronósticos de paz se han frustrado, y, y no es sino con íntima sinceridad que, como iniciación de esta crónica, enviamos nuestras condolencias a la familia obrera.
Entretanto, he aquí el prólogo y el epílogo de la jornada de ayer, que marca una fecha luctuosa en los anales de la democracia argentina.
El tráfico público se suspende en su mayor parte. Por la noche, los tranvías dejan de funcionar
Desde las primeras horas del día fue fácil advertir que la celebración del 1º de mayo había de revestir proporciones inusitadas. Como se tenía previsto, se hizo sensible mayormente la suspensión del tráfico, no observándose en todo el transcurso de la mañana, ni un solo carro, ni un solo carruaje transitando en la vía pública.
Las resoluciones de los sindicatos respectivos se cumplían, y solamente se notaba, quebrando la resolución colectiva, la normalidad de la circulación de los tranvías, que se apartaban de la actitud general, no ateniéndose ni a las resoluciones de las respectivas organizaciones, ni suscribiéndose al paro practicado por sus compañeros. Con todo, el movimiento de costumbre, en la metrópoli, podía comprobarse enormemente disminuidos, en lo que respecta al tráfico ordinario, y considerarse muerto totalmente el servicio de tráfico comercial y de pasajeros, no pudiéndose advertir sino de casualidad y muy raramente, uno que otro vehículo de carga recorrer las vías del municipio, así como los carruajes acostumbrados, que parecía haber desaparecido casi por completo.
Casi todos los gremios se adhirieron ayer al paro en conmemoración del día
No hay duda que el 1º de mayo, sea ya por costumbre o por tradición, empieza a imponerse como día festivo, así para aquellos mismos que están muy lejos de sentir las idealidades socialistas. No es extraño, pues, el observar, aún en los espíritus más displicentes y fríos a las sensaciones revolucionarias, cierta temperancia y aquiescencia que sólo se explica por una especie de hábito adquirido con toda tranquilidad y por la persuasión de que en este paro no hay ya lesión de intereses ni de propias idealidades. El 1º de mayo ha llegado a ser, para muchos capitalistas, como para muchos trabajadores, algo que se asemeja a una festividad de consagración.
De este modo es fácil evidenciar, como sin violencia de ningún género, año por año, comprobamos la cada vez mejor (no se entiende la letra del diario) industrial y comercial del día, no sólo por la virtud de la obra proletaria, tendiente a anular toda actividad humana, cuanto por la virtud y tácita aceptación del industrialismo, que a objeto de eliminar conflictos, paraliza voluntariamente la producción. Es, en consecuencia, un día festivo, de descanso, impuesto por la insistencia del esfuerzo obrero, que hoy ya no se discute.
El día de ayer ha visto la suspensión de toda actividad industrial y comercial, en una forma inusitada e imprevista. Las proporciones del paro han sido extensas y tan sensibles que no han escapado a la observación del más inadvertido de los espíritus. A excepción del servicio de tranvías, todos los demás servicios de actividad industrial y comercial de la metrópoli, se han visto paralizados, muertos, y en lo que concierne al tráfico de costumbre en las vías de la metrópoli, podría considerarse intensificado, y como peculiar de los días de grandes festividades o de inusitados acontecimientos.
(…)
Por la tarde. La columna inicia la marcha. El tiroteo y el desbande
A las 2.30 de la tarde se aglomeraba la muchedumbre, casi toda perteneciente a las organizaciones de la F.O.R.A. llevando sus banderas rojas con franja negra, distintivo de sus convecciones anarquistas, y dentro del mayor orden y tranquilidad.
De un lado y otro del sitio de reunión, avanzando allá sobre la avenida Entre Ríos y reposando sobre la antigua caballeriza policial, de la plaza Lorea, destacábase una desproporcionada cantidad de agentes, militarmente uniformados, llevando al cinto sus revólveres…
Entre los dos destacamentos policiales iba organizándose la masa popular, tranquila, casi indiferentemente, no obstante su filiación y sus tradiciones revoltosas.
Constituía este grupo de pueblo, un número no mayor de 500 personas, que se aprestaban a realizar el itinerario fijado. De tiempo en tiempo, uno que otro trabajador alocucionaba a la muchedumbre, sin propósitos mayormente opresivos, relacionando su discurso con las proyecciones de la fecha obrera, y descendiendo de la improvisada tribuna (las columnas de la luz eléctrica del centro de la avenida), en medio de las aprobaciones populares.
Eran las 2.40 de la tarde, cuando la columna empezó a moverse hacia la avenida Entre Ríos lenta, perezosamente, sin adquirir las proporciones colosales de los años anteriores. Quinientas personas, 120 agentes de seguridad, podría ser un cálculo más o menos aproximado, y casi exacto. Notábase, esto es cierto, alguna intranquilidad e inquietud en la muchedumbre, en presencia de aquel despliegue inusitado, casi formidable de fuerzas policiales, y trascendiendo de tiempo en tiempo, en pequeños pánicos que producían casi la disolución del núcleo…
Las 2.45… Se sienten, inesperadamente, en dirección de la avenida Entre Ríos, los primeros disparos… Luego el tiroteo es general, nutrido, disciplinado… La masa huye, amedrentada, sin atinar más que a buscar un refugio. De una acera y otra de la avenida, no se ven más que grandes charcos de sangre, cadáveres y heridos que solicitan auxilio…
Nuestra redacción es visitada por numerosos manifestantes, que nos traen la narración de los hechos, tal como han sido vistos por ellos. Entre los testigos oculares elegimos a los que siguen:
Ayer, minutos después de ocurrido el luctuoso suceso, la redacción de La Argentina fue invadida por los obreros que formaban, unos en la manifestación disuelta de tan extraña manera, y otros espectadores, para expresar todos su airada protesta por el atropello de que se hiciera víctima a un pueblo indefenso en que alternaban y se confundían los ancianos, las mujeres y los niños.
Muchos fueron los obreros que nos visitaron, siendo la opinión uniforme que había habido exceso en el correctivo de la falta, si la hubo, y que la policía reveló un ensañamiento que no tuvo su razón de ser.
Unánime fue la condena y unánime el pedido para que La Argentina fuese un eco fiel de sus sentimientos.
Algunos testigos oculares de ciertos detalles, ya que era imposible la dominación del conjunto, quisieron contribuir a nuestra crónica con relatos de los mismos.
Hablan esos testigos:
Juan Sorá (No está claro el apellido)
En la calle Victoria, entre Solís y Entre Ríos, vi una ambulancia que traía un particular, muerto, al que los agentes de policía, haciendo detener el carro, lo sacaron para arrojarlo en la vereda. El muerto dio con la cabeza en el cordón de la misma. En vano fue la protesta que hecho tan insólito provocó en los que lo presenciaban, pues el muerto quedó abandonado, como si no se tratara de un ser humano.
Luego vi que en la avenida de Mayo y Solís, la policía atropelló con los caballos a la concurrencia, porque ésta se aglomeraba.
Los manifestantes protestaron, y algunos oficiales reclamaron silencio, reclamo que fue atendido; pero varios agentes quisieron ser más decisivos en la imposición y la arremetieron a machetazos.
Acto continuo, y sin oírse los tres toques de corneta de reglamento, los agentes hicieron una descarga con arena, siguiendo después las de bala, con una continuidad que daba los caracteres de una batalla.
Vi dos muertos. Uno era un particular y otro un agente, y otro de éstos heridos.
Yo no puedo acertar con la causa de aquello, aunque creo que el rigorismo haya provenido del siguiente hecho:
Poco antes de ocurrir el suceso, pasó ante los primeros grupos de manifestantes el jefe de policía, coronel Falcón, en automóvil. Habiendo huelga de chauffeurs, fue increpado, duramente el que conducía el automóvil del coronel Falcón, a lo que se unió una silbatina de los muchachos no más, pues que los grandes no participaron, y aun los primeros lo hicieron ignorando que era el jefe de policía el que pasaba.
El coronel Falcón se dirigió al departamento, y entonces se aumentó en modo considerable el número de los agentes en actitud nada tranquilizadora.
Pero aun cuando se hubiera cometido algún exceso por los exaltados, me parece que no era motivo para que se procediese con ese encarnizamiento que hiciera correr sangre en abundancia de un pueblo, repito, indefenso.
José (no se entiende en el apellido)
Iba para mi casa por la avenida de Mayo y sentí un tiro, no de revólver, sino de carabina o máuser, cuyo tiro salí del lado del Congreso. Al sonar ese tiro vi aglomerarse la gente y disparar, así como observé que la calma se restablecía a los pocos momentos, diciendo los mismos vigilantes que no era nada.
Seguí caminando por Entre Ríos y a los diez pasos sentí una descarga nutrida. Entonces la gente, al huir, se atropellaba y se volteaba, pisoteándose. Tras la descarga, que salió del lado de la casa del Congreso, los agentes hicieron fuego graneado, como si se tratara de reprimir una violenta resistencia.
Un vigilante del escuadrón llevaba dos banderas rojas, y a uno que fue a reclamarlas le tiró un tiro que dio con él en tierra.
Vi, entre muertos y heridos unos veinte.
La confusión era enorme, como lo fue la sorpresa, por aquella brusca y violenta acometida, pues tras las descargas de los revólveres, la policía atacaba con sus caballos, sable en mano, a los manifestantes. Era un luto de rigor que causaba tanta mayor indignación cuanto que aquel pueblo sin armas, al huir ofrecía la espalda como blanco.
Y así puede constatarse el hecho de que la mayoría de los heridos, lo han sido por la espalda.
Vengo a protestar, señor, porque allí no se trataba de traidores, sino de una parte del pueblo que ejercitaba un derecho, de acuerdo a sus convicciones.
Dardo Eguren (no se entiende bien el apellido)
Estaba parado en la avenida de Mayo, en la plaza Lorea.
Vi cuando los vigilantes atropellaban con los caballos, sable en mano, de adelante y de atrás, a los manifestantes.
Vi a una niña de 16 años que llevaba un estandarte, a la que un agente le tiró un sablazo, dando contra el palo, con la suficiente fuerza para quitarle dicho estandarte, que fue a parar al suelo.
Un hombre, viendo aquella acción indigna, gritó al agente que se moderase, recibiendo por toda contestación un sablazo en la espalda. En seguida lo tomaron del cuello y lo arrastraron un largo trecho.
Yo también protesté, recibiendo un tiro que me atravesó el sombrero, sin que felizmente me dañara.
Luego empezó un tiroteo graneado. La gente disparaba en todas direcciones, atropellándose, siendo perseguida hasta la calle Rivadavia por los agentes, que le tiraban de atrás.
En ningún momento dieron lugar a que la concurrencia se disolviera, ofuscándola con aquella persistente violencia.
José Bao (No está claro el apellido)
Salí de mi casa a las 2 y 30, y fui en dirección a la plaza Lorea, para ver allí reunidos los elementos de la Federación Obrera.
En el momento de llegar sentí un toque de clarín y tras éste descargas nutridas y continuadas, cuya duración calculo en cinco minutos.
Ante aquel ataque brutal sentí una indignación tan grande que perdí la serenidad y protesté en voz alta, llamando a los que disparaban a que no dejasen fusilar a los heridos. Pocos fueron los que acudieron a mi llamado, pues la confusión producida por la sorpresa desconcertaba a todos.
El primer herido que ayudé a transportar a la farmacia más próxima fue un joven que tendría 18 años de edad, a lo sumo.
Me retiré luego de aquel lugar ensangrentado, con el espíritu entristecido por la consumación de un acto que no debiera producirse en un pueblo civilizado como el nuestro, dirigiéndome a presenciar la manifestación socialista.
En el instante que llegaba ante ella el doctor Palacios recibió la noticia del suceso y ordenaba a los comisarios de columna que hiciesen bajar las banderas en señal de duelo, descubriéndose los manifestantes y tocando las bandas marchas fúnebres.
En la silenciosa marcha de aquella enorme masa obrera, herida en su alma por aquel ataque brutal, se reveló la cultura de este pueblo, el que tendría que haber hecho no pocos esfuerzos para no estallar en su indignación, viendo llegar a sus filas hombres con las manos ensangrentadas, narrando los pormenores de la agresión.
Vi que el doctor Palacios fue varias veces levantado en andas para que dirigiera la palabra a los manifestantes, cuando el escuadrón pretendía cortar la columna, lo que aconteció dos o tres veces.
Sin embargo, la manifestación socialista llegó a la Plaza Colón, silenciosa, pero imponente como masa ciudadana, sin proferir un grito, serena y fuerte, aunque triste por el resultado desastroso de la disolución de los ácratas.
Felipe Trujillo
He estado desde el principio de los sucesos. Puedo asegurar, porque lo vi, que un agente de a pie hizo el primer disparo, apuntando al suelo, y como si esa hubiese sido la señal que se esperaba, las descargas se sucedieron sin interrupción por breves intervalos, sembrando la confusión y el espanto.
Presencié el cuadro de un pequeño que, arrodillado junto a un anciano, herido de gravedad, le sacaba la cartera del bolsillo del saco para guardarla, mientras repetía, gimiendo amargamente: “Es inocente, nada ha hecho: ¿por qué le han herido?” Quise aproximarme al anciano para auxiliarlo, pero la policía me impidió acercarme.
Más allá había un niño, como de 7 años, herido en una pierna, que se encontraba sentado en el umbral de una puerta, en compañía de una niña de corta edad, que parecía su hermana. El chico se había bajado la media y miraba con terror correr la sangre. También quise acercarme a él pero me fue prohibido por la policía.
Debo hacer constar que la inmensa mayoría de los manifestantes estaban desarmados, que eran raros los que tenían revólver, lo que aleja la suposición de que se fuera preparado para intentar resistirse o asaltar a la policía. El pueblo iba, como siempre, a exteriorizar su convicción.
(…)
Y vi que los agentes descargaban sus revólveres allí donde la masa era más compacta, como si desearan concluir pronto con ella, a pesar de no ofrecer ninguna resistencia y a pesar de la gran cantidad de niños que había.
He venido a La Argentina a relatar lo que he visto, en la confianza de que seríamos justamente atendidos en nuestras quejas los que hemos sido tratados como si estuviéramos excluidos del derecho de gentes.
Esta agresión sin precedentes, tendrá la virtud de fortalecer los anhelos de nuestra causa.
He visto asimismo este hecho: Una vez que se les concluían las balas, iban a renovar la provisión en el cuartel de la Plaza Lorea, donde había un tacho cargado de balas. Allí los agentes cargaban sus revólveres y salían otra vez a la carrera, para continuar disparando tiros.
La Argentina, por sus medios propios, pudo informarse de los sucesos producidos, seguro de que de las averiguaciones que practique ha de ponerse de evidente manifiesto el exceso de giro en la policía.
La versión policial. Entrevista de nuestros reporteros con el comisario Oyuela, antes de la llegada del coronel Falcón
A la hora en que llegamos nosotros, la efervescencia es notable en el departamento central de policía. Sin precisar cifras o exagerándolas de una manera visible, se habla de muertos y heridos, dando al hecho proporciones de verdadera catástrofe. La alarma del primer momento, que hizo redoblar el personal de guardias y adoptar todo género de precauciones, ha pasado ya y sólo queda imperante la ansiedad natural de conocer los sucesos, pintada en todos los semblantes.
-Señor -le preguntamos al señor Oyuela, comisario de órdenes del departamento central de policía- estimaríamos nos facilitara datos e impresiones sobre el hecho que acaba de ocurrir.
-Nada puedo decirle, sino guiándome por las impresiones que he recogido. Se me informa que un individuo que acompañaba al conocido agitador anarquista López, fue quien produjo el primer disparo y provocó el hecho. El individuo se halla detenido. Varias personas han testificado es el iniciador de la jornada que lamentamos.
-Se nos ha dicho en los primeros momentos que el número de muertos asciende a diez.
-Asegurarle nada puedo, porque, le insisto, hablo por referencias: pero creo que esa cifra no es la real. Mis apuntes dan cinco muertos, cifra que puede ser rectificada posteriormente, y que entre los heridos se hallan cinco agentes.
-¿Los encargados de mantener el orden eran…?
-El comandante Jolly y parte de su personal subalterno.
-Señor, ¿se puede saber si la policía temía se produjeran hoy disturbios?
-Según noticias, se habían adquirido anoche revólveres, que fueron repartidos entre algunos de los manifestantes. El comandante Jolly recorrió con anterioridad el trayecto, y salvo dos cuadras que se hallan en la calle Libertad llenas de pedregullo, y que hubieran facilitado elementos para hostilizar la policía, todo lo halló en orden. Nada más puedo agregarle. De más está decirle que si pudiera afirmarle algo más, con gusto se lo brindaría para su diario.
Agradecidos, nos despedimos.
Con el coronel Falcón. Asegura que los anarquistas tenían desde la noche antes tramado un complot
Nuestra entrevista con el coronel Falcón es breve, porque las circunstancias así lo imponen. Cuando desciende del automóvil en que ha recorrido el lugar de los sucesos y los sitios en que las clases obreras se han reunido, de vuelta a la Casa de Gobierno, penetramos con él, al amplio salón de su despacho.
Sin más preámbulos, lo abordamos.
-¿Justifica los hechos, coronel?
-Los lamento, en mi doble carácter de jefe de policía y de hombre.
-¿Los preveía?
-Casi, aunque no sospechaba que revistiesen la magnitud que han tenido.
-Los sospechaba, ¿por qué?
-Porque se tenía conocimiento preciso, mediante la sección orden social de la comisaría de investigaciones, que los círculos anarquistas habían decidido dar un carácter violento al 1º de mayo de 1909. Anoche, en una reunión última, se decidió asaltar los tranvías y los coches y obstaculizar el tránsito. Puedo asegurarle que anoche mismo, hasta altas horas, los obreros han estado recorriendo casas de compraventa para adquirir armas…
-Tal vez sería un poco difícil probar eso…
-Difícil, sí, pero para la policía, no. En previsión de un atentado, se dispuso que la fuerza del escuadrón de seguridad, que debía dar guardia al grupo anarquista, fuese perfectamente armada, llevando los revólveres al descubierto, para imponer respeto.
-Y como instrucciones…
-Las de ser prudentes, pero enérgicos. La institución policial, desde hace algún tiempo, ha estado contemporizando con los exaltados. Usted no me podrá citar un solo atropello ni un caso de aplicación de la ley de residencia ni de clausura de locales obreros. La misma ordenanza sobre penalidades, motivo del conflicto, se había postergado en su aplicación, a pedido especial de esta jefatura. Pero lo ocurrido ayer demuestra que es indispensable volver a la táctica antigua y obrar con la energía necesaria, dejando a un lado contemplaciones que a nada conducen.
-Pero ¿fueron acaso los obreros los promotores de la masacre?
-Sin duda alguna. De ellos partió el primer tiro. La policía no podía menos que defenderse…
-Y para defender, mató e hirió. Por lo menos, coronel, convendrá en que no se han guardado los principios de la legítima defensa, porque ésta no ha guardado proporción con el ataque…
-Agrego que lamento lo ocurrido, pero que no ha estado en mis manos evitarlo.