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Prof. Federico Cantó

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miércoles, 23 de octubre de 2013

LOS CALDEOS, ISAAC ASIMOV

Ver anterior: Las ciudades estado sumerias

Los caldeos

adaptación del libro Historia de los Egipcios de Isaac Asimov

Asurbanipal, que había dominado sobre Egipto brevemente, había muerto en el 625 a. C., y por primera vez en siglo y cuarto, Asiria careció de un rey fuerte. Babilonia, aún invicta y rebelde, halló su oportunidad.
La ciudad de Babilonia y la región circundante estaba bajo el control de los caldeos, tribu semítica que había penetrado en la zona hacia el año 1000 a. C. En el último año del reinado de Asurbanipal, el príncipe caldeo Nabopolasar gobernó Babilonia como virrey asirio. Lo mismo que Psamético, se decidió a tomar la iniciativa por su cuenta cuando vio que el poderío asirio había declinado lo suficiente como para hacerlo sin peligro y, también como Psamético, buscó aliados en el exterior.
Nabopolasar los halló entre los medos. Se trataba de un pueblo de lengua indoeuropeas, establecido en una región al este de Asiria en el 850 a. C., cuando Asiria estaba en los comienzos de su imperio. Durante el apogeo de Asiria, Media le fue tributaria.
En la época en que murió Asurbanipal, sin embargo, un jefe medo llamado Ciaxares había logrado unir a cierto número de tribus bajo su mando y formar un fuerte reino. Fue con Ciaxares con quien Nabopolasar concluyó su alianza. Asiria, bloqueada, se vio enfrentada a los medos por el este, y a los babilonios por el sur. Los ejércitos asirios reaccionaron atacando, pero su fuerza, gastada pródigamente a lo largo de los siglos, sin apenas una pausa, había desaparecido. Asiria se resquebrajó, se arruinó y acabó derrumbándose sobre sí misma.
En el 612 a. C., Nínive, capital de Asiria, fue conquistada, y un grito de alegría se elevó de los pueblos sometidos que tanto habían sufrido bajo su dominio. (Entre los gritos de triunfo no fue el menos importante el de un profeta de Judea llamado Nahum, cuyo jubiloso poema aparece en la Biblia).
Sólo dos años después de este trascendental acontecimiento, Necao I (llamado como su abuelo) sucedió a su padre en el trono egipcio. Necao se encontró con una situación difícil. Una Asiria débil era lo ideal para Egipto. Pero que ésta hubiera sido sustituida por potencias nuevas, vigorosas y sedientas de imperio, podía resultar nefasto.
Pese a esto, Necao pensó que no todo se había perdido. Incluso después de la caída de Nínive, fragmentos del ejército asirio se habían refugiado en Harrán, a 225 millas al oeste de Nínive, logrando resistir durante varios años.
Necao decidió hacer algo al respecto. Podía atacar la costa oriental del Mediterráneo, siguiendo las rutas del gran Tutmosis III. Se trataba, a su modo de ver, de una política doblemente acertada, pues aunque no tenía tiempo para socorrer a Harrán, al menos podía proteger la costa oriental del Mediterráneo y contener a los caldeos —esos nuevos creadores de imperios— a una considerable distancia de Egipto.
En el camino de Necao, sin embargo, se encontraba el pequeño Estado de Judá. Habían transcurrido ya cuatro siglos desde que David instaurase su breve imperio, y lo que quedaba de él, Judá, subsistía aún, gobernado por Josías, descendiente de David. Judá había sobrevivido a la caída del reino septentrional de Israel, había resistido a las tropas de Senaquerib y, en verdad, se las arregló para sobrevivir a Asiria.
Y ahora se enfrentaba a Necao. Josías de Judá no podía permitir el paso de Necao sin oponérsele. Si Necao resultaba victorioso le sería fácil dominar Judá; si resultaba derrotado, los caldeos bajarían hacia el sur en busca de venganza contra Judá, por haber dejado pasar a los egipcios. Por ende, Josías preparó a su pequeño ejército.
Necao habría preferido no perder tiempo en Judá, pero no tenía elección. En el 608 a. C, Necao se enfrentó a Josías en Megiddo, en el mismo lugar en que Tutmosis III había derrotado a la coalición de príncipes cananeos casi quince siglos antes. La historia se repitió ahora. Los egipcios resultaron vencedores de nuevo, y el rey de Judá fue muerto. Por primera vez en seis siglos, el poder egipcio dominaba en Siria.
Sin embargo, también los caldeos hacían progresos. Por entonces controlaban ya toda la región del Tigris-Eúfrates. Nabopolasar era viejo y estaba enfermo, pero tenía un hijo llamado Nabucodonosor, muy hábil, que condujo a los ejércitos caldeos hacia el oeste. Josías había sido derrotado y muerto por Necao, pero había retrasado la marcha del ejército egipcio el tiempo justo para que Nabucodonosor pudiera llegar hasta Harrán y ponerle sitio. En el 606 a. C., tomó la ciudad, y los últimos restos del poderío asirio se desvanecieron. Y Asiria desapareció de la Historia.
Esto dejaba a caldeos y a egipcios frente a frente. Se encontraron en Karkemish, allí donde en cierta ocasión Tutmosis I erigiera un cipo para conmemorar la primera vez que los ejércitos egipcios llegaron a orillas del Eufrates.
Si la señal conservaba algún poder mágico en la posterioridad, éste, sin embargo, no revirtió en favor de Egipto. Necao podía derrotar al exiguo ejército de Judá, pero las poderosas huestes de Nabucodonosor eran harina de otro costal. Los egipcios fueron aplastados, y Necao salió de Asia tambaleándose y algo más deprisa que cuando había entrado. El sueño de Necao de restaurar el poder imperial de Egipto duró apenas dos años, y nunca más volvería a intentarlo.
En realidad Nabucodonosor, militar realmente vigoroso, pudo haber perseguido a Necao hasta Egipto y haber ocupado el país si Nabopolasar no hubiese muerto en ese momento, y Nabucodonosor no hubiese tenido que volver a Babilonia para asegurarse la sucesión.
Relativamente en paz, gracias a este afortunado evento, Necao tuvo oportunidad de madurar planes en beneficio de la economía egipcia. Su principal interés se centró en las vías navegables. Egipto era el país de un río de cientos de canales, pero también limitaba con dos mares, el Mediterráneo y el Rojo. A lo largo de las orillas de ambos, los navíos egipcios se habían aventurado con preocupación durante dos mil años o más, hasta Fenicia en el primer caso, y hasta Punt en el segundo.
De vez en cuando los monarcas egipcios habían pensado en la conveniencia de que se excavase un canal desde el Nilo al mar Rojo. De este modo, el comercio podría extenderse de mar a mar, y los barcos podrían ir de Fenicia a Punt directamente.
En los primeros tiempos de la historia egipcia la región entre el Nilo y el mar Rojo era menos seca de lo que sería luego, y en los confines del Sinaí había algunos lagos que ahora no existen. Es probable que en los Imperios Antiguos y Medio existiese algún tipo de canal, que utilizaba estos lagos, pero que requeriría cuidados constantes y que, cuando Egipto atravesó épocas de agitación, quedó obstruido y desapareció. Su recuperación, además, debido a la creciente aridez del clima, se fue haciendo progresivamente más difícil.
Ya Ramsés II había considerado su reconstrucción, pero sin llegar a nada, quizá porque gastó demasiadas energías disparatadamente en la construcción de estatuas en su honor. También Necao soñó con ello, pero fracasó, quizá porque su aventura asiática le había restado fuerzas.
Sin embargo, parece ser que Necao tenía otra idea. Si los mares Mediterráneo y Rojo no podían ser conectados mediante un canal artificial, quizá pudiesen serlo por su vía natural, la del mar. Según Heródoto, Necao decidió descubrir si se podía ir del Mediterráneo al mar Rojo circunnavegando África. Con este fin contrató a navegantes fenicios (los mejores del mundo), obteniendo el éxito deseado, con un viaje que duró tres años. O, al menos, esto es lo que cuenta Heródoto.
Con todo, aunque Heródoto transmite esta historia, afirma rotundamente que no la cree. Y las razones de este escepticismo son que, según los informes, los marinos fenicios creyeron haber visto el sol de mediodía al norte del cenit, al cruzar por el extremo sur de África. Heródoto dice que esto es imposible, ya que en todas las regiones conocidas del mundo, es sol queda al sur del cenit al mediodía.
El desconocimiento de Heródoto de la forma de la Tierra lo condujo a conclusiones erróneas. Está claro que en la zona templada septentrional el sol de mediodía se halla siempre al sur del cenit. Sin embargo, en la zona templada meridional el sol está siempre al norte del cenit.
En verdad, la extremidad meridional de África se halla en la zona templada del sur. El hecho de que los marinos fenicios informasen sobre la posición norte del sol de mediodía, lo que es algo que parecía poco probable a la luz del "sentido común", es una prueba evidente de que habían presenciado el fenómeno realmente, y de que, por consiguiente, habían circunnavegado África. En otras palabras, no es probable que hubiesen contado una mentira tan burda si no hubiese sido verdad.
Con todo, la circunnavegación, si bien tuvo éxito como aventura, fue un fracaso en cuanto a proporcionar información sobre las posibilidades de nuevas rutas comerciales. La duración del viaje fue demasiado larga. Por cierto, hasta dos mil años después no fue posible llevar a cabo el viaje alrededor de África.