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Prof. Federico Cantó

jueves, 5 de diciembre de 2013

BIOGRAFÍA DE JULIO CÉSAR, CAYO SUETONIO. 1°PARTE


En el libro Los Doce Césares
Cayo Suetonio Tranquilo
Escrito en el siglo II D.C.

CAYO JULIO CESAR

I. Cayo Julio César (1)... tenía dieciséis años de edad cuando murió su padre. Al siguiente año, nombrado flamin dial (sacerdote de Júpiter) (2), repudió a Cossutia, hija de simples aunque opulentos caballeros, con la cual estaba desposado desde la niñez, tomó por esposa a Cornelia, hija de Cina, que había sido cónsul cuatro veces; de ésta nació Julia, al cabo de poco, sin que el dictador Sila pudiese conseguir por ningún medio que la repudiase; por este motivo despojóle del sacerdocio, de los bienes de su esposa y de las herencias de su casa, persiguiéndole de tal forma que hubo de ocultarse, y aunque enfermo de fiebre cuartana, se veía obligado a mudar de asilo casi todas las noches y a rescatarse a precio de oro de manos de los que le perseguían; consiguió ser perdonado al fin por mediación de las Vírgenes Vestales (3), de Mamerco Emilio y de Aurelio Cotta, parientes y allegados suyos. Es cosa cierta que Sila denegó el perdón durante mucho tiempo a las súplicas de sus mejores amigos y de los personajes más importantes, y que al fin, vencido por la perseverancia de éstos, prorrumpió como impulsado por inspiración o presentimiento secreto:
—Triunfaron, y con ellos lo llevan. Regocíjense, mas sepan que llegará un día en que ése, que tan caro les es, destruirá el partido de los nobles, que todos juntos hemos protegido; porque en César hay muchos Marios (4).

II. Hizo sus primeras armas en Asia con el pretor M. Termo; mandado por éste a Bitina en busca de una nota, se detuvo en casa de Nicomedes, corriendo el rumor de que se prostituyó a él (5); rumor que creció por motivo de haber regresado pocas jornadas después a Bitina, con el pretexto de hacer enviar a un liberto, cliente suyo, cierta cantidad de dinero que le adeudaba. El resto de la campaña favoreció más su renombre; y en la toma de Mitilena recibió una corona cívica de manos de Termo (6).

III. Sirvió también en Cilicia, bajo Servilio Isaurcio aunque por poco tiempo, pues al tener noticia de la muerte de Sila, concibiendo la esperanza de que M. Lépido concitase nuevas turbulencias, apresurase a regresar a Roma. Sin embargo, aunque Lépido le hizo ofrecimientos ventajosos, se negó a secundar sus planes, no inspirándole confianza su carácter, ni pareciéndole tan favorable la ocasión como pensara.

IV. Calmada la insurrección civil, acusó de concusión a Cornelio Dolabella, varón consular a quien se habían otorgado los honores del triunfo; absuelto el acusado, decidió César retirarse a Rodas, tanto para prevenirse de sus enemigos, como para descansar y oír al sabio maestro Apolonio Molón. Durante la travesía, que hizo en invierno, le hicieron prisionero unos piratas cerca de la isla Farmacusa. Permaneció en poder de ellos cerca de cuarenta días, conservando siempre su entereza (7), sin otra compañía que su médico y dos cubicularios; porque inmediatamente envió a todos sus compañeros y al resto de los esclavos a que le trajesen el dinero preciso para el rescate. Se concertó éste en ciento cincuenta talentos, y en cuanto le desembarcaron, persiguió a los piratas al frente de una flota, capturándolos en la retirada y sometiéndolos al suplicio con que muchas veces los había amenazado como en broma. Por aquel entonces Mitrídates devastaba las regiones vecinas, y no queriendo aparecer César como indiferente a las desgracias de los aliados de Rodas, adonde marchó, trasladase al Asia, halló auxilio en ella, arrojó de la provincia al prefecto del rey y robusteció la fidelidad de las ciudades vacilantes.

V. A su regreso a Roma, la primera dignidad con que le invistió el voto del pueblo, fue la de tribuno militar (8), colaborando entonces con todas sus fuerzas con los que intentaban restablecer el poder tribunicio, profundamente quebrantado por Sila. Hizo aplicar también la proposición Plocia, para la repatriación de L. Cina, hermano de su esposa, y de todos cuantos en las turbulencias civiles se habían adherido a Lépido, recurriendo a Sertorio, tras la muerte de aquel cónsul, y hasta pronunció un discurso sobre este asunto.

VI. Siendo cuestor, pronunció en la tribuna de las arengas, según era costumbre (9), el elogio de su tía Julia y de su esposa Cornelia, que acababa de morir. En el primero estableció de la manera que sigue el doble origen de su tía y de su propio padre: Por su madre, mi tía Julia descendía de reyes; por su padre, está unida a los dioses inmortales; porque de Anco Marcio descendían los reyes Marcios, cuyo nombre llevó mi madre; de Venus procedían los Julios, cuya raza es la nuestra. Así se ven, conjuntas en nuestra familia, la majestad de los reyes, que son los dueños de los hombres, y la santidad de los dioses, que son los dueños de los reyes. Para reemplazar a Cornelia, casóse con Pompeya, hija de Q. Pompeyo y sobrina de L. Sila, de quien más adelante se divorció por sospecha de adulterio con P. Clodio, al que se acusaba públicamente de haberse introducido en sus habitaciones disfrazado de mujer durante las ceremonias religiosas, decretando el Senado la información de sacrilegio.

VII. Durante su cuestura, logró la España Ulterior (10), donde, al recorrer las asambleas de esta Provincia, para administrar justicia por delegación del pretor, al llegar a Cádiz, viendo cerca de un templo de Hércules la estatua de Alejandro Magno (11), suspiró profundamente como lamentando su inacción; y censurando no haber realizado todavía nada digno a la misma edad en que Alejandro ya había conquistado el mundo, dimitió en seguida su cargo para regresar a Roma y aguardar en ella la oportunidad de grandes acontecimientos. Los autores dieron mayor pábulo a sus esperanzas, interpretando un sueño (12) que tuvo la noche precedente y que perturbaba su espíritu (pues había soñado que violaba a su madre), prometiéndole el imperio del mundo, porque aquella madre que había visto sometida a él, no era otra que la Tierra, nuestra madre común.
VIII. Habiendo marchado antes del tiempo previsto, visitó las colonias latinas que aspiraban al derecho de ciudadanía romana; y las hubiera impulsado a intentar alguna audaz empresa, si, temiéndolo así todos los cónsules, no hubiesen retenido cierto tiempo las legiones destinadas a Cilicia; pero no por esto dejó de meditar amplios proyectos que poco después habían de realizarse en la misma Roma.

IX. En efecto, poco antes de tomar posesión de la edilidad, conspiró, según se dice, con M. Craso, varón consular, y con P. Sila y Autronio —condenados estos últimos por cohecho, después de haber sido designados cónsules—, para que al comienzo del año atacasen al Senado, diesen muerte a parte de los senadores y concediesen la dictadura a Craso, que nombraría a César jefe de la caballería; después de adueñarse por este procedimiento del Gobierno, era su intención devolver a Sila y a Autronio el consulado de que los había desposeído. Tanusio Gémino en su historia, M. Bíbulo en sus edictos y C. Curión, padre, en sus discursos, hablan de esta conjuración. Hasta el mismo Cicerón parece que la cita en una carta a Axius, donde afirma que César realizó durante su consulado el proyecto que concibió siendo edil.

Tanusio añade que Craso, sea por miedo, o por arrepentimiento, no compareció el día señalado para la matanza, y que por este motivo César no dio la señal convenida. Esta señal —escribe Curio—, era dejar caer la toga del hombro. El mismo Curio y M. Actorio Nasón le atribuyen otra conspiración con el joven Cn. Pisón, y pretenden que por las sospechas que suscitaron los manejos de éste en Roma, le otorgaron, por comisión extraordinaria, el Gobierno de España, conviniendo, sin embargo, suscitar movimientos coincidentes, el uno fuera y el otro en la misma Roma por medio de los ambronas y transpadanos; pero que la muerte de Pisón anuló el proyecto.

X. Siendo edil, no se limitó a adornar el Comitium, el Foro y las basílicas, sino que decoró asimismo el Capitolio e hizo construir pórticos para exposiciones temporales, en los que exhibió al público parte de los numerosos objetos que había reunido. Unas veces con su colega y otras separadamente, organizó juegos y cacerías de fieras, consiguiendo recabar para sí toda la popularidad por gastos hechos en común; por cuyo motivo, su colega M. Bíbulo comentaba, comparándose a Pólux: que así como se acostumbraba designar con el solo nombre de Cástor el templo erigido en el Foro a los dos hermanos las liberalidades de César y Bíbulo llamábanse munificencias de César.

César agregó a estas liberalidades un combate de gladiadores, en el que figuraron algunas parejas menos de las que deseaba, porque tantos había hecho llegar de todas partes, que alarmados sus adversarios, hicieron limitar, por una ley expresa, el número de contendientes que, en el futuro, podrían entrar en Roma.

XI. Habiéndose captado el favor popular, intentó por la influencia de algunos tribunos que se le diese, mediante plebiscito, el Gobierno de Egipto, sirviendo de ocasión para esta inopinada solicitud de un mando extraordinario que los habitantes de Alejandría habían expulsado a su rey, amigo y aliado del pueblo romano, actitud universalmente reprobada. El partido de los grandes hizo fracasar las pretensiones de César, quien, con el fin de debilitar entonces la autoridad de aquellos por todos los medios posibles, reconstruyó los trofeos de C. Mario sobre Yugurta, los cimbrias y teutones monumentos que en tiempos anteriores había destruido Sila, y cuando se abrió proceso a los sicarios, hizo figurar entre los asesinos, a pesar de las excepciones de la ley Cornelia, a todos aquellos que, durante la proscripción, recibieron dinero del Erario público como precio de cabezas de ciudadanos romanos.

XII. También encontró quien acusase de crimen capital a C. Rabirio, que algunos años antes cooperó más que nadie con el Senado para reprimir las sediciones suscitadas por el tribuno L. Saturnino, y designado por la suerte para juez, con tanta pasión condenó, que nada sirvió tanto como esta parcialidad al reo en su apelación al pueblo.

XIII. Desvanecida la esperanza del mando, pretendió el pontificado máximo (13), y tantas larguezas prodigó, que asustando por la enormidad de sus deudas, dijo a su madre, besándola antes de acudir a los comicios, que no volvería a verle sino pontífice. Por estos procedimientos venció a sus dos competidores, aunque muy temibles y superiores a él en su edad y dignidad; consiguiendo además sobre ellos la ventaja de obtener más sufragios en sus propias tribus que ellos en todas las demás.

XIV. Era pretor (14) César cuando se descubrió la conjuración de Catilina; se había acordado por unanimidad en el Senado la muerte de los culpables, y sólo él opinó que se los custodiase por separado en las ciudades municipales y se les enajenasen los bienes. Más aún: a los que habían propuesto muy severos castigos, los aterró de tal forma con la reiterada amenaza de los odios populares que algún día se desencadenarían contra ellos, que Décimo Silano, cónsul designado, atrevióse a dulcificar por medio de una interpretación el voto que dignamente no podía modificar, y que habían entendido, según explicó, en un sentido mucho más riguroso del que le había dado. César iba a triunfar: muchos senadores se habían agregado a su bando, y con ellos Cicerón, hermano del cónsul; la victoria, pues, era segura, si la oración de Catón no hubiese infundido energía al vacilante Senado. Pero lejos de flaquear en su oposición, persistió César de tal manera en ella, que el grupo de caballeros romanos que guardaba armado el salón del Senado, le amenazó con darle muerte; espadas desnudas se dirigieron contra él, de suerte que los que estaban junto a él se apartaron, y únicamente algunos, aprisionándole entre sus brazos y cubriéndole con la toga, consiguieron salvarle, con gran trabajo. Influido entonces por el miedo, cedió, y en todo el resto del año se abstuvo de asistir el Senado (14 bis).

XV. El primer día de su pretura convocó ante el pueblo a Q. Catulo, encargado de la reconstrucción del Capitolio (15), y propuso se confiriese el cuidarlo a otro. Mas observando que los patricios, en vez de acudir a saludar al nuevo cónsul, marchaban con apresuramiento a la asamblea para oponerle tenaz resistencia, considerando la lucha desigual, desistió de la empresa.

XVI. Con gran ardor y pasión mantuvo a Cecilio Metelo. autor de las leyes más turbulentas, contra el derecho de oposición de sus colegas, hasta que un decreto del Senado suspendió a los dos en sus funciones. César tuvo la audacia de proseguir en posesión de su cargo y de administrar todavía justicia. Pero cuando supo que se disponían a emplear con él la violencia y las armas, despidió a los lictores, despojase de la pretexta y se retiró secretamente a su casa, resignado, de acuerdo con la costumbre de la época, a permanecer tranquilo. Dos días después sosegó a la muchedumbre, que espontáneamente se había congregado ante su puerta ofreciéndole su cooperación para restablecerle en su dignidad. Atónitos ante aquella moderación, los senadores que la noticia del tumulto había congregado apresuradamente, enviaron para darle gracias a los más ilustres de entre ellos, siendo llamado al Senado, donde se le tributaron grandes elogios, restableciéndole en su cargo y retirando el primer decreto.

XVII. Sobreviniéronle muy pronto nuevos disgustos, por haberle denunciado como cómplice de Catilina, ante el cuestor Novio Niger, L. Vettio Judex, y ante el Senado Q. Curio (16), a quien fueron concedidas recompensas públicas por haber sido el primero en revelar los proyectos de los conjurados. Curio pretendía saber por Catilina lo que decía, y Vettio se obligaba a presentar la firma de César dada por éste a Catilina. No consideró César que debía soportar aquellos ataques, y suplicó el testimonio de Cicerón, para demostrar que le había suministrado espontáneamente algunos detalles acerca de la conjuración, consiguiendo privar a Curio de las recompensas que le habían ofrecido; en cuanto a Vettio, a quien se había solicitado caución de comparecencia, se le despojó de sus bienes, se le maltrató personalmente, estuvo a punto de que le despedazasen en la asamblea al pie de la tribuna rostral, y le hizo encarcelar, consiguiendo lo mismo con relación al cuestor Novio, por haber consentido que se inculpase ante su tribunal a un magistrado superior a él.

XVIII. Al terminar su pretura, designóle la suerte la España Ulterior; pero, retenido por sus acreedores, no se vio libre de ellos hasta que otorgó fianzas; y sin esperar que, según las costumbres y las leyes, hubiese el Senado arreglado todo lo concerniente a las provincias, partió, ya para librarse de una acción judicial que querían suscitarle al cesar en el cargo, ya para allegar más pronto socorros a los aliados que imploraban la protección de Roma. Cuando hubo pacificado su provincia (17), regresó sin aguardar sucesor, con igual premura, pidiendo el triunfo y el consulado juntamente. Mas estando ya fijado el día de los comicios, no podía presentarse su candidatura si no entraba en la ciudad como simple particular, y cuando solicitó que se le exceptuase de la ley, encontró recia oposición, por lo que tuvo que desistir del triunfo para no quedar por ello excluido del consulado.

XIX. De sus dos competidores al consulado, L. Luceyo (18) y Marco Bíbulo, se unió al primero, que gozaba de escasa influencia, pero que poseía considerable fortuna, a condición de que uniría al suyo el nombre de César en sus larguezas a las centurias (19). Los nobles, enterados de este pacto, cuyas consecuencias temían, y convencidos de que César, investido con la magistratura más alta del Estado y contando con un colega completamente suyo, no pondría límites a su audacia, quisieron que hiciese Bíbulo idénticas promesas a la centuria, y la mayor parte de ellos contribuyeron con dinero para conseguirlo; el propio Catón dijo, con ocasión de esto, que por aquella vez la corrupción sería beneficiosa para la República. César fue nombrado cónsul con Bíbulo y los grandes no pudieron hacer sino asignar a los futuros cónsules cargos intrascendentes, como la inspección de bosques y caminos. Movido César por esta injuria, no perdonó medio para atraerse a Cn. Pompeyo, irritado entonces contra los senadores, que vacilaban en aprobar sus actos, pese a sus victorias sobre el rey Mitrídates, reconciliándole también con M. Craso, que continuaba enemistado con él desde las violentas querellas de su consulado, concertando con ellos una alianza por la cual no se haría nada en el Estado que desagradase a cualquiera de los tres.

XX. Lo pairo que ordenó al posesionarse de su dignidad, fue que se llevara un Diario de todos los actos populares y del Senado y que se publicase. Restableció, asimismo, la antigua costumbre de hacerse preceder por un ujier y seguir por lictores, durante los meses en que tuviese las fasces el otro cónsul (20). Promulgó la ley Agraria, y no pudiendo vencer la resistencia de Bíbulo, lo arrojó del foro a mano armada. Al siguiente día expuso éste sus quejas ante el Senado, pero no se encontró nadie que osase informar acerca de aquella violencia o a proponer alguna de aquellas decididas soluciones que, con tanta frecuencia, se habían adoptado en peligros mucho menores. Desesperado Bíbulo con ello, se retiró a su casa, donde estuvo oculto todo el transcurso de su consulado, no ejerciendo otra oposición que por medio de edictos. Desde aquel momento dirigió César todos los asuntos del Estado por su única y soberana autoridad, hasta el punto de que algunos, antes de firmar sus cartas, las fechaban por burla, no en el consulado de César y Bíbulo, sino de Julio y de César, haciendo así dos cónsules de uno solo, separando el nombre y el cognomento; se hicieron también divulgar estos versos:

Non Bibulo quidquam nuper, sed Cesare farctum est:
Nom Bibulo fieri consulte nil memini (21).

El territorio de Stella, consagrado por nuestros mayores, y los campos de Campania, destinados a las necesidades de la República, quedaron distribuidos entre veinte mil ciudadanos padres de familia con tres o más hijos (22). Pidiendo reducción los arrendatarios del Estado, les perdonó un tercio de los arrendamientos, y exhortólos en público a no encarecerlos inconsideradamente en la próxima adjudicación de impuestos. Así obraba en todo, concediendo generosamente cuanto se le solicitaba, porque nadie osaba enfrentársele, ya que si alguno se atrevía era víctima al punto de su venganza. Un día apostrofóle Catón, y ordenó a un lictor que le arrastrase fuera del Senado y le llevase a prisión. Habiéndole resistido algunos momentos, L. Lúculo, le asustaron en tal grado sus amenazas, que le pidió perdón de rodillas. Por haber lamentado Cicerón en un juicio la situación de los negocios de la República, a las nueve del mismo día hizo pasar al orden plebeyo al patricio P. Clodio, enemigo de Cicerón, a quien en vano había intentado pasar desde mucho antes. Queriendo concluir en fin con sus adversarios, sobornó a Vettio a fuerza de oro, para que declarase que algunos de éstos le habían incitado a matar a Pompeyo y que, conducido al Foro, nombrase algunos de los pretendidos autores de la trama. Pero acusando Vettio sin pruebas tanto a uno como a otro, sospechase en seguida el fraude, y desesperando César del triunfo de aquella loca empresa, hizo, según se cree, envenenar al denunciador.

XXI. Por esta época casase con Calpurnia, hija de L. Pisón, que iba a sucederle en el consulado, y concedió a Cn. Pompeyo en matrimonio su hija Julia, repudiado su prometido Servilio Cepión, quien poco antes ayudóle poderosamente a deshacerse de Bíbulo. Después de esta nueva alianza, comenzó en el Senado a adoptar, en primer lugar, el parecer de Pompeyo, cuando acostumbraba a interrogar ante todo a Craso y era costumbre que el cónsul mantuviese todo el año el orden establecido por el mismo en las calendas de enero para recibir los votos.

XXII. Apoyado por el suegro y el yerno, eligió, pues, entre todas las provincias romanas la de las Galias, que, entre otras ventajas, ofrecía amplio campo de triunfos a su ambición. Recibió, en primer término, la Galia Cisalpina con la Iliria, en virtud de la ley Vatinia; y después diole el Senado la Cabelluda, convencido de que el pueblo había de otorgársela si los senadores se la denegaban. No pudiendo dominar la alegría que le embargaba, pasados algunos días, jactóse en pleno Senado de haber llegado al máximo de sus deseos, a pesar del odio de sus consternados enemigos, y exclamó que en lo sucesivo marcharía sobre sus cabezas. Habiendo entonces dicho uno para afrentarle: —Eso no será fácil a una mujer—, respondió como aludido: —Sin embargo, en Siria, reinó Semíramis y las Amazonas poseyeron gran parte de Asia.

XXIII. Concluido su consulado, los pretores Memmio y Lucio Domitio solicitaron que se examinasen las actas del año anterior, llevando César el asunto al Senado, que no quiso saber de él. Después de tres días de inútiles discusiones, marchó a su provincia, e inmediatamente, para perjudicarle, se procesó a su cuestor por diversos delitos. Poco después le citó a él mismo el tribuno del pueblo L. Antistio, pero merced a la intervención del Colegio de los tribunos, logró no ser acusado mientras permaneciese ausente en servicio de la República. Para ponerse en lo sucesivo al abrigo de aquellos ataques, tuvo gran cuidado de atraerse, por medio de favores, a los magistrados de cada año, formándose una ley de no ayudar con su influencia, ni permitir que ascendiesen a los honores sino aquellos que se comprometiesen a defenderlo durante su ausencia; condición por la que no vaciló en requerir juramento a algunos e incluso promesa escrita.

XXIV. Así, pues, habiéndose vanagloriado en público L. Domitio, quien aspiraba al consulado, de realizar como cónsul lo que no había podido hacer como pretor, y de quitar además a César el ejército que comandaba, llamó a Luca, ciudad de su provincia, a Craso y a Pompeyo, exhortándolos a que solicitasen ellos mismos también el consulado, para separar a Domitio, y obligar en seguida a prorrogar su mando por cinco años, consiguiendo ambas cosas. Tranquilo en este aspecto, agregó otras legiones a las que había recibido de la República, y las mantuvo a tu costa; constituyó otra en la Galia Transalpina, a la que dio el nombre galo de Alanda, y la adiestró en la disciplina romana, armándola y equipándola al uso de la República y concediéndole después el derecho de ciudadanía. En lo sucesivo no dejó escapar ninguna oportunidad de hacer la guerra, por injusta y peligrosa que fuese, atacando indistintamente a los pueblos aliados y a las naciones enemigas o salvajes, hasta que el Senado decretó enviar comisarios a las Galias para que le informasen del estado de aquella provincia, llegando a proponerse por algunos que se la entregase a los enemigos. El próspero éxito de todas aquellas empresas les hizo, sin embargo, tributar elogios más lisonjeros y frecuentes que los que habían conseguido otros antes que él.

XXV. En los nueve años de su mando realizó las siguientes empresas: Redujo toda la Galia comprendida entre los Pirineos y los Alpes, las Cevennas, el Ródano y el Rin, a provincia romana, exceptuando las ciudades aliadas y amigas, obligando al territorio conquistado al pago de un tributo anual de cuarenta millones de sestercios. Fue el primero que, después de tender un puente sobre el Rin, atacó a los germanos al otro lado de este río, y que consiguió señaladas victorias sobre ellos. Atacó también a los bretones, desconocidos hasta entonces, los derroto y exigió dinero y rehenes. En medio de tantos éxitos, únicamente sufrió tres reveses: uno en Bretaña, donde una tempestad estuvo a punto de aniquilar su flota; otro en la Galia, delante de Gergovia, donde fue derrotada una legión; y el tercero en el territorio de los germanos, donde perecieron en una emboscada sus legados Titurio y Aurunculeyo.

XXVI. En el transcurso de estas expediciones, perdió primero a su madre, a su hija después, y más adelante a su nieto. Entretanto, la muerte de P. Clodio había ocasionado algaradas en Roma, y el Senado, que pensaba no instituir más que un cónsul, designaba nominalmente a Cn. Pompeyo. Los tribunos del pueblo le designaban por compañero a César, pero no queriendo regresar por esta candidatura antes de concluir la guerra, entendiese con ellos para que el pueblo le concediera permiso de solicitar, ausente, su segundo consulado, cuando estuviese para terminar el período de su mandato; se le concedió este privilegio, y concibiendo desde entonces más vastos proyectos y elevadas esperanzas, nada escatimó para atraerse partidarios a costa de favores públicos y particulares. Con el dinero extraído a los enemigos, inició la construcción de un Foro, cuyo solo terreno costó más de cien mil sestercios. Prometió al pueblo, en memoria de su hija; espectáculos y un festín, cosa desconocida y sin ejemplo; finalmente, y para satisfacer la impaciencia pública, utilizó a sus esclavos en los preparativos de aquel festín, que había encomendado a contratistas. Tenía en Roma comisionados que se apoderaban por fuerza, para reservárselos, de los gladiadores más famosos, en el momento en que los espectadores iban a pronunciar su sentencia de muerte. Y en cuanto a los gladiadores jóvenes, no los hacía educar en escuelas o por lanistas (23), sino en casas particulares y por caballeros romanos; lo hizo también por senadores duchos en el manejo de las armas, y que pedían, como vemos en sus cartas, encargarse de la enseñanza de aquellos gladiadores y regir como maestros sus ejercicios. César duplicó a perpetuidad la soldada de las legiones. En los años pródigos, distribuía el trigo sin tasa ni medida, y algunas veces se le vio dar a cada hombre un esclavo tomado del botín.

XXVII. Con el fin de conservar el apoyo de Pompeyo con una nueva alianza, ofrecióle a Octavia, sobrina de su hermana, a pesar de estar casada con C. Marcelo, y le pidió la mano de su hija destinada a Fausto Sila. A cuantos rodeaban a Pompeyo y a la mayor parte de los senadores los había hecho deudores suyos, sin exigirles interés o siendo éste muy reducido; hizo asimismo magníficos presentes a los ciudadanos de otras clases, que acudían a él invitados o espontáneamente. Sus liberalidades se extendían hasta los libertos y esclavos, según la influencia que ejercían sobre el ánimo de su señor o patrono. Los acusados, los ciudadanos agobiados de deudas, la juventud pródiga, hallaban en él refugio seguro, a no ser que las acusaciones fuesen graves con exceso, completa la ruina o los desórdenes demasiado grandes para que pudiese remediarlos. A éstos les decía francamente: que necesitaban una guerra civil.

XXVIII. No desplegó menor cuidado en atraerse el favor de los reyes y las provincias en toda la extensión de la tierra, brindando a unos gratuitamente millares de cautivos, mandando a otros tropas auxiliares en el momento y lugar que querían, sin consultar al Senado ni al pueblo. Adornó con magníficos monumentos, no solamente la Italia, las Galias y las Españas, sino también las más importantes ciudades de Grecia y Asia. Todo el mundo comenzaba a presentir con pavor el fin de tantas empresas, cuando el cónsul M. Claudio Marcelo publicó un edicto por el cual, después de anunciar que se trataba de la salvación de la República, proponía al Senado dar sucesor a César antes de que expirase el tiempo de su mandato; y ya que había terminado la guerra y estaba asegurada la paz, que licenciara al ejército victorioso; solicitaron, igualmente, que en los próximos comicios no se tuviese en cuenta la ausencia de César, puesto que el mismo Pompeyo había anulado el plebiscito dado en su favor. En efecto, había ocurrido que en la ley a propósito de los derechos de los magistrados, en el capítulo en que se prohibía a los ausentes la petición de honores, se olvidó exceptuar a César; el error no fue subsanado por Pompeyo hasta que la ley estuvo ya grabada en bronces, y depositada en el tesoro (24). No contento Marcelo con quitar a César sus provincias y sus privilegios, quiso también, apoyando una moción de Letinio, que se privase a la colonia que había fundado en Novumcomum, el derecho de ciudadanía, ambición que, en contra de las leyes, le había sido por ambos concedida.

XXIX. Alterado por estos ataques, y persuadido, como se le había oído decir muchas veces, que cuando ocupase el puesto supremo del Estado seria más difícil hacerle descender al segundo rango que desde éste al último, resistió con todo su poder a Marcelo, oponiéndole ya los tribunos, ya el otro cónsul, Servio Sulpicio. Al siguiente año, habiendo sucedido en el consulado M. Marcelo a su primo hermano Marco, continuando el mismo empeño, se preparó defensores por medio de considerables prodigalidades. Fueron estos defensores, Emilio Paulo y Cayo Curión, tribunos muy violentos. Pero hallando en todas partes fuerte resistencia, y viendo que los cónsules nombrados eran adversarios también, escribió al Senado, rogándole no le privase el beneficio del pueblo, o al menos diese órdenes para que los demás generales dejasen también sus ejércitos; confiando, según se cree, que reuniría, cuando quisiese, a sus veteranos con más facilidad que Pompeyo nuevos soldados. Ofreció, sin embargo, a sus contrarios licenciar ocho legiones, abandonar la Galia Transalpina y conservar la Cisalpina con dos legiones, o la Iliria solamente con una hasta que fuese nombrado cónsul.

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XXX. Rechazada, sin embargo, por el Senado sus peticiones y rehusando sus enemigos poner en pacto la salud de la República, pasó a la Galia Citerior, y celebrados ya los comicios provinciales, detúvose en Ravena, dispuesto a vengar con la fuerza de las armaba los tribunos partidarios suyos, si el Senado disponía medidas violentas contra ellos. Éste fue, efectivamente, el pretexto de la guerra civil, pero se cree que tuvo otros motivos. Cn. Pompeyo decía que, no pudiendo César terminar los trabajos comenzados ni satisfacer con sus recursos personales las esperanzas que el pueblo había puesto en su regreso, quiso trastornar y conmoverlo todo. Aseguran otros que temía que le obligaran a dar cuenta de lo que había hecho en pugna con las leyes, contra los auspicios e intercesiones durante su primer consulado, porque M. Catón declaraba con juramento que le citaría en justicia en cuanto licenciase al ejército. Se decía generalmente que, si regresaba en condición privada, se vería obligado, como Milón, a defenderse ante los jueces rodeados de soldados con armas; dando probabilidades a este criterio lo que Asinio Polión refiere y es, que en la batalla de Farsalia, contemplando a sus adversarios vencidos y derrotados, pronunció estas palabras:

Ellos lo quisieron; después de realizadas tantas empresas me hubieran condenado a mi, C. César, si no hubiese pedido auxilio al ejército.

Otros opinan, por último, que le dominaba el hábito del mando, y que habiendo comparado con las suyas las fuerzas de sus enemigos, creyó propicia la oportunidad de adueñarse del poder soberano, que desde su juventud venía codiciando. Según parece, también lo creía Cicerón así. En el libro tercero de Offitiis (de los Deberes), dice que César tenía siempre en los labios los versos de Eurípides que tradujo de esta manera:

Nam si violandum est jus, regnandi gratia
Violandum est: aliis rebus pietatem colas (25).

XXXI. Cuando supo que, rechazada la intercesión de los tribunos, habían tenido éstos que salir de Roma, hizo avanzar algunas cohortes en secreto para no suscitar recelos; con objeto de disimular, presidió un espectáculo público, se ocupó en un plan de construcción para un circo de gladiadores, y se entregó como de costumbre a los placeres del festín. Pero en cuanto se puso el sol mandó uncir a su carro los mulos de una tahona próxima, y con pequeño acompañamiento, tomó ocultos caminos. Consumidas las antorchas, extraviase y vagó largo tiempo al azar, hasta que al amanecer, habiendo encontrado un guía, prosiguió a pie por estrechos senderos hasta el Rubicón, que era el límite de su provincia y donde le esperaban sus cohortes. Detúvose breves momentos, y reflexionando en las consecuencias de su empresa, exclamó dirigiéndose a los más próximos:

—Todavía podemos retroceder, pero si cruzamos este puentecillo, todo habrán de decidirlo las armas.

XXXII. Cuando permanecía vacilando, un prodigio le decidió. Un hombre de talla y hermosura notables, apareció sentado de pronto, a corta distancia de él, tocando la flauta. Además de los pastores, soldados de los puestos inmediatos, y entre ellos trompetas, acudieron a escucharle; arrebatando entonces a uno la trompeta, encaminóse hacia el río, y arrancando vibrantes sonidos del instrumento, llegó a la otra orilla. Entonces César dijo:

—Marchemos a donde nos llaman los signos de los dioses y la iniquidad de los enemigos. Jacta alea est. (La suerte está echada.)

XXXIII. Cuando el ejército hubo cruzado el río, hizo presentarse a los tribunos del pueblo, que, arrojados de Roma, habían acudido a su campamento; arengó a los soldados y, llorando, invocó su fidelidad, rasgándose las vestiduras sobre el pecho. Se creyó que había prometido a cada uno el censo del orden ecuestre, error a que dio lugar el que mostrase varias veces durante la arenga el dedo anular de la mano siniestra, afirmando que estaba dispuesto a darlo todo con gusto, hasta su anillo, por aquellos que defendiesen su dignidad; de suerte que los que se hallaban en las últimas filas, en mejores condiciones para ver que para oír dieron a aquel movimiento una significación que no tenía; no tardó con ello, en divulgarse el rumor de que César había prometido a sus soldados los derechos y rentas de caballeros, es decir, cuatrocientos mil sestercios.

XXXIV. El orden y resumen de lo que hizo después es el siguiente: Ocupó en primer lugar el Piceno, la Umbría y la Etruria. Hizo rendirse a L. Domicio, nombrado sucesor suyo durante los disturbios, y que defendía con su guarnición a Corfinio, pero dejándole en libertad; costeó luego el mar superior (Adriático) y marchó sobre Brindis, en donde se habían refugiado los cónsules de Pompeyo, con propósito de pasar cuanto antes el mar. Después de intentar todo en vano para impedir la realización de este proyecto, se dirigió a Roma, convocó el Senado, y corrió a apoderarse de las mejores tropas de Pompeyo, que estaban en España a las órdenes de los tres legados, M. Petreyo, L. Africano y M. Varrón, habiendo dicho a los suyos antes de marchar que iba a combatir a un ejército sin general para volver a combatir a un general sin ejército. Y aunque retrasado por el sitio de Marsella, que le había cerrado sus puertas, y por la gran escasez de víveres, consiguió, sin embargo, muy pronto su propósito.

XXXV. Regresó rápidamente a Roma, pasó a Macedonia, acometió a Pompeyo, y mantúvose encerrado durante cuatro meses en inmenso recinto de fortificaciones, derrotándole al fin, en Farsalia: le persiguió luego en su fuga hasta Alejandría, donde le encontró asesinado, teniendo que hacer al rey Ptolomeo, que le tendía asechanzas, una guerra muy difícil y peligrosa para él, por las desventajas del tiempo y del lugar, el riguroso invierno, la actividad de su adversario, provisto de todo, en el recinto de su capital, y su escasa preparación para una lucha que estaba muy lejos de prever. Habiendo salido vencedor, concedió el reino de Egipto a Cleopatra y a su hermano menor, no queriendo hacerlo provincia romana, por temor de que algún día pudiera dar ocasión a nuevas discordias al caer en manos de un gobernador turbulento. De Alejandría pasó a Siria, y de allí al punto donde le llamaban urgentes mensajes, porque Farnaces, hijo del gran Mitrídates, aprovechando los disturbios, hacia la guerra, habiendo ya obtenido numerosos triunfos que le habían llenado de orgullo. Bastáronle a César cuatro horas de combate, al quinto día de su arribo, para aniquilar a aquel enemigo, por cuya razón se burlaba con frecuencia de los triunfos de Pompeyo, quien había debido en gran parte su fama militar a la debilidad de tales enemigos. Venció en seguida a Scipión y a Juba, quienes habían recogido en África los restos de su partido, y deshizo a los hijos de Pompeyo en España.

XXXVI. Durante estas guerras civiles no sufrió reveses más que en las personas de sus legados; de éstos C. Curio pereció en Africa; C. Antonio cayó en poder de sus enemigos en Iliria; P. Dolabella perdió su flota en la misma Iliria, y Cn. Domitio Calvino, su ejército en el Ponto. A él mismo, vencedor siempre, le abandonó la fortuna sólo en dos ocasiones: en Dirraquio, donde rechazándole Pompeyo y no acosándole dijo que aquel adversario no sabía vencer; y otra en el último combate librado en España, donde vio su causa tan desesperada que pensó incluso en darse muerte.

XXXVII. Concluidas las guerras, disfrutó cinco veces de los honores del triunfo, cuatro en el mismo mes, después de la victoria sobre Scipión y con algunos días de intervalo, y la quinta después de la derrota de los hijos de Pompeyo. Su primero y más esclarecido triunfo fue sobre la Galia, después el de Alejandría, el de Ponto, el de Africa, y en último lugar, el de España, y siempre con fausto y aparato diferentes. En su triunfo sobre la Galia, cuando pasaba por el Velabro, fue casi despedido del carro a consecuencia de haberse roto el eje (26); subió luego al Capitolio a la luz de las antorchas, que encerradas en linternas, eran llevadas por cuarenta elefantes alineados a derecha e izquierda. Cuando celebró su victoria sobre el Ponto, se advertía entre los demás ornamentos triunfales un cartel con las palabras VENI, VIDI, VINCI (llegué, vi, vencí), que no expresaba como las demás inscripciones los acontecimientos de la guerra, sino su rapidez.

XXXVIII. Además de los dos sestercios dobles que, al comienzo de la guerra civil, había otorgado a cada infante de las legiones de veteranos a título de botín, dióles veinte mil ordinarios, asignándoles también terrenos, aunque no inmediatos para no despojar a los propietarios. Repartió al pueblo diez modios de trigo por cabeza y otras tantas libras de aceite, con trescientos sestercios que había ofrecido antes, añadiendo otros cien en compensación de la tardanza. Perdonó los alquileres de un año en Roma hasta la cantidad de dos mil sestercios, y hasta la de quinientos en el resto de Italia. Agregó a todo esto distribución de carnes, y después del triunfo sobre España, dos festines públicos, y no considerando el primero bastante digno de su magnificencia, ofreció cinco días después otro más abundante.
XXXIX. También dio espectáculos de varios géneros: combates de gladiadores, representaciones en todos los barrios de la ciudad, a cargo de actores de todas las naciones y en todos los idiomas; dio, además, juegos en el circo, luchas de atletas y un simulacro de combate naval. En el Foro combatieron entre los gladiadores, Furio Leptinos de familia pretoria, y Q. Calpeno, que había formado parte del Senado y defendido causas delante del pueblo. Los hijos de muchos príncipes de Asia y de Bitinia bailaron la danza pírrica. El caballero romano Décimo Liberio representó en los juegos una mímica de su composición, percibiendo quinientos sestercios y un anillo de oro; pasando después desde la escena, por la orquesta, a acomodarse entre los caballeros. En el circo ensanchóse la arena por ambos lados; se abrió en torno un foso (el Euripo) (27), que llenaron de agua, y muy nobles jóvenes corrieron en aquel recinto cuadrigas y bigas, o saltaron en caballos amaestrados al efecto. Niños divididos en dos bandos, según la diferencia de edad, ejecutaron los juegos llamados troyanos. Dedicáronse cinco días a luchas de fieras, y últimamente se dio una batalla entre dos ejércitos, en la que participaron quinientos peones, trescientos jinetes y cuarenta elefantes. Con objeto de dejar a las tropas mayor espacio, habían quitado las barreras del circo, formando a cada extremo un campamento. Los atletas lucharon durante tres días en un estadio construido ex profeso en las inmediaciones del campo de Marte. Abriese un lago en la Codeta menor, Y allí entablaron combate naval birremes, trirremes y cuatrirremes tirias y egipcias abarrotadas de soldados. El anuncio de estos espectáculos había atraído a Roma abundante número de forasteros, la mayor parte de los cuales durmió en tiendas de campaña, en las calles y plazas; muchas personas, entre ellas dos senadores, fueron aplastadas o asfixiadas por la multitud.

XL. Dedicóse César entonces a la organización de la República; reformó el calendario (28), tan desordenado por culpa de los pontífices y por el abuso, antiguo ya, de las intercalaciones, que las fiestas de la recolección no coincidían ya en verano, ni la de las vendimias en otoño; distribuyó el año según curso del sol, y lo compuso de trescientos sesenta y cinco días, suprimió el mes intercalario y aumentó un día a cada año cuarto. Para que este nuevo orden de cosas pudiese dar principio en las calendas de enero del año siguiente, agregó dos meses, entre noviembre y diciembre, teniendo, por lo tanto, este año, quince meses, contando el antiguo intercalario que sucedía en él.

XLI. Completó el Senado (29); designó patricios, aumentó el número de pretores (30), de ediles, de cuestores y de magistrados subalternos; rehabilitó a los que habían despojado de su dignidad los censores o condenado los tribunales por cohecho. Compartió con el pueblo el derecho de elección en los comicios; de modo que, a excepción de sus competidores al consulado, los demás candidatos los designaban a medias el pueblo y él. Los suyos los designaba en tablillas que enviaban a todas las tribus, conteniendo esta breve inscripción: César, dictador, a la tribu tal: os recomiendo a éste o aquél para que obtengan su dignidad por vuestro sufragio. Admitió a los honores a los hijos de los proscritos. Restringió el poder judicial a dos clases de jueces, a los senadores y a los caballeros, y suprimió los tribunos del Tesoro, que formaban la tercera jurisdicción. Formó el censo del pueblo, no de la manera acostumbrada ni en el lugar ordinario, sino por barrios y según padrones de los propietarios de las casas; redujo el número de los ciudadanos a quienes suministraba trigo el Estado, de trescientos veinte a ciento cincuenta mil, y para que la formación de estas listas no pudiese ser causa en el futuro de nuevos disturbios, decretó que el pretor pudiese reemplazar, por medio de sorteo, con los que no quedaban inscritos a los que fallecieran.

XLII. Se distribuyeron ochenta mil ciudadanos en las colonias de Ultramar, y para que no quedase exhausta la población de Roma, decretó que ningún ciudadano menor de veinte años y mayor de cuarenta, a quien no obligase cargo público, permaneciese más de tres años seguidos fuera de Italia; que ningún hijo de senador emprendiese lejanos viajes, si no era en unión o bajo el patronato de algún magistrado; y, en fin, que los que criaban ganados tuviesen entre sus pastores menos de la tercera parte de hombres libres en la pubertad. Concedió el derecho de ciudadanos a cuantos practicaban la medicina en Roma o cultivaban las artes liberales, con la intención de fijarlos de este modo en la ciudad y atraer a los que estaban fuera. En cuanto a las deudas, en vez de conceder la abolición, esperada y reclamada con constante afán, decretó que los deudores pagarían según la estimación de sus propietarios y conforme a su importe antes de la guerra civil, y que se deduciría del capital todo lo que se hubiese pagado en dinero o en promesas escritas a título de usura, con cuya disposición se anulaban cerca de la cuarta parte de las deudas. Disolvió todos los gremios, a excepción de aquellos que tenían origen en los primeros tiempos de Roma. Aumentó los castigos en cuanto a los crímenes, y como los ricos los cometían frecuentemente, porque pagaban con el destierro sin que se les mermara su caudal, decretó contra los parricidas, como refiere Cicerón, la absoluta confiscación, y contra los demás criminales, la de la mitad de sus bienes.

XLIII. En la administración de justicia César fue celoso y severo. Privó del orden senatorial a los convictos de concusión; declaró nulo el matrimonio de un antiguo pretor que se había casado con una mujer al segundo día de separada de su marido, aunque no se la sospechaba de adulterio. Estableció impuestos sobre las mercancías extranjeras; prohibió el uso de literas, de la púrpura y de las perlas, exceptuando a ciertas personas y edades; y en determinados días. Cuidó principalmente de la observación de las leyes suntuarias; mandaba a los mercados guardias que confiscaban los artículos prohibidos y los trasladaban a su casa, y algunas veces, lictores y soldados iban a recoger en los comedores lo que había escapado a la vigilancia de los guardias.
XLIV. Para la policía y ornato de Roma y para el engrandecimiento y seguridad del Imperio, había concebido de día en día cada vez más numerosos y vastos proyectos. Ante todo deseaba erigir un templo de Marte que fuese el mayor del mundo, rellenando hasta el nivel del suelo el lago en que había dado el espectáculo del combate naval, y un teatro grandísimo al pie del monte Tarpeyo; quería reducir a justa proporción todo el derecho civil y compendiar en poquísimos libros lo mejor y más indispensable del inmenso y difuso número de leyes existentes; se proponía formar bibliotecas públicas griegas y latinas, lo más nutridas posible, y encargar a M. Varrón el cuidado de adquirir y clasificar los libros; se proponía secar las lagunas Pontinas, abrir salidas a las aguas del lago Fucino, construir un camino desde el mar al Tíber a través de los Apeninos, abrir el Istmo (de Corinto), reprimir a los dacios, que se habían desparramado por el Ponto y Tracia; llevar después la guerra a los partos, pasando por la Armenia Menor, no combatiéndolos en batalla campal sino después de haberlos experimentado. En medio de estos proyectos y trabajos sorprendióle la muerte; pero antes de hablar de ella no será inútil decir con brevedad algo de su figura, aspecto, trajes y costumbres, como también de sus trabajos civiles y militares.

XLV. Se afirma que César era de estatura elevada, blanco de tez, bien conformado de miembros, cara redonda, ojos negros y vivos, temperamento robusto, aunque en sus últimos tiempos le acometían repentinos desmayos y terrores nocturnos que le turbaban el sueño. Experimentó también dos veces ataques de epilepsia, mientras desempeñaba sus cargos públicos. Concedía mucha importancia al cuidado de su cuerpo, y no contento con que le cortasen el pelo y afeitasen con frecuencia, hacíase arrancar el vello, por lo que fue censurado, y no soportaba con paciencia la calvicie, que le expuso mas de una vez a las burlas de sus enemigos. Por este motivo, atraíase sobre la frente el escaso cabello de la parte posterior; y también por lo mismo, de cuantos honores le fueron concedidos por el pueblo y el Senado, ninguno le fue tan grato como el de llevar constantemente una corona de laurel. Era también cuidadoso de su traje; usaba lacticlavia guarnecida de franjas que le llegaban hasta las manos, poniéndose siempre sobre esta prenda un cinturón muy flojo. Esta costumbre hacia exclamar frecuentemente a Sila, dirigiéndose a los nobles: Desconfiad de ese joven tan mal ceñido.

XLVI. Habitó al principio una modesta casa en la Subura (31), pero cuando le nombraron pontífice máximo, se instaló en un edificio del Estado en la Vía Sacra. Aseguran muchos que tuvo grandísima afición al lujo y magnificencia; había hecho construir en Aricia una casa de campo, cuya edificación y ornamento le había invertido sumas considerables, y dícese que ordenó demolerla, porque no respondía a lo que esperaba, a pesar de que entonces era corta su fortuna y había adquirido muchas deudas. En sus expediciones llevaba pavimentos de madera y de mosaico para sus tiendas.
XLVII. Se asegura que le guió a Bretaña la esperanza de encontrar allí perlas, y que se complacía en compararlas en tamaño y sospesarlas en la mano; que buscaba con increíble avidez las piedras preciosas, esculturas, estatuas y cuadros antiguos; que pagaba a precios exorbitantes los esclavos bellos y hábiles, y que prohibía anotar estos gastos. Tanto le avergonzaban a él mismo.

XLVIII. Mientras gobernó en las provincias mantuvo siempre dos mesas, una para su alta servidumbre y otra para los magistrados romanos y personas más importantes del país. La disciplina doméstica en su casa era severísima, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes, y en una ocasión hizo encarcelar a su panadero por haber servido a los convidados pan diferente del que le sirvió a él; a un liberto a quien quería mucho le castigó con pena capital por haber cometido adulterio con la esposa de un caballero romano, a pesar de que nadie había entablado querella contra el.

XLIX. Su íntimo trato con Nicomedes constituye una mancha en su reputación, que le cubre de eterno oprobio y por lo cual tuvo que sufrir los ataques de muchos satíricos. Omito los conocidísimos versos de Calvo Lucinio:

Bithinia quicquid
et poedicator Cesaris umquam habuit (31 bis)

Paso en silencio las acusaciones de Dolabella y Curión, padre; en ellas Dolabella le llama rival de la reina y plancha interior del lecho real, y Curión establo de Nicomedes y prostituta bitiniana. Tampoco me detendré en los edictos de Bíbulo contra su colega, en los que le trata de reina de Bitinia y en los que le censura, a la vez, su antigua afición por un rey y por un reino ahora. M. Bruto refiere que por esta época, un tal Octavio, especie de loco que decía cuanto le venía en boca, dio a Pompeyo, delante de numerosa concurrencia, el título de rey y a César, el de reina. C. Memmio le acusa de haber servido a la mesa de Nicomedes, con los eunucos de este monarca, y de haberle presentado la copa y el vino delante de numerosos convidados, entre los cuales se encontraban muchos comerciantes romanos, cuyos nombres menciona. No satisfecho Cicerón con haber escrito en algunas de sus cartas que César fue llevado a la cámara real por soldados, que se acostó en ella cubierto de púrpura en un lecho de oro, y que en Bitinia aquel descendiente de Venus prostituyó la flor de su edad, le dijo un día en pleno Senado, mientras estaba César defendiendo la causa de Nisa, hija de Nicomedes, y cuando recordaba los favores que debía a este rey: Omite, te lo suplico, todo eso, porque demasiado sabido es lo que de él recibiste y lo que le has dado. Y, finalmente, el día de su triunfo sobre las Galias, los soldados, entre los versos con que acostumbran celebrar la marcha del triunfador, cantaron los conocidísimos:

Gallias Caesar subegit, Nicomedes Cesarem.
Ecce Caesar nunc triumphat, que subegit Gallias:
Nicomedes non triumphat, que subegit Caesarem (32).

L. Tiénese por cierto que fue muy dado a la incontinencia y que no reparaba en gastos para conseguir tales placeres, habiendo corrompido considerable número de mujeres de familias distinguidas, entre las que se cita a Postumia, esposa de Servio Sulpicio; a Lollia, de Aulo Gabinio; a Tertula, de M. Crasso, como también a Mucia, de Cn. Pompeyo. Pero lo cierto es que los Curiones, padre e hijo, y muchos otros, censuran a Pompeyo haber tomado por esposa, movido por la ambición, repudiando otra que le había dado tres hijos, a la hija de aquel a quien, en sus amargos recuerdos, acostumbraba a llamar nuevo Egisto. Pero a ninguna amó tanto como a la madre de Bruto, Servilia, a la que regaló durante su primer consulado una perla que le había costado seis millones de sestercios, y a la cual en la época de las guerras civiles, además de otras ricas donaciones, hizo adjudicar a bajo precio las propiedades más hermosas que se vendieron entonces en subasta (33). Ante la extrañeza que manifestaban muchos del bajo precio en que se habían pagado, dijo sarcásticamente Cicerón: Para que comprendáis bien la venta, se ha deducido la Tercia, aludiendo a que se decía que Servilia favorecía el comercio de su hija Tercia con César.

LI. No guardó más respeto en las provincias de su mando al lecho conyugal, a juzgar por los versos que cantaban en coro sus soldados el día de su triunfo sobre las Galias:

Urbani, servade uxores, moechum calvum adducimus.
Aurum in gallia effutuisti: at hic sumsisti inutuum (34).

LII. Tuvo también amores con reinas, entre otras con Eunoé, esposa de Bagud, rey de Mauritania, y a la que según refiere Nasón, hizo lo mismo que a su marido, numerosos y ricos presentes; pero a la que más amó fue a Cleopatra, con la que frecuentemente prolongó festines hasta la nueva aurora, y en nave suntuosamente aparejada se hubiera adentrado en ellas desde Egipto a Etiopía si el ejército no se hubiese negado a seguirle. Hízola venir a Roma, dejándola sólo marchar después de haberla colmado de dones y haber consentido en que llevase su nombre el hijo que tuvo de ella. Dijeron algunos escritores griegos que este hijo se parecía a César en el rostro y la apostura M. Antonio aseguró en pleno Senado que César le había reconocido, e invocó el testimonio de C. Mario, C. Oppio y otros amigos de César; Pero C. Oppio refutó el aserto publicando un libro intitulado: No es hijo de César el que Cleopatra dice serlo. Hervio Cinna, tribuno del pueblo, manifestó a muchas personas que tuvo redactada y dispuesta una ley, que César le mandó proponer en su ausencia, por la que se le permitía casarse con cuantas mujeres quisiese para tener hijos. Tan desarregladas eran, en fin, sus costumbres y tan ostensible la infamia de sus adulterios, que Curión padre le llama en un discurso marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos.

LIII. Ni sus propios enemigos niegan que fue hombre sobrio en el uso del vino. Conocida es la frase de Catón: De cuantos han querido derribar la República, solamente César fue sobrio. C. Oppio nos dice que era tan indiferente a la calidad de los manjares, que habiéndole servido un día en convite aceite rancio por fresco, César fue el único que no lo rechazó, y hasta repitió de él para que no se creyese imputaba al anfitrión de descuido o grosería.

jueves, 28 de noviembre de 2013

LAS REVOLUCIONES EN AMÉRICA DEL SUR: 1815 - 1824

Ver anterior: Las revoluciones en América del Sur: 1810-1815
Ver siguiente: La Revolución de Mayo.

La vuelta al trono de Fernando VII luego de la derrota de Napoleón hizo peligrar las revoluciones hispanoamericanas. El Rey, nuevamente en el trono, movilizó sus ejército para recuperar sus colonias. Hacia 1816, todos los gobiernos revolucionarios habían sido depuestos por las tropas españolas, con excepción de las juntas de Asunción y la del el Río de la Plata. La suerte de la revolución en América del Sur quedó en manos de dos brillantes militares que lideraron las guerras de independencia: José de San Martín en el sur del continente y Simón Bolívar en el norte

Las grandes campañas militares. En Sudamérica se van a desarrollar dos grandes campañas militares: una que partía del Río de la Plata hacia el norte, dirigida por José de San Martín, y otra que partía de Venezuela hacia el sur dirigida por Simón Bolívar. Ambas se dirigían al principal foco de resistencia española: Perú.  Tanto San Martín como Bolívar comprendieron que la revolución no lograría sus objetivos sino se atacaba directamente a Perú, corazón del enclave español en Sudamérica, y se eliminaban los ejércitos españoles allí existentes.

Mapa de las campañas militares de Bolívar y San Martín.
Luego del fracaso de las tres expediciones al Alto Perú, San Martín ideó un plan de acción que implicaba un cambio de estrategia militar: cruzar la cordillera de los Andes para trasladar al ejército revolucionario a Chile, plan que llevó a cabo en enero de 1817. En Chile obtuvo triunfos en Chacabuco y Maipú asegurando una base desde la cual lanzar el ataque final sobre Perú. Hacia éste se dirigió por mar a mediados de 1820, obteniendo rápidamente el dominio de la costa, pero los españoles se hicieron fuertes en el interior. 



Por su parte Bolívar, luego de expulsar a los españoles de Venezuela y Colombia, se dirigió hacia Perú desde el norte, obteniendo los triunfos de Bomboná y Pichincha (en esta batalla lucharon juntos por primera vez colombianos, peruanos, chilenos y argentinos). En Quito se entrevistaron Bolívar y San Martín, desconociéndose el contenido de la conversación. Luego de la entrevista San Martín se retiró del Perú, quedando la definición de la lucha en manos de Bolívar. Este obtendrá una victoria en Junín y finalmente, parte de su ejército, dirigido por Antonio Sucre, venció definitivamente a los españoles en Ayacucho en diciembre de 1824. Con este triunfo culminaban las campañas militares y los españoles se retiraron de Sudamérica.



El rey Fernando VII intentó recuperar las colonias organizando un ejército de reconquista y pidiendo apoyo a las potencias europeas que habían impulsado la restauración. Pero sus planes fracasaron y del imperio colonial español en América sólo pudo conservar, hasta fines del siglo XIX, las islas de Cuba y Puerto Rico.




martes, 26 de noviembre de 2013

LA REVOLUCÓN EN AMERICA DEL SUR - 1810-1815

Ver anterior: LA REVOLUCIÓN EN AMÉRICA DEL SUR
Ver siguiente: SEGUNDA ETAPA: LAS GUERRAS DE INDEPENDENCIA.

PRIMERA ETAPA: 1810-1815

A medida que iban llegando las noticias de la pérdida de casi todo el territorio español en manos de Francia y la creación del Consejo de Regencia para sustituir a la Junta Central, los habitantes de los Virreinatos iban definiendo sus posiciones frente a los hechos que sucedían en la metrópoli. El sector más conservador era partidario de obedecer al Consejo de Regencia en España; en tanto que el sector compuesto en su mayoría por población criolla era partidario de imitar lo ocurrido en España y crear juntas en América.

Tanto en América, como en España, la mayoría negó legitimidad al Consejo de Regencia. La tendencia juntista se impuso proclamando la adhesión a Fernando VII y el apoyo a la lucha del pueblo español contra los franceses.La formación de Juntas se produjo en las principales ciudades de los Virreinatos con la participación de peninsulares y criollos de clases medias y acomodadas; salvo excepciones, los indígenas, los negros y los campesinos no participaron. 

En Buenos Aires, Chile, Caracas y Bogotá estallaron los focos revolucionarios más importantes, limitados al ámbito urbano necesitaron extenderse hacia el interior de los territorios. La amenaza de las tropas francesas y la resistencia de los partidarios franceses hizo necesario que las Juntas desarrollaran un aparato militar. La guerra fue una consecuencia directa de la revolución.

En Caracas, la revolución estalló en abril de 1810. Encabezados por Francisco de Miranda y Simón Bolivar los revolucionarios proclamaron la independencia en julio de 1811, primera independencia de una colonia española en América, y en DIciembre de ese mismo año elaboran su Constitución. Sin embargo, en marzo de 1812 un devastador terremoto asoló a Caracas perjudicando el proceso revolucionario que se vio imposibilitado de obtener recursos para sostener las guerras de independencia. En agosto de 1813, Simón Bolivar fue derrotado y debió refugiarse en Jamaica.

El 25 de mayo de 1810 se formó en Buenos Aires, capital del VIrreinato del Río de la Plata la Primera Junta de Gobierno apoyada por las milicias criollas que habían rechazado las invasiones inglesas de 1806-1807. Polarizados en dos grupos que poseían diferentes posiciones acerca de como debía continuar el proceso revolucionario. Los radicales, encabezados por Mariano Moreno, partidarios de declarar la independencia y elaborar una constitución; y los moderados, encabezados por Cornelio Saavedra, partidarios de que la Junta gobierne ante la ausencia de un rey legítimo en España.

Las primeras medidas de la Junta se enfocaron en extender la revolución hacia el territorio del interior del Virreinato, En el terreno militar organizó expediciones hacia el Alto Perú, Paraguay y Montevideo. En el terreno político envió circulares invitando a las ciudades del interior a unirse a la revolución porteña. Las diferencias internas de la junta no permitieron declarar la independencia hasta 1816. Sin embargo, la junta logró permanecer y enfrentar a las tropas francesas y españolas liderando las guerras de independencia.

La Junta de Gobierno de Santiago de Chile quedó conformada en septiembre de 1810, sin embargo a comienzos de 1813 se vio amenazada por el desembarco de tropas realistas enviadas desde el Perú desatando la guerra por la independencia. Las tropas comandadas por uno de los principales líderes del movimiento chileno, Bernardo de O´Higgins sufrieron sucesivas derrotas dando por terminada la primera etapa de la revolución chilena en octubre de 1814.

En 1814, la situación revolucionaria en las colonias debió enfrentar un cambio radical: la restauración en España de Fernando VII y el deseo de recuperar sus dominios coloniales. El año 1815 fue difícil para el movimiento revolucionario que fue derrotado en varios lugares, manteniéndose firme sólo en el Río de la Plata. Pero resurgió y a partir de ese momento toma una clara definición por la independencia de las colonias españolas, y la lucha pasa de ser entre juntistas y regentistas a ser entre americanos y españoles. El proceso revolucionario debió ingresar en un nuevo período marcado por las Guerras de Independencia lideradas por Simón Bolivar y José de San Martín que se extenderían entre 1815 y 1823.


martes, 12 de noviembre de 2013

LAS REVOLUCIONES EN AMÉRICA DEL SUR




LA REVOLUCIÓN HISPANOAMERICANA


La crisis de la monarquía española, a comienzos del siglo XIX, fue la causa que desencadenó el proceso revolucionario de las colonias americanas que las condujo a su independencia de la metrópoli. El proceso revolucionario comienza entre 1808 y 1810 y concluye en 1825 cuando los últimos ejércitos españoles se retiran del territorio continental americano. Sin embargo, podemos encontrar antecedentes que ponían de manifiesto el clima de agitación que existía en las colonias desde fines del siglo XVIII.

Durante el siglo XVIII se habían producido distintos levantamientos populares por motivos locales como el de los comuneros en Asunción, que en 1717 se alzaron contra el nombramiento del gobernador por parte del Virrey del Perú; en 1780 en Nueva Granada en contra del aumento de los impuestos; o en 1781, la rebelión indígena de Tupac Amarú (ver texto) que buscaba poner fin al trabajo forzado de las poblaciones aborígenes del Perú.Todos estas rebeliones fueron sofocadas pero ponían de manifiesto la tensión que existía entre las colonias y la metrópoli.

También podemos mencionar como antecedentes que fomentaban el clima de agitación la propagación de las ideas de la Ilustración Los sectores con más poder económico eran los que tenían acceso a la educación, muchos de sus miembros se habían estudiado en Europa y en las Universidades americanas. Las obras de Voltaire, Montesquieu y Rousseau se difundían entre estos grupos; la idea de soberanía popular, constitución, derechos naturales y república eran temas de acaloradas discusiones en los salones de la sociedad criolla. 

Otro aspecto que se acentuó a lo largo del siglo XVIII fue el descontento de los grupos criollos que habían sido desplazados de los puestos de gobierno de la administración colonial y el comercio monopólico con la implantación de las reformas borbónicas. De estos sectores van a surgir algunas figuras que lideraron los movimientos de independencia, como Francisco Miranda, Antonio Nariño o Mariano Moreno. Estos hombres recogieron las enseñanzas de la revolución francesa, desde la cual se difundieron los derechos del hombre y el ciudadano, la idea de república y el constitucionalismo; y de la revolución de los Estados Unidos donde había quedado demostrada la posibilidad de crear nuevos estados independientes de las metrópolis.

Si bien estos antecedentes de descontento en las colonias no tenían como fin la revolución, contextualizaron el proceso revolucionario que se originó a partir de la crisis de la monarquía española. En el desarrollo del proceso de independencia de las colonias españolas de América del Sur podemos reconocer dos etapas. 

La primera que se extiende desde 1810 hasta 1815; la segunda que se prolonga desde 1815 hasta 1824. La primera etapa se caracteriza por la formación de un movimiento juntista en las principales ciudades liderado por los grupos criollos y las guerras contra los ejércitos hispano - franceses. La segunda etapa coincide con la restauración de Fernando VII en el trono español, al que deben enfrentarse los ejércitos americanos dando lugar a las Guerras de Independencia lideradas por los ejércitos de Simón Bolívar y José de San Martín.
ACTIVIDADES:

1) Identificá las causas que exponían un clima de agitación previo al proceso revolucionario.
2) Diferencia las características de los dos períodos en que se divide el proceso revolucionario en hispano-américa.

lunes, 28 de octubre de 2013

LAS CORTES ESPAÑOLAS

Ver anterior : CRISIS DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA.

CARTA AL CABILDO DE BUENOS AIRES, CÁDIZ, 1808.

Santiago de Liniers y Bremond,
Virrey del Río de la Plata, 1807-1809
El Virreinato del Río de La Plata, a raíz de las invasiones inglesas de 1806 y 1807, se encontraba atravesando una crisis de representación política. El Virrey Sobremonte había sido depuesto por el Cabildo de Buenos Aires que nombró en su lugar, en 1807, como Virrey interino a Santiago de Liniers, héroe de la Reconquista.


Pese a la victoria de Buenos Aires, a fines de 1807, la flota inglesa aún controlaba el Río de la Plata.  Ante esta situación el Cabildo de Buenos Aires decidió nombrar al criollo Juan Martín de Pueyrredón como representante y enviarlo a Madrid con la misión de solicitar ayuda. Al llegar a España, Pueyrredón, es espectador de la crisis de la monarquía española y la formación de la Junta Central de Sevilla.De esta forma describe la situación en la metrópolis en una carta dirigida al Cabildo de Buenos Aires:

Excelentísimo Señor:

El reyno dividido en tantos gobiernos cuantas son sus provincias; las locas pretensiones de cada una de ellas a la soberanía; el desorden que en todas se observa y la ruina que les prepara el ejército francés... que se ha replegado a Burgos, en donde recibe cuantiosos refuerzos, son consideraciones que me impiden permanecer por más tiempo en el desempeño de una comisión que hoy veo sin objeto. Me he retirado de la junta de Sevilla, por no haber en ella más facultades que en las demás para entender en los asuntos de mi cargo(... ) A mi llegada instruiré a vuecelencia muy menudamente de todo lo ocurrido en ésta Metropoli...



Carta al Cabildo de Buenos Aires, de 10 de setiembre de 1808, escrita desde Cádiz.


Actividad para el Aula:

1) Describí la situación del Virreintato del Río de la Plata cuando se produce la crisis de la monarquía borbónica.
2) ¿Cómo relata Pueyrredón la situación del Reino de España?
3) ¿Por qué fracasa la misión de Pueyrredón?

Ver otras actividades con fuentes: Goya, los fusilamientos de 1808.

GOYA, FUSILAMIENTOS DE 1808.

Ver anterior: CRISIS DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA.
Ver siguiente: Trabajo con documentos, Carta al Cabildo de Buenos Aires, Cadiz, 1808.

TRABAJO CON FUENTES VISUALES:

El Expresionismo, movimiento artístico de las primeras vanguardias o vanguardias históricas del siglo XX. Es una corriente artística que busca la expresión de los sentimientos y las emociones del autor más que la representación de la realidad objetiva.

La intensa pasión que inspira la composición consiguió que este lienzo de  Francisco Goya fuese más que un recordatorio de un hecho concreto, y mucho más también que una simple fruto del fervor patriótico del autor. El pintor español, llevado por la intensidad dramática de los hechos que narra, supo expresar en toda su violencia, aunque con sobriedad y eficacia extremas, la crueldad inexorable del hombre para el hombre y a la vez su exasperado y rebelde deseo de libertad.


Los fusilamientos del 3 de Mayo de 1808 
(hace referencia a los fusilamientos de los partisanos españoles en manos de las fuerzas napoleónicas.)
1814 
Lienzo. 2,66 x 3,45
Museo del Prado, Madrid.

1- Analizá la pintura de Goya y respondé las consignas:

a) Describí el contexto histórico en que se producen los fusilamientos.

b)¿Qué elementos elige el artista para hablar de la guerra?
c)
¿Qué colores?
d)
¿Cómo se utiliza la luz?
e)
¿Cómo exppresarías hoy las situaciones de guerra/tragedia?
f)¿Creés que el arte puede servir para denunciar/reflexionar/modificar estas situaciones?

viernes, 25 de octubre de 2013

CRISIS DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA


Ver anterior: El IMPERIO DE NAPOLEÓN
Ver siguiente: LAS REVOLUCIONES HISPANOAMERICANAS.

CRISIS DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA

El enfrentamiento de Francia con Inglaterra a comienzos del siglo XIX había dado como resultado la consolidación del poder del Imperio Napoleónico sobre Europa continental, en tanto que Inglaterra había logrado establecer su supremacía sobre los mares. Napoleón, con el fin de asfixiar económicamente a los británicos, prohibió el comercio entre Europa e Inglaterra mediante un bloqueo de los puertos europeos a los barcos ingleses.

Portugal era el único reino que se opuso al bloqueo y mantenía relaciones comerciales con Inglaterra. Para aislar a Inglaterra Napoleón debía conquistar a Portugal. La invasión del Reino de Portugal no podía realizarla por mar ya que estaba controlado por los Ingleses. Decidido a realizar esta campaña por tierra, Napoleón solicitó permiso a las autoridades españolas, aliadas a Francia, para atravesar su territorio.

Carlos IV, el monarca español, permitió a las tropas francesas atravesar su territorio para invadir Portugal. Al difundirse la noticia amplios sectores de la población española se sintieron traicionados por el Rey considerando que se estaba preparando la entrega de España a Francia. El pueblo español comenzó a organizar un movimiento en su contra, encabezado por el hijo del rey, Fernando. En marzo de 1808, los opositores llevaron a cabo un levantamiento conocido como el “Motín de Aranjuez”; como consecuencia del levantamiento popular Carlos IV debió abdicar el reino en su hijo Fernando quien ocupó el trono de España como Fernando VII.

Carlos IV deseaba recuperar la corona y recurrió a Napoleón buscando su apoyo. Napoleón, por su parte, le comunicó a Fernando VII que lo reconocería como rey de España. Lo mismo hizo con Carlos IV y los reunió a los dos en la ciudad de Bayona, en la frontera entre España y Francia. Pronto Napoleón demostró su estrategia, mediante amenazas obligó a Fernando VII a devolver la Corona a su padre, Carlos IV, quien a su vez abdicó en favor de Napoleón, quien designó a su hermano José Bonaparte como rey de España.

El 2 de mayo de 1808 hubo una gran agitación en las calles de la ciudad. El pueblo de Madrid se levantó contra las tropas francesas y fue brutalmente reprimido. En muchos pueblos y ciudades se formaron juntas de gobierno. Las juntas legitimaban su poder bajo el principio de “la vuelta de la soberanía a los pueblos en ausencia del monarca". Esta idea se basaba en la teoría de que los pueblos son los únicos depositarios de la soberanía y que la delegan en los monarcas, ante la ausencia del monarca, la soberanía volvía al pueblo y éste la delegaba en las juntas locales y provinciales.

La pintura de Goya El tres de Mayo de 1808, hace referencia a los fusilamientos de los partisanos españoles en manos de las fuerzas napoleónicas.
En septiembre de 1808 se formó la Suprema Junta Central que , desde la ciudad de Sevilla, gobernó en nombre de Fernando VII como depositaria de la soberanía que las distintas juntas le habían delegado. El objetivo de la junta era unificar la lucha contra los franceses.

Ante el temor de que los sucesos de España pudieran repercutir negativamente en América, la Junta Central decretó que los territorios americanos dejaban de ser colonias y pasaban a convertirse en parte integrante de la monarquía española y que sus habitantes debían tener iguales derechos que los de la península.

La Junta convocó la reunión de Cortes generales y extraordinarias , una asamblea en la que estaban representados distintos sectores de la población. Hubo grandes debates sobre la forma en que debía realizarse la convocatoria. Los liberales, proponían una convocatoria basada en la cantidad de población y no en los estamentos. Sin embargo, este principio sólo se aplicó en los territorios peninsulares. En América los cabildos seguían eligiendo a los delegados sin tener en cuenta la cantidad de población. Esto desató conflictos, y en 1810 las juntas que se habían formado en Caracas y en Buenos Aires desconocieron la legitimidad de las Cortes.

Las sucesivas derrotas contra los franceses llevaron a la pérdida casi completa del territorio español y obligaron en mayo de 1810 a disolver la Junta Central. En su lugar se crea un Consejo de Regencia que desde la ciudad de Cádiz tuvo la misión de convocar una reunión de Cortes Constituyente. En 1812 las Cortes sancionaron una constitución, conocida como Constitución de Cádiz, o Constitución de 1812. En ella aparecían como principios básicos muchas ideas de la Constitución francesa de 1791: la igualdad; la centralización del poder; la propiedad individual; el fomento de la agricultura y el comercio; el desarrollo de un plan nacional de educación, la división de poderes. Esta Constitución fue derogada en 1814 cuando Fernando VII volvió a ocupar el trono español.


ACTIVIDADES: 

1) Organizá mediante ítems una cronología de los principales sucesos que ponen en crisis a la monarquía española.

2) Justificá las siguientes afirmaciones:

a) “España se oponía a la conquista de Portugal por las tropas napoleónicas.”
b) “La farsa de a Bayona dejó al descubierto la decadencia de la monarquía borbónica.”
c) “ Las juntas de gobierno buscaron poner fin a la monarquía”
d) “La constitución de 1812 tenía características liberales”

Ver actividades con fuentes:
- Pintura: Análisis de Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya.