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Este blog es un espacio diseñado para los alumnos del nivel medio. Aquí encontrarán programas, contenidos y actividades de la asignatura Historia y Geografía. También podrán acceder a distintos recursos, diarios, películas, videos, textos, música y otros que contextualizan los temas desarrollados en clase.

Prof. Federico Cantó

domingo, 6 de abril de 2014

Discurso de Manuel Carlés, fundador de la Liga Patriótica, en 1922


La crisis universal fue pasajera en la República Argentina, porque la cultura de sus habitantes y su prosperidad económica, se sobrepusieron a las pasiones de los exaltados. 
[…] Nuestro país no padece ninguna enfermedad crónica, sólo siente una fiebre transitoria. Su estado de salud se evidencia en la extensión territorial suficiente, en sus instituciones liberales, en su humanitarismo cordial, en su economía rica, por lo que resulta el trabajo abundante, la industria próspera, la familia sana y numerosa, el Estado ordenado con su justicia inteligente, su policía moderada, es decir la salud pública manifiesta en el Estado que protege la vida sensible y fomenta el perfeccionismo moral de la sociedad. (Prolongados aplausos) 

¿Qué pasa sin embargo? El fenómeno histórico de transición de un período a otro en la evolución de los países jóvenes. El efecto de la imitación que lucha con el resultado de la tradición. La imitación, que como tendencia trae la inmigración, luchando por variar la entraña del espíritu de tradición de la raza, fundadora de la nacionalidad. La tradición que es la suma de conocimientos depurados en la vida de un pueblo y transmitidos de generación en generación en esta tierra manifestóse en el orden económico fundado en el trabajo igualitario del campo; en el orden jurídico representado por la ley en fórmulas de equidad y clemencia más que de justicia; en el orden constitucional o moral de un gobierno patriarcal, fundado sobre la adhesión al jefe; en el orden moral, fundado en el honor defendido con sangre y en el pudor de la mujer, en la tradición estética del buen gusto y de la gracia; en la tradición metafísica de la espiritualización de los conceptos y en la tradición científica, fundada en el ideal de saber, tan característico de nuestro pueblo. Desde el tiempo de las asambleas patricias, nuestra civilización se mostró, sin embargo, partidaria de la imitación internacional necesaria, la que se funda en las verdades científicas, en el bienestar económico, en el altruismo y en la solidaridad de la conciencia moderna. (Aplausos). 

El país soporta en este momento los efectos de la inmigración intermedia del ochenta al mil novecientos. Ésa vino para conquistar y el conquistador funda en sí el pasado, no admite la tradición local, quiere anticipar el futuro, construye sin cimentar y su obra es efímera, porque su acción es transitoria. Revoluciona y se inspira en sí misma, no en lo que ve y le rodea; imita aquí lo que deja allá y procura que el de acá, su familia, su amigo, su cliente siga su imitación. Por efecto de esa tendencia imitativa se procuró imitar, no lo que es, sino lo que aparece, no el fondo, sino las formas, no el espíritu, sino las modas. 

[…] ¡No! ¡Basta! Nos dijimos en un instante, los buenos argentinos. El que se sienta capaz de defender su hidalguía, venga con nosotros; el que tenga fe para averiguar la verdad y proclamarla sin temor, venga con nosotros; el que quiera pensar contra todo lo malo y todos los males, el que tenga en su corazón un altar para la patria y un latido de amor a la gloria, venga a formar la Liga Patriótica Argentina. (¡Muy bien! ¡Muy bien!) 

¡Sí! Desde ese día hemos cumplido el juramento de no consentir que el crimen encubierto con motes sonoros de falso humanitarismo se enseñoree en las universidades, en las escuelas, en las plazas, en los campos y talleres de la república, sin que aparezca la mano fuerte que lo desenmascare; desde ese día pudimos pronunciar la palabra que el snobismo había proscrito de los labios débiles para enseñarles lo que sólo se aprende en el país del dolor y del miedo: al gemido “soviets” respondamos con el grito “patria”. (¡Muy bien!) 

Hay ideas descaradamente populares como la antipatía al fuerte, a la autoridad, al patrón y, en los últimos tiempos, a la virtud del ahorro, de la previsión y de la templanza; por consiguiente, hay que decidirse a decir las verdades que “no son literalmente populares”, como la disciplina del trabajo, la subordinación al jefe, el hábito de respeto y la moderación en la conducta. […] 

¿Cuál es el problema actual? La respuesta será dada por este Congreso de Trabajadores que se ha reunido para proclamar afirmaciones: para afirmar nuestro derecho, para afirmar nuestros intereses, para afirmar nuestra nacionalidad. Afirmar los derechos dentro del “Estado”, bajo la “democracia” ya que fuera de ese mundo sólido se halla el anarquismo con sus negaciones, el sindicalismo con sus exclusiones, el socialismo con sus ambigüedades. Nuestra democracia debe ser consciente para que realice el bien, debe ser inteligente para que encuentre la verdad, debe ser disciplinada dentro del orden y del respeto. Para ello necesitamos conocernos y conocer el ambiente para acomodarnos a él: necesitamos bastarnos para ser fuertes y libres, base de la propia dignidad; necesitamos gobernarnos con ecuanimidad y sabiduría. (Prolongados aplausos). 

El desarrollo económico realizado en los últimos treinta años, evidencia la eficacia del régimen de la economía nacional, sobre la base del trabajo considerado como la norma ética de la raza argentina. “Afirmar nuestros intereses”, significa, pues, armonizar el trabajo y el capital. Debemos trabajar en paz con orden y seguridad dentro de las garantías constitucionales que aseguren a todos el fruto del trabajo: debemos perfeccionar la técnica, adiestrar el brazo y nutrir la mente para multiplicar al producto, ahorrar el esfuerzo y perfeccionar la obra; debemos dignificar al artífice, obrero o peón, para que ocupe el puesto social que le corresponde según sus méritos como colaborador en la riqueza social. […] Hay que defender también el centro, la clase media formada por los más numerosos, los empleados, comerciantes al menudeo, los productores minoristas, etc. Constituye el equilibrio y dará el triunfo al lado donde se incline, como en todas las resoluciones. Si se lo abandona se inclinará a la resistencia, a la rebelión. (Grandes aplausos). 

Reunidos en un haz, el trabajador, el capitalista, el empleado o burgués, se formará la verdadera democracia económica en paz y en orden. 




sábado, 5 de abril de 2014

LA REPÚBLICA RADICAL 1916-1930

La republica radical

Los sectores sociales que llegaron al poder con el triunfo del radicalismo acusaron una fisonomía muy distinta de la que caracterizaba a la generación del 80. Salvo excepciones, los componían hombres modestos, de tronco criollo algunos y de origen inmigrante otros. El radicalismo, que en sus comienzos expresaba las aspiraciones de los sectores populares criollos apartados de la vida pública por la oligarquía, había luego acogido también a los hijos de inmigrantes que aspiraban a integrarse en la sociedad, abandonando la posición marginal de sus padres. 

Así adquiría trascendencia política el fenómeno social del ascenso económico de las familias de origen inmigrante que habían educado a sus hijos. Las profesiones liberales, el comercio y la producción fueron instrumentos eficaces de ascenso social, y entre los que ascendieron se reclutaron los nuevos dirigentes políticos del radicalismo. Acaso privaba aún en muchos de ellos el anhelo de seguir conquistando prestigio social a través del acceso a los cargos públicos, y quizá esa preocupación era más vigorosa que la de servir a los intereses colectivos. Y, sin duda, el anhelo de integrarse en la sociedad los inhibió para provocar cierto cambio en la estructura económica del país que hubiera sido la única garantía para la perpetuación de la democracia formal conquistada con la ley Sáenz Peña.

Por lo demás, la inmigración, detenida por la primera guerra europea, recomenzó poco después de lograda la paz, y, por cierto, alcanzó entre 1921 y 1930 uno de los más altos niveles, puesto que arrojó un saldo de 878.000 inmigrantes definitivamente radicados. Gracias a una política colonizadora un poco más abierta que impusieron los gobiernos radicales, logró transformarse en propietario de la tierra un número de arrendatarios proporcionalmente más alto que en los años anteriores. Pero la población rural siguió decreciendo, y del 42% que alcanzaba en 1914 bajó al 32% en 1930. Su composición era muy diversa. La formaban los chacareros - arrendatarios en su mayoría - en las provincias cerealeras, los peones de las grandes estancias en las áreas ganaderas, los obreros semiindustriales en las regiones donde se explotaba la caña, la madera, la yerba, el algodón o la vid, todos estos sometidos a bajísimos niveles de vida y con escasas posibilidades de ascenso económico y social. 

En cambio, en las ciudades - cuya población ascendió del 58 al 68% sobre el total entre 1914 y 1930 - las perspectivas económicas y las posibilidades de educación de los hijos facilitó a muchos descendientes de inmigrantes un rápido ascenso que los introdujo en una clase media muy móvil, muy diferenciada económicamente, pero con tendencia a uniformar la condición social de sus miembros con prescindencia de su origen. Heterogénea en la región del litoral, la población lo comenzó a ser también en otras regiones del interior donde se habían instalado diversas colectividades como la siriolibanesa, la galesa, la judía y otras. Nuevos cultivos o nuevas formas de industrialización de los productos naturales atrajeron a nuevas corrientes inmigratorias que, a su vez constituyeron comunidades marginales cuando ya las primeras olas de inmigrantes habían comenzado a integrarse a través de la segunda generación. 

Pero las zonas más ricas y productivas siguieron siendo las del litoral, donde disminuía la producción de la oveja y se acentuaba la de los cereales y las vacas. En parte por la creciente preferencia que la industria textil manifestaba por el algodón y en parte por la predilección que revelaba el mercado europeo por la carne vacuna, la producción de ovejas perdió interés y se fue desplazando poco a poco hacia el interior - el oeste de la provincia de Buenos Aires, La Pampa, Río Negro y la Patagonia - al tiempo que decrecía su volumen. Las mejores tierras, en cambio, se dedicaron a la producción de un ganado vacuno mestizado en el que prevaleció el Shorthorn, que daba gran rendimiento y satisfacía las exigencias del mercado inglés, y a la producción de cereales, cuya exportación alcanzó altísimo nivel.

Empero, los precios del mercado internacional, aunque muy lentamente, comenzaron a bajar desde 1914 y los productos manufacturados que el país importaba empezaron a costar más en relación con el precio de los cereales. Así se fue creando una situación cada vez más difícil que condujo a una crisis general de la economía cuyas manifestaciones se hicieron visibles en 1929, al compás de la crisis mundial. Gran Bretaña vigilaba cuidadosamente el problema de sus importaciones y debía atender a las exigencias de los dominios del Imperio, lo cual entrañaba una amenaza para la producción argentina, que se había orientado de acuerdo con la demanda de los frigoríficos y del mercado inglés.

Una industria relativamente poco desarrollada, que había crecido durante la primera guerra mundial pero que se comprimió luego, una organización fiscal que obtenía casi todos sus recursos a través de los derechos aduaneros, y un presupuesto casi normalmente deficitario caracterizaron en otros aspectos la economía argentina durante la era radical. No es extraño, pues, que los complejos fenómenos sociales que se incubaban en la peculiar composición demográfica del país estallaran al calor de las alteraciones económicas y políticas luego de que el radicalismo alcanzó el poder en 1916.

Por lo demás, el clima mundial estimulaba la inquietud general y favorecía las aspiraciones a un cambio. La guerra europea dividió las opiniones y enfrentó a aliadófilos y germanófilos, estos últimos confundidos a veces con los neutralistas, pese a que, en verdad, la neutralidad que decretó el gobierno argentino convenía especialmente a los aliados. A poco de comenzar la presidencia de Yrigoyen estalló la revolución socialista en Rusia, y las vagas aspiraciones revolucionarias de ciertos sectores obreros se encendieron ante la perspectiva de una transformación mundial de las relaciones entre el capital y el trabajo.

Las huelgas comenzaron a hacerse más frecuentes y más intensas, pero no sólo porque algunos grupos muy politizados esperaran desencadenar la revolución, sino también porque, efectivamente, crecía la desocupación a medida que se comprimía la industria de emergencia desarrollada durante la guerra, aumentaban los precios y disminuían los salarios reales. Obreros ferroviarios, metalúrgicos, portuarios, municipales, se lanzaron sucesivamente a la huelga y provocaron situaciones de violencia que el gobierno reprimió con dureza. Dos dramáticos episodios dieron la medida de las tensiones sociales que soportaba el país. 

Uno fue la huelga de los trabajadores rurales de la Patagonia, inexorablemente reprimida por el ejército con una crueldad que causó terrible impresión en las clases populares a pesar de la vaguedad de las noticias que llegaban de una región que todavía se consideraba remota. Otro fue la huelga general que estalló en Buenos Aires en enero de 1919 y que conmovió al país por la inusitada gravedad de los acontecimientos. La huelga, desencadenada originariamente por los obreros metalúrgicos fue sofocada con energía, pero esta vez no sólo con los recursos del Estado, sino con la colaboración de los grupos de choque organizados por las asociaciones patronales que se habían constituido: la Asociación del Trabajo y la Liga Patriótica Argentina. Una ola de antisemitismo acompañó a la represión obrera, con la que las clases conservadoras creyeron reprimir la acción de los que llamaban agitadores profesionales y la influencia de los movimientos revolucionarios europeos.

También en otros campos repercutió por entonces la inquietud general. Los estudiantes de la Universidad de Córdoba desencadenaron en la vieja casa de estudios un movimiento que era también, en cierto modo, revolucionario. Salieron a la calle y exigieron la renuncia de los profesores más desprestigiados por su anquilosada labor docente y por sus actitudes reaccionarias. Era, en principio, una revolución académica que propiciaba el establecimiento de nuevos métodos de estudio, la renovación de las ideas y, sobre todo, el desalojo de los círculos cerrados que dominaban la universidad por el sólo hecho de coincidir con los grupos sociales predominantes. Pero era, además, una vaga revolución de contenido más profundo. Propició también la idea de que la universidad tenía que asumir un papel activo en la vida del país y en su transformación, comprometiéndose quienes formaban parte de ella no sólo a gozar de los privilegios que les acordaban los títulos que otorgaba, sino también a trabajar desinteresadamente en favor de la colectividad. Afirmó el principio de que la universidad tenía, además de su misión académica, una misión social. Y en esta idea se encerraba una vaga solidaridad con los movimientos que en todas partes se sucedían en favor de las reformas sociales. No fue, pues, extraño que los estudiantes rodearan a Eugenio D' Ors, ni que Alejandro Korn y Alfredo L. Palacios adhirieran a lo que empezó a llamarse "la reforma universitaria".

Al cabo de poco tiempo, todas las universidades del país se vieron sacudidas por crisis semejantes. Los estudiantes hablaban de Bergson y repudiaban el positivismo, exigían participación en el gobierno universitario, pedían el reemplazo de la clase magistral por el seminario de investigación y, al mismo tiempo, vestían el overall proletario y se acercaban a las organizaciones obreras para hablar de filosofía o de literatura. Era, por lo demás, época de revisión de valores. También los jóvenes filósofos rechazaban el positivismo y predicaban la buena nueva de la filosofía de Croce, de Bergson o de los neokantianos alemanes. Pero eran sobre todo los escritores y los artistas los que se hallaban empeñados en una revolución más decidida. 

Se difundieron las tendencias del ultraísmo y quienes adhirieron a ellas comenzaron a defenderlas en el periódico Martín Fierro. Los jóvenes artistas y escritores declararon la insurrección contra las tradiciones académicas que encarnaron en Ricardo Rojas, en Manuel Gálvez, en Leopoldo Lugones. Eran los que seguían a Ricardo Güiraldes, que había publicado Don Segundo Sombra en 1926, y a Jorge Luis Borges el autor de Fervor de Buenos Aires y Luna de enfrente. Pero en oposición a ellos - que se llamaron "los de Florida" otros artistas y escritores se aglutinaron para defender el arte social en el popular barrio de Boedo: eran los que acompañaban a Leónidas Barletta, el de las Canciones agrarias, y a Roberto Arlt, el de El juguete rabioso. Y un día Emilio Pettoruti sorprendió a Buenos Aires con su exposición de pintura cubista.

Pero el signo más evidente de la crisis se advirtió en el campo de la política. Yrigoyen llegó al poder en 1916 como indiscutido jefe de un partido que había intentado repetidas veces acabar con el "régimen" conservador por el camino de la revolución. Yrigoyen representaba "la causa", que entrañaba la misión de purificar la vida argentina. Pero, triunfante en las elecciones, Yrigoyen aceptó todo el andamiaje institucional que le había legado el conservadorismo: los gobiernos provinciales, el parlamento, la justicia y, sobre todo, el andamiaje económico en el que basaba su fuerza la vieja oligarquía. Sin duda le faltó audacia para emprender una revolución desde su magistratura constitucional; pero no es menos cierto que su partido estaba constituido por grupos antaño marginales que más aspiraban a Incorporarse a la situación establecida que a modificarla.

Lo cierto es que el cambio político y social que pareció traer consigo el triunfo del radicalismo quedó frustrado por la pasividad del gobierno frente al orden constituido. Ciertamente, Yrigoyen se enfrentó con las oligarquías provinciales y las desalojó progresivamente del poder mediante el método de las intervenciones federales. Entonces se advirtió la aparición de una suerte de retroceso político. Como imitaciones de la gran figura del caudillo nacional, comenzaron a aparecer en diversas provincias caudillos locales de innegable arraigo popular que dieron a la política un aire nuevo. José Néstor Lencinas en Mendoza o Federico Cantoni en San Juan fueron los ejemplos más señalados, pero no sólo aparecieron en el ámbito provincial, sino que aparecieron también en cada departamento o partido y en cada ciudad. 
El caudillo era un personaje de nuevo cuño, antiguo y moderno a un tiempo, primitivo o civilizado según su auditorio, demagógico o autoritario según las ocasiones; pero, sobre todo, era el que poseía influencia popular suficiente como para triunfar en las elecciones ejerciendo, como Yrigoyen, una protección paternal sobre sus adictos. A diferencia de los políticos conservadores, un poco ensoberbecidos y distantes, el caudillo radical se preocupaba por el mantenimiento permanente de esta relación personal, de la que dependía su fuerza, y recurría al gesto premeditado de regalar su reloj o su propio abrigo cuando, se encontraba con un partidario necesitado, a quien además ofrecía campechanamente un vaso de vino en cualquier cantina cercana, o se ocupaba de proveer médico y medicinas al correligionario enfermo, a cuya mujer entregaba después de la visita un billete acompañado de un protector abrazo. Y cuando llegaban las campañas electorales, ejercitaba una dialéctica florida llena de halagos para los sentimientos populares y rica en promesas para un futuro que no tardaría en llegar.

Los caudillos radicales transfirieron a la nueva situación social el paternalismo de los estancieros en oposición a la política distante que la oligarquía había adoptado; pero obligaron a los conservadores a competir con ellos dentro de sus propias normas, y el caudillismo se generalizó. Sólo la democracia progresista de Santa Fe, inspirada por Lisandro de la Torre, y el socialismo se opusieron a estos métodos, que Juan B. Justo estigmatizó con el rótulo de "política criolla". Fueron los caudillos o sus protegidos quienes llegaron a las magistraturas y a las bancas parlamentarias en los procesos electorales que siguieron a la elección presidencial de 1916, algunos todavía pertenecientes a familias tradicionales, pero muchos ya nacidos de familias de origen inmigrante. Pero a pesar de eso la estructura económica del país quedó incólume, fundada en el latifundio y en el frigorífico y el gobierno radical se abstuvo de modificar el régimen de la producción y la situación de las clases no poseedoras.

Por el contrario, ciertos principios básicos acerca de la soberanía nacional, caídos en desuso, obraron activamente en la conducción del radicalismo. Donde no había situaciones creadas, como en el caso del petróleo, Yrigoyen defendió enérgicamente el patrimonio del país. La riqueza petrolera fue confiada a Yacimientos Petrolíferos Fiscales, cuya inteligente acción aseguró no sólo la eficacia de la explotación, sino también la defensa de la riqueza nacional frente a los grandes monopolios internacionales. Cosa semejante ocurrió con los Ferrocarriles del Estado. Pero, además de la defensa del patrimonio nacional, Yrigoyen procuró contener la prepotencia de los grupos económicos extranjeros que actuaban en el país. Y frente a la agresiva política de los Estados Unidos en América Latina, defendió el principio de la no intervención ordenando, en una ocasión memorable, que los barcos de guerra argentinos saludaran el pabellón de la República Dominicana y no el de los Es tados Unidos, que habían izado el suyo en la isla ocupada.

Ineficaz en el terreno económico, en el que no se adoptaron medidas de fondo ni se previeron las consecuencias del cambio que se operaba en el sistema mundial después de la guerra, el gobierno de Yrigoyen fue contradictorio en su política obrera, paternalista frente a los casos particulares, pero reaccionaria frente al problema general del crecimiento del proletariado industrial. Sin embargo, satisfizo a vastos sectores que veían en él un defensor contra la prepotencia de las oligarquías y un espíritu predispuesto a facilitar el ascenso social de los grupos marginales. Cuando Yrigoyen concluyó su presidencia, su prestigio popular era aún mayor que al llegar al poder. A él le tocó designar sucesor para 1922, y eligió a su embajador en París, Marcelo T. de Alvear, radical de la primera hora, pero tan ajeno como Yrigoyen a los problemas básicos que suscitaba la consolidación del poder social de las clases medias.
Algo más separaba, con todo, a Alvear de su antecesor. Le disgustaba la escasa jerarquía que tenía la función pública y aspiraba a que su administración adquiriera la decorosa fisonomía de los gobiernos europeos. Esta preocupación lo llevó a constituir un gabinete de hombres representativos, pero más próximos a las clases tradicionales que a las clases medias en ascenso. Era solamente un signo, pero toda su acción gubernativa confirmó esa tendencia a desplazarse hacia la derecha. 

Demócrata convencido, Alvear procuró mantener los principios fundamentales del orden constitucional y trató de establecer una administración eficaz y honrada. Los presupuestos no fueron saneados, porque la situación económica no mejoró sustancialmente durante su gobierno, pero la organización fiscal fue perfeccionada y su funcionamiento ajustado. Sólo los problemas de fondo quedaron en pie sin que se advirtiera siquiera su magnitud, pese a que bastaba una ligera mirada al panorama internacional para observar que los desequilibrios de la economía de posguerra repercutirían inexorablemente en el país. Era evidente que la situación económica y financiera del mundo se acercaba a una crisis, y como Gran Bretaña estaba incluida en ella, no era difícil prever que las posibilidades del comercio exterior argentino corrían serio peligro. 

Por otra parte, la crisis social y política había cobrado forma con la revolución rusa y se manifestaba de otra manera en el fascismo italiano, oponiéndose así diversos sistemas de soluciones que los distintos grupos sociales recibían como experiencias utilizables. Finalmente, la posición de los grupos capitalistas que operaban en el país se había complicado desde 1925 con el incremento de los capitales norteamericanos, que llegaban en parte aprovechando el vacío dejado por las exportaciones alemanas, y en parte como consecuencia del plan general de expansión de los Estados Unidos en Latinoamérica. 

Todas estas cuestiones debían repercutir sobre la débil estructura económica del país, pero era evidente que gravitarían sobre todo en el proceso de ascenso de las clases medias y de los sectores populares. Pero el radicalismo no percibió el problema y se mantuvo imperturbable en una política de buena administración y de mantenimiento del sistema económico tradicional. Los sectores conservadores, por el contrario, reaccionaron en defensa de sus propios intereses. La simpatía popular se mantenía fiel a Yrigoyen, cuya figura adquiría poco a poco más que los caracteres de un caudillo, los de un santón. 

Un grupo militar encabezado por el ministro de guerra, Agustín P. Justo, comenzó a organizarse para impedir el retorno de Yrigoyen al poder; pero Alvear se opuso a que se siguiera por ese camino, sin poder evitar, sin embargo, que la conspiración continuara subterráneamente con el apoyo de los sectores conservadores. Distanciado de Yrigoyen, el presidente prefirió, en cambio, estimular la formación de un partido de radicales disidentes que se llamaron antipersonalistas y que tenían estrechos contactos con los conservadores. 

Cuando en 1928 llegó el momento de la renovación presidencial, el nuevo partido - que sostenía la fórmula Melo-Gallo – fue derrotado e Yrigoyen volvió al gobierno, ya valetudinario e incapaz. Muy pronto se advirtió que ni la simple acción administrativa se desenvolvía correctamente. El presidente no distinguía los pequeños asuntos cotidianos de los problemas fundamentales de gobierno, y el país todo sufría las consecuencias de una verdadera acefalía. Pero, con todo, no era ése el problema más grave. Ya en su primer gobierno Yrigoyen se había comportado como un político anacrónico; hombre del pasado, pensaba en una Argentina que ya no existía, la vieja Argentina criolla de Alsina y de Alem, y obraba en función de sus estructuras. Pero su triunfo mismo, imposible con el solo apoyo de los grupos marginales criollos, había demostrado que el país cambiaba velozmente merced a la integración de los grupos marginales criollos con los de origen inmigratorio. Y frente a ese conglomerado - y frente a los problemas que su aparición y su ascenso entrañaban - Yrigoyen no pudo modificar sus esquemas mentales ni diseñar una nueva política. 

Si su acción de gobierno fue endeble e inorgánica durante la primera presidencia, en la segunda fue prácticamente inexistente. No faltó, sin embargo, cierta persistencia en las actitudes que lo habían caracterizado frente a los grandes intereses extranjeros. Las palabras que dirigiera al presidente Hoover o el proyecto de ley petrolera lo revelaban. Pero ni en ese terreno ni en el de la política interna supo obrar Yrigoyen con la energía suficiente para evitar que cuajaran algunas amenazas que se cernían sobre el gobierno sobre el país.

La primera era la del ejército que el propio Yrigoyen había politizado, y que desde principios de siglo había caído bajo la influencia prusiana. Predispuesto a la conspiración desde la presidencia de Alvear, se volcó decididamente a ella cuando la ineficacia del gobierno, convenientemente destacada por una activa prensa opositora, comenzó a provocar su descrédito popular. Y el paternalismo de Yrigoyen impidió que el general Dellepiane, su ministro de guerra obrara oportunamente para desalentarlo.

La segunda era la evolución de ciertos grupos conservadores que abandonaban sus convicciones liberales y comenzaban a asimilar los principios del fascismo italiano mezclado con algunas ideas del movimiento monárquico francés. Desde algunos periódicos, como La Nueva República y La Fronda, esas ideas empezaron a proyectarse hacia los grupos autoritarios del ejército y algunos sectores juveniles del conservadorismo: muy pronto parecerían también atrayentes algunos jefes militares propensos a la subversión. 

Pero las más graves eran las amenazas económicas y sociales derivadas de la situación mundial que, finalmente, había hecho crisis en 1929, y que empezaban a hacerse notar en el país. Los grupos ganaderos y la industria frigorífica se sintieron en peligro y comenzaron a buscar un camino que les permitiera sortear las dificultades. Y, simultáneamente los grupos petroleros internacionales creyeron que había llegado el momento de forzar la resistencia del Estado argentino y comenzaron a buscar aliados en las fuerzas que se oponían a Yrigoyen. En cierto momento, todos los factores adversos al gobierno coincidieron y desencadenaron un levantamiento militar. El general Justo, que había preparado la conspiración, se hizo a un lado cuando advirtió la penetración del ideario fascista entre algunos de los conjurados, y dejó que encabezara el movimiento el general José F. Uriburu, antiguo diputado conservador convertido luego en defensor del corporativismo. El 6 de septiembre de 1930 llegó "la hora de la espada" que había profetizado el poeta Leopoldo Lugones, ahora nacionalista reaccionario pese a su tradición de viejo anarquista. 

El triunfo de la revolución cerró el período de la república radical, sin que Yrigoyen pudiera comprender las causas de la versatilidad de su pueblo, que no mucho antes lo había aclamado hasta la histeria y lo abandonaba ahora en manos de sus enemigos de la oligarquía. Su vieja casa de la calle Brasil -que los opositores llamaban "la cueva del peludo"- fue saqueada, con olvido de la indiscutible dignidad personal de un hombre cuya única culpa había sido llegar al poder cuando el país era ya incomprensible para él. 

Actividades: Presidencias radicales 1916-1930.

a)      Justificá las siguientes afirmaciones:

1)    “Yrigoyen representaba "la causa".”
2)    “Los sectores sociales que llegaron al poder con el triunfo del radicalismo acusaron una fisonomía muy distinta de la que caracterizaba a la generación del 80”.
3)    “El caudillo era un personaje de nuevo cuño, antiguo y moderno”.
4)     “Las zonas más ricas y productivas siguieron siendo las del litoral”.
5)    “El gobierno de Yrigoyen fue contradictorio en su política obrera”.
6)    “Si su acción de gobierno fue endeble e inorgánica durante la primera presidencia, en la segunda fue prácticamente inexistente.”
7)    “Yrigoyen no tuvo la energía suficiente para evitar que cuajaran algunas amenazas que se cernían sobre el gobierno sobre el país”.
8)    “La guerra europea dividió las opiniones”.
9)    “Las huelgas comenzaron a hacerse más frecuentes y más intensas”.
10)     “La universidad tenía que asumir un papel activo en la vida del país”.


b)      Analizá la imagen que acompaña al texto y contextualizala.

miércoles, 2 de abril de 2014

REVOLUCIÓN RUSA 1917-1922


 Revolución Rusa.

A fines del siglo XIX, el imperio ruso había entrado en un proceso de declinación que se agudizó tras la derrota de los ejércitos del zar en la guerra ruso - japonesa de 1905, y la revolución que ese año intentó acabar con el absolutismo zarista.

En 1914 estalló la primera Guerra Mundial y Rusia ingresó al conflicto, el Zar Nicolás II movilizó un ejército de  14.000.000 de rusos. El gobierno logró unificar a la población  y la oposición quedo momentáneamente neutralizada. Sin embargo, las derrotas militares renovaron el hambre y el descontento. Los enormes sufrimientos impuestos al pueblo, la ineptitud de los oficiales y el pésimo manejo de la economía provocaron el estallido de la revolución. El 23 de febrero la población de Petrogrado, capital del imperio ruso (San Petersburgo), se moviliza en una manifestación bajo la consigna  “Paz y Pan”. El 25 estalla una huelga general que se extiende a otras ciudades. El 26 se amotinan varios cuarteles porque los soldados se niegan a enfrentar a los huelguistas. Nicolás II se encontraba en el frente de combate y sin apoyos es forzado a abdicar en marzo de 1917. Concluyen con él trescientos años de la dinastía Romanov.

Tras su renuncia se estableció un gobierno provisional republicano. Sin embargo, el derrocamiento de la autocracia no fue suficiente: en los meses que siguieron, la situación política continuó siendo tensa porque el nuevo gobierno no escucho los reclamos de la población en favor de la terminación de la guerra y por la implantación de profundas reformas sociales. La jefatura del gobierno fue asumida por un socialista, Alexander Kerenski, quien intenta imponer una democracia burguesa con el apoyo de los mencheviques, socialistas moderados, pero éste se mostró impotente ante las exigencias de profundizar la revolución.

En septiembre un golpe de estado llevado a cabo por militares intentó derribar al gobierno republicano. Los soldados y los obreros de Petrogrado, capital rusa, frenaron a los golpistas y demostraron que el gobierno no era capaz de sostenerse por sí mismo. Había otro poder en Rusia: el poder de los soviets, agrupaciones de obreros que se habían organizado durante la revolución de 1905 y que luego se extendieron a otras ciudades industriales. En 1917 se formaron soviets de obreros, soldados y campesinos. Estas organizaciones populares, constituidas al margen de cualquier autoridad fueron el motor de la revolución. En los soviets convivían distintas tendencias políticas. Una de ellas, los bolcheviques (mayoría), dirigida por Lenin y Trotski, representaban un grupo con un programa socialista radicalizado. Su consigna era “todo el poder a los soviets”.

Los bolcheviques, apoyados en los soviets, impulsaron una nueva revolución: el 7 de noviembre de 1917 (octubre, según el antiguo calendario ruso) desplazaron al gobierno de Kerenski e instalaron, por primera vez en la historia, un estado comunista. El gobierno quedó en manos de un “Consejo de comisarios del pueblo”, cuyo presidente era Lenin.
Los soviets proclamaron la constitución de la República Soviética. Lenin llamó a elecciones, repartió tierras y eliminó la propiedad privada. Uno de los primeros objetivos del gobierno fue conseguir la paz con Alemania a cualquier precio y para ello suscribió el tratado de Brest – litovsk , lo que significó la retirada de Rusia de la guerra.
Sin embargo, la instauración de un estado obrero que eliminó el poder de los aristócratas, los burgueses y los terratenientes desató una guerra civil en la que, junto con los antiguos poderosos de Rusia, intervinieron las potencias capitalistas, para las que el triunfo del comunismo significaba una amenaza. La coalición anticomunista (los ejércitos blancos) se enfrentó a las fuerzas del gobierno comunista agrupadas en el “ejército rojo” organizado por el dirigente León Trotski.

Para enfrentar a los invasores, los comunistas buscaron la solidaridad internacional de las organizaciones de izquierda de todo el mundo y en el interior de Rusia impusieron “el comunismo de guerra”, que consistía en una enérgica centralización del poder. Destacamentos de obreros armados recorrían los campos y obligaban a los campesinos a entregar las cosechas necesarias para combatir el hambre y abastecer al ejército rojo. En 1921 la guerra civil terminó con la derrota de los ejércitos blancos. Los aliados renunciaron a la lucha y la revolución se consolidó.

Actividad:

1) Analizá las imágenes y los epígrafes.
2) Utilizá el texto leído para realizar una descripción del contexto histórico de cada imagen.

3) Establecé un orden cronológico de las imágenes.

Alexander kerenski

Soldados rusos caidos en el frente oriental


Ejérctio rojo

Lenin en un desfile de Moscú, 1919

 León Trotsky inspecciona las tropas del Ejército Rojo, 1921.


Manifestación de mujeres pidiendo “Pan y Paz”

Zar Nicolás II















lunes, 31 de marzo de 2014

ESTADOS UNIDOS DÉCADA DE 1920


En los Estados Unidos la guerra fue seguida por un período de gran crecimiento económico y el país desarrolló la “sociedad de consumo”. A partir de 1922 se inició un crecimiento acelerado de la producción industrial capitalista. Los Estados Unidos experimentaron el mayor crecimiento en todo el mundo capitalista: entre 1921 y 1929 lograron duplicar su producción y concentraron el 44% de la producción mundial.
En este país, el crecimiento de la economía capitalista fue impulsado por el avance científico acelerado por la guerra y el desarrollo de nuevas actividades (como la industria eléctrica, la industria automotriz y la del petróleo, la construcción y las industrias químicas) y, además, por la difusión del taylorismo y el fordismo en la organización de la actividad industrial. La radio, el automóvil y el uso del avión en el mercado interno motorizaron la sociedad de consumo.
La producción en serie permitió abaratar los costos de la mano de obra y obtener una mayor productividad (más producción en menor tiempo con igual salario). Entre 1921 y 1929 el parque automotor aumentó el 250 %. La expansión de la industria automotriz favoreció el desarrollo de otras áreas de la economía. La venta masiva de automóviles estimuló la construcción de carreteras —como la que unió Nueva York con Florida— y de viviendas, muchas de ellas utilizadas como casas de veraneo o de descanso, en zonas más alejadas.
Pero sólo estuvieron en condiciones de llevar adelante este nuevo tipo de producción industrial los grupos capitalistas más poderosos. El requerimiento de grandes inversiones de capital inicial acentuó el proceso de concentración de los capitales y la formación de cartels. En tanto que la agricultura atravesaba una profunda crisis. Hacia 1930 unas doscientas empresas controlaban casi la mitad de la riqueza comercial de los Estado Unidos.
La década de 1920 fue conocida en los Estados Unidos como los “años locos”. La expansión económica se manifestó en los salones de fiestas, donde se bailaba el charleston, y los sectores sociales más acomodados ostentaban su nueva riqueza. Por otro lado, los integrantes de un sector de la sociedad norteamericana proclamaban una campaña moralizante, impulsaban restricciones a la inmigración, la prohibición del consumo de bebidas alcohólicas, la lucha contra concepciones del mundo opuestas a las tradiciones religiosas y contrarias a la igualdad racial.
El notable crecimiento económico hizo pensar a economistas y dirigentes políticos que se había iniciado una nueva era para el capitalismo, sin las bruscas crisis cíclicas, con sus períodos de alzas y bajas. Esta confianza se tradujo en la compra, por parte de un gran número de la población, de acciones de las empresas industriales. Hacia la Bolsa de Valores de Nueva York (Wall Street) —el nuevo centro de la economía mundial— afluían capitales de todo el mundo.
La compra casi desenfrenada de acciones entre 1927 y 1929 creció un 89%. Sin embargo, la producción industrial en esos años sólo había crecido un 13%. Aunque la especulación financiera permitía ganar mucho dinero en poco tiempo, el precio de las acciones estaba muy por encima del crecimiento real de las empresas. Este desfase fue uno de los factores que preanunciaron la crisis.
A comienzos de 1929, el presidente norteamericano Calvin Coolidge se despedía con un discurso ante el Congreso:
“Ninguno de los Congresos de los Estados Unidos que se han reunido hasta ahora lo han hecho con más placenteras perspectivas que las actuales. En los asuntos domésticos hay tranquilidad y satisfacción, pues se ha alcanzado el más alto récord de años de prosperidad. En los asuntos extranjeras hay paz y buena voluntad, que provienen de la mutua comprensión”.

Actividad: El ascenso de Estado Unidos.
Trabajo Práctico Grupal (4 integrantes por grupo)
Consignas:

a) Cada grupo seleccionará e investigará uno de los siguientes temas referidos al ascenso de Estado Unidos como potencia industrial durante la década del ´20.

1) Arquitectura.
2) Música y Danza: Charleston – Jazz.
3) Segregación racial.
4) Ley Seca.
5) La industria automotriz.
6) Industria eléctrica.
7) Industria del petróleo.

b) Cada grupo deberá seleccionar una imagen que considere representativa del tema seleccionado y acompañarla con un cuadro sinóptico donde se expongan las características del tema durante la década de 1920.


c)  Cada grupo utilizará la imagen y el cuadro para presentar el tema en clase.

PRIMERA GUERRA MUNDIAL


La Gran Guerra. La “Triple Entente” y los “Imperios Centrales”.

A partir de 1873 los Estados más poderosos promovieron acciones agresivas en su búsqueda  y consolidación  de zonas de influencia que les permitieran asegurarse mercados y materias primas. El capitalismo se extendía a todo el mundo  y su triunfo se presentaba como una victoria del progreso. Las naciones europeas habían vivido una época de crisis sucesivas y la guerra parecía inevitable. Con este fin fueron preparando sus ejércitos y aumentando sus arsenales a la vez que tejían redes de alianzas militares con las que poder hacer frente a sus enemigos, configurándose así dos bandos definidos.
Por un lado, la Triple Entente estaba compuesta por Francia, Gran Bretaña y Rusia, que habían forjado alianzas entre sí con la intención de poder defenderse de Alemania. El desarrollo industrial tardío había dejado relegada a Alemania en el reparto colonial y su poder y ambiciones despertaban el temor de la Triple Entente. La particularidad de esta alianza era que, en caso de guerra, Alemania se vería amenazada desde el este y el oeste.
Por otro lado, Alemania trataba de equilibrar la balanza con su propia red de alianzas, la de los Imperios Centrales (o Potencias Centrales), así llamados por su posición central en Europa. Esta alianza la componían el Imperio Alemán, el Imperio Austro-Húngaro e Italia.
Esta red de alianzas ocasionaría que, en caso de que uno de sus integrantes se viese agredido, arrastrara a sus aliados con él hacia la guerra. ¿Y qué ocurriría en el caso de que el agresor contase también con sus propios aliados? Pues que un pequeño conflicto local podría desembocar en una guerra continental. Y eso es lo que pasó.
































El asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Austria.

El atentado de Sarajevo fue el desencadenante de la Gran Guerra. En junio de 1914 fue asesinado en Sarajevo, ciudad ubicada al suroeste del imperio, el heredero de la corona austro-húngara. La sospecha de que Serbia había estado implicada en el asesinato del archiduque Francisco de Austria motivo a Austria-Hungría a presentarle un ultimátum para que Serbia dejase que la policía austro-húngara investigase en su nación. Serbia se negó a renunciar a su soberanía, y Austria-Hungría le declaró la guerra.
Rusia, protectora de Serbia, le declaró a su vez la guerra al Imperio Austro-Húngaro, y comenzó a movilizar su ejército. Alemania, aliada de Austro-Hungría, declaró la movilización general para hacer frente a los rusos. Francia, aliada de Rusia, se movilizó contra los alemanes, convirtiendo en realidad la guerra por dos frentes que los alemanes temían.
Para neutralizar lo antes posible la amenaza de una guerra por dos frentes, Alemania decidió invadir rápidamente a Francia y someterla, antes de que el gigante ruso tuviera tiempo de movilizar su vasto ejército. De esta forma, se enfrentaría a sus enemigos de uno en uno, en vez de simultáneamente. Pero para que ese plan tenga éxito, Alemania debía realizar dicha invasión por el flanco más débil de Francia, lo que implica la necesidad de atravesar Bélgica.
Bélgica se negó a dejar que los ejércitos alemanes pasen por su suelo, entonces Alemania decidió invadirla. Gran Bretaña, defensora de la neutralidad belga, tuvo así la excusa para declarar la guerra contra Alemania, y hacer frente común con Francia.
Italia, debido a un pacto secreto firmado anteriormente con Francia, declara su neutralidad en la guerra. Los Imperios Centrales pierden así a un aliado. Todos los ejércitos marchan al frente pensando que saldrían vencedores en un guerra corta.

La guerra de movimientos.

Los ejércitos alemanes invaden Bélgica y se adentran en Francia, siguiendo el Plan Schlieffen, cuyo objetivo era rodear por el norte a los ejércitos franceses, atraparlos en un cerco y destruirlos. Sin embargo, este movimiento envolvente es detenido por los franceses en la Batalla del Marne, cerca de Paris (septiembre de 1914). Los ataques frontales se revelaron sorprendentemente ineficaces, por parte de ambos bandos. Las cargas de caballería e infantería contra las posiciones enemigas, realizadas con la mentalidad de las guerras napoleónicas, son detenidas con abrumadora facilidad por un arma nueva que comienza a dominar el campo de batalla. La ametralladora. Así pues, se intenta recurrir a movimientos envolventes nuevamente, para evitar los asaltos frontales.
Los alemanes maniobran para intentar volver a rodear a los franceses, y éstos maniobran para impedírselo. Ambos bandos compiten en una “carrera hacia el mar”, esperando poder flanquear al otro antes de que el Canal de la Mancha les cierre el paso. Ninguno lo consigue. La “carrera hacia el mar” termina en empate, y el frente se extiende ahora ininterrumpidamente desde el mar del Norte hasta los Alpes suizos.
No es posible realizar más movimientos envolventes, no hay espacio por donde poder intentarlo. Tan sólo es posible hacer ataques frontales. Pero la omnipresente ametralladora convierte eso en una tarea imposible. ¿Qué hacer, entonces?

La guerra de trincheras.

Nadie pensó nunca que la ametralladora cambiaría la forma de hacer la guerra. Por tanto, nadie sabía qué hacer ahora. Los asaltos al estilo napoleónico eran un suicidio, las ametralladoras barrían a los soldados. Así que se pensó que la solución podría estar en usar la artillería para abrir brechas en el impenetrable frente, por la que podrían penetrar los soldados y poner fin así a esta situación.
Pero los defensores no sólo tenían ametralladoras. Tenían palas también. Y cavaron pozos y trincheras, donde podrían protegerse de los bombardeos. Cuando el fuego de artillería cesaba, tan sólo tenían que volver a asomar sus ametralladoras, y una vez más barrer a los confiados asaltantes.
Los generales, aún desconcertados, pensaron que la solución tendría que ser tecnológica. Aumentaron el calibre y poder destructivo de la artillería, pero los defensores reaccionaban construyendo trincheras más profundas, más sofisticadas y mejor fortificadas. Desarrollaron nuevas armas, como letales gases químicos destinados a matar a los ocupantes de las impenetrables trincheras, para poder así luego conquistarlas sin oposición; pero los defensores comenzaron a llevar máscaras antigás que les protegían de sus nocivos efectos.
Ambos bandos estaban perplejos. La guerra había evolucionado a un tipo de conflicto desconocido hasta ahora, y nadie sabía cómo adaptar sus antiguas tácticas y estrategias militares. Nadie podía seguir avanzando. Nadie podía conquistar, nadie podía vencer. El frente occidental se tornó estático, impenetrable, inamovible.

El Frente Oriental.

Mientras tanto, los rusos se habían movilizado antes de lo que calculó el Estado Mayor alemán, y se lanzaron a invadir la Alemania oriental. Las fuerzas germánicas orientales eran inferiores en número, pero contaban con una ventaja. Los rusos usaban la radio (una tecnología relativamente nueva) con demasiada despreocupación, pues no se molestaban en cifrar sus comunicaciones. Los alemanes sólo tenían que interceptar sus transmisiones, y así poder enterarse de todo lo que estaban haciendo.
Con esta ventaja de su parte, los alemanes, dirigidos por Hindenburg y Ludendorff, interceptaron el avance ruso en Prusia Oriental, en la Batalla de Tannenberg (1914). A pesar de su amplia superioridad numérica, los rusos fueron derrotados con extraordinaria contundencia. A partir de entonces, los alemanes infligieron a los rusos constantes derrotas, haciéndoles perder numerosas tropas y llevándolos al borde del colapso.
Debido a la gran pérdida de soldados rusos, la situación de la Rusia zarista llegaría a ser insostenible. El pueblo ruso deseaba salir de una guerra que sólo le traía desastres. Ello propiciaría la revolución socialista de octubre de 1917. Cuando Lenin tomó el poder en 1917, firmó la paz de Brest-Litovsk, entregándole al Imperio Alemán múltiples territorios.
Desde finales de 1914, el Frente Occidental era una larga línea de trincheras que se extendía desde el Canal de la Mancha hasta Suiza. Los intentos de abrir brecha se convertían en un derroche de hombres y material, y no llevaban a ninguna parte.
Si el Frente Occidental era impenetrable, habría que abrir nuevos frentes, atacando así por otros ángulos menos fortificados, y atrayendo recursos del enemigo a esos frentes. Para abrir esos nuevos frentes se buscaron nuevos aliados. Japón entra en guerra a favor de la Entente en 1914, atacando las colonias alemanes del Pacífico, convirtiendo así la guerra continental en una guerra mundial.
Italia, tras declarar su neutralidad, protagonizará un cambio absoluto de bando cuando, en 1915, también entre en guerra, aliándose con la Entente, amenazando así a Alemania y Austria-Hungría por un nuevo frente en el sur. Sin embargo, los Imperios Centrales también sumarían nuevos aliados. El Imperio Otomano se había aliado a Alemania, amenazando el control colonial británico de Oriente Próximo, y Bulgaria se sumaría a su red de aliados en 1915. Ambos bandos incrementaban así sus efectivos.
Por otra parte, la lucha en los frentes coloniales (por África y Asia) no atrajo demasiados efectivos del Frente Occidental que se quería debilitar, pues éste fue siempre considerado prioritario. Allí se decidía todo, y por ello los frentes coloniales fueron siempre secundarios.
Finalmente, en Alemania se llegó a la conclusión de que la guerra estaba tan equilibrada que sólo podía ganarse por medio de la estrategia del desgaste. Infligir una gran cantidad de pérdidas al enemigo, que resultase mucho mayor que las propias, sería lo que decidiría la contienda. Siguiendo este razonamiento, los alemanes lanzaron, en el Frente Occidental, una ofensiva que desembocaría en las batallas del Somme y Verdún, al noreste de Francia, en 1916. Estas batallas fueron las más largas y sangrientas de la primera guerra mundial.
El objetivo era infligir al enemigo el triple de pérdidas que sufrieran los alemanes. Sin embargo, las pérdidas francesas (275.000 muertos) apenas superarían a las alemanas (240.000 muertos). La estrategia del desgaste tampoco estaba pareciendo funcionar.

Guerra en el mar.

Sólo hubo una gran confrontación naval en esta guerra, y fue la Batalla de Jutlandia (1916). Las flotas británica y alemana, con una fuerza pareja, entablaron combate en el Mar del Norte, terminando la confrontación sin un vencedor claro. Sin embargo, los barcos germánicos regresarían a sus puertos y no volverían a intentar disputar el control británico de los mares.
El Alto Mando alemán abandonaría la guerra convencional marítima, y traerían el concepto de la “guerra de desgaste” de la tierra al océano. Lo que pretenderían desgastar ahora serían las líneas de suministros marítimas de la Entente, con la intención de que ello debilitara a Gran Bretaña y colapsasen las trincheras de Francia. Para ello recurrirían a los submarinos y atacarían a sus buques mercantes. Sin embargo, buques mercantes de los países neutrales jugaban un papel importante en mantener esas líneas de suministros. En 1917 Alemania declaró una guerra submarina contra los buques de cualquier nacionalidad. El hundimiento de un buque mercante norteamericano provocó el ingreso de los Estados Unidos a la  guerra contra Alemania en 1917.
Rusia, tras sus descalabros militares, firmó la paz con Alemania, entregándole territorios. Esto liberó a las tropas germánicas orientales, que pudieron reforzar ahora el sufrido Frente Occidental con nuevos efectivos, entre los cuales figurarían reclutas de los nuevos territorios cedidos por Rusia. Con tantos recursos reconcentrados en el oeste, Alemania empezaba ahora a tener la balanza inclinándose a su favor.
Además, la Batalla de Caporetto, en la frontera austroitaliana, hizo derrumbarse parte del frente italiano. Los alemanes y austro-húngaros conquistaron territorios y capturaron miles de prisioneros, antes de que los italianos lograsen levantar una nueva línea defensiva. La Entente tuvo que desplazar recursos al frente italiano para ayudar a cerrar esta brecha, repercutiendo en el debilitamiento de la Entente en el Frente Occidental.
Así pues, Alemania se encontró con una transitoria superioridad de medios y efectivos en el Frente Occidental. Pero tenía que darse prisa en aprovecharla porque el gigante industrial, Estados Unidos, se unía ahora a la Entente con multitud de tropas frescas e inmensos recursos materiales.

El fin de la guerra.

En 1918, dirigidos por Ludendorff, los alemanes intentaron usar su transitoria superioridad, antes de que fuese demasiado tarde. Adaptándose por fin a las exigencias de una guerra industrial, llevaron a cabo nuevas tácticas, usando tropas especializadas y concentrando sus efectivos en puntos clave del frente, por los que lograron penetrar y empujar hacia atrás a la Entente. Sin embargo, el ejército alemán estaba demasiado exhausto por cuatro años de conflicto, y no tuvo la fuerza suficiente para aprovechar estas victorias. Sin poder rematar a la Entente, ésta se recuperaría de estas derrotas, y empezaría a presionar hacia delante, con los refuerzos enviados por Estados Unidos.
Alemania vio que la derrota era cuestión de tiempo. Su ejército estaba agotado. Y por si fuese poco, sus aliados estaban desmoronándose en otros frentes, ante la presión de la Entente y sus aliados. Las líneas alemanas amenazaban con romperse en cualquier momento.  Así pues, viéndose incapaces de seguir luchando, los germánicos pidieron un armisticio. Ningún enemigo había pisado aún suelo alemán.
Los vencedores excluyeron de las negociaciones de paz a los vencidos. Cuando estuvo completa, en 1919, simplemente le presentaron a Alemania el tratado de paz de Versalles para que lo firmase. Los alemanes se sintieron indignados al leer el tratado. No sólo perdían los territorios ganados a Rusia en el tratado de Brest-Litovsk, sino que además perdían parte de sus territorios originales. Especialmente ofendidos se sintieron con el llamado “corredor polaco”, una franja de tierra otorgada a Polonia que dividía a Prusia Oriental del resto de Alemania. Además, se vieron obligados a pagar a los vencedores unas reparaciones de guerra desorbitadas. Y se les exigía entregar casi toda su flota, y reducir permanentemente su ejército a 100.000 soldados, una cifra minúscula.
Los germánicos considerarían el Tratado de Versalles una enorme injusticia. Humillados, su resentimiento sería el caldo de cultivo idóneo para hacer crecer deseos de revancha. 

Consecuencias.

De la Paz de Versalles nacería una nueva Europa. El Káiser Guillermo II abdicó y el Imperio Alemán se transformó en una República. Austria-Hungría se desintegró en pequeños países. Un cinturón de estados-tapón (nacidos a partir de antiguos territorios alemanes y rusos) se levantó delante de la Rusia Comunista, debido al temor que despertaba a las potencias occidentales. Las cesiones territoriales de los vencidos, junto a la posición expresada por el presidente estadounidense Wilson, de que cada nación tenía derecho a formar un Estado independiente, dio lugar a una profunda remodelación de Europa: El Imperio turco desapareció casi por completo, quedando reducido sólo a la actual Turquía. Otras remodelaciones territoriales tenían como objetivo aislar a la nueva Rusia revolucionaria. Por ello, se creó una gran Polonia y una gran Rumania.
Europa se encontró agotada y devastada por la guerra, lo cual marcó su declive a nivel mundial. Sus industrias y ciudades quedaron destruidas. El saldo de víctimas fue de diez millones de muertos y millones de heridos y mutilados.
Estados Unidos y Japón se alzaron como nuevas potencias hegemónicas. A instancias del presidente norteamericano, Wilson, se crea la Sociedad de las Naciones, antecesora de las Naciones Unidas.

Actividades: 

1) Describí el contexto mundial en el que se produce la Gran Guerra.
2) Identificá el detonante que provoca la Gran Guerra.
3) Diferenciá los grupos de países que se que se enfrentaron en la guerra.
    4) Describi los frentes de combate en los que se desarrolla la contienda.
5) Identificá adelantos técnicos que se aplicaron a la guerra.
6) Explicá en que consiste el tratado de Versalles.
7) Realizá una lista con las consecuencias que produjo la Gran Guerra.
8) Investigá que nuevos estados se forman en Europa luego de la guerra.












domingo, 30 de marzo de 2014

El Congreso de Viena y la Santa Alianza.

 El Congreso de Viena y la Santa Alianza.

Tras la caída de Napoleón Bonaparte en 1815, los antiguos monarcas o sus sucesores directos volvieron a ocupar los tronos de Europa. Desde allí quisieron borrar las huellas de la Revolución Francesa y del Imperio, restaurando el orden tal como era antes de 1789. Este período es conocido con el nombre de la Restauración.
Los vencedores impulsaron un reordenamiento general de los regímenes políticos y de las fronteras europeas. Para llevar a cabo esta complicada tarea, los más hábiles diplomáticos de la época, bajo el liderazgo del canciller austríaco von Mettermich se reunieron en Viena. Los principales objetivos del Congreso que se realizó en esta ciudad fueron restablecer el principio de legitimidad (es decir, reinstalar en el poder a las antiguas dinastías reinantes – consideradas legítimas- que habían sido destronadas por los ejércitos de Napoleón) y asegurar el mantenimiento de la paz dentro del nuevo equilibrio territorial, evitando el predominio de un Estado sobre los otros.
Para garantizar la perduración del orden restaurado y la ayuda mutua entre los monarcas se creó la Santa Alianza, formada por Rusia, Prusia y Austria – luego se le sumó Francia-. Estos países, defensores de los regímenes absolutistas de origen divino, se comprometieron a intervenir en los países donde se desatara un movimiento revolucionario.
Aunque con las medidas adoptadas los diplomáticos reunidos en Viena confiaban en haber terminado para siempre con el ímpetu revolucionario, los cambios sociales, jurídicos y políticos nacidos de la revolución eran sólidos y profundos.
El liberalismo y el nacionalismo, dos herederos de la revolución, cuestionaron los principios básicos de la Restauración: tanto la legitimidad de las monarquías absolutas como la arbitrariedad del nuevo equilibrio, construido a espaldas de los ciudadanos. Por eso, el nuevo orden resultó conflictivo y débil, durante las décadas siguientes una oleada de revoluciones sacudió sus cimientos.
En España, en 1815 la corona pasó a Fernando VII, el hijo de Carlos IV, que había sido depuesto por Napoleón. Francia perdió los territorios conquistados en la guerra y sus fronteras volvieron a ser como en 1789, además se restauró la monarquía, que recayó en Luis XVII.
Los intentos por restaurar el viejo orden chocaron con los cambios que había impulsado la Revolución Francesa y la industrialización. Estos choques se transformaron en estallidos revolucionarios que recorrieron Europa en 1820, 1830 y 1848.

Actividad: El Congreso de Viena.

1. Describí los objetivos del Congreso de Viena y la Santa Alianza.

2. Definí el concepto de Restauración.