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Este blog es un espacio diseñado para los alumnos del nivel medio. Aquí encontrarán programas, contenidos y actividades de la asignatura Historia y Geografía. También podrán acceder a distintos recursos, diarios, películas, videos, textos, música y otros que contextualizan los temas desarrollados en clase.

Prof. Federico Cantó

jueves, 2 de enero de 2014

CAPITULACIÓN DE WHITELOCKE DEL 7 DE JULIO DE 1807

Ver texto: Las Invasiones Inglesas.
Ver: Documentos sobre las Invasiones Inglesas.

TRATADO DEFINITIVO ACORDADO ENTRE LOS GENERALES EN JEFE DE LAS TROPAS DE SU MAJESTAD CATÓLICA Y SU MAJESTAD BRITÁNICA.

Las segundas invasiones inglesas que habían comenzado con la toma de Montevideo el 16 de enero de 1807 y se prolongaron en Buenos Aires entre el 28 de junio y el 6 de julio tuvieron como resultado la aplastante derrota de las tropas inglesas frente a las milicias populares criollas.
El día 7 de julio los ingleses aceptaron su rendición y firmaron su capitulación mediante un tratado definitivo entre ambas Coronas firmado en el fuerte de Buenos Aires. A continuación se reproducen los artículos de este tratado.


1°- Habrá desde este tiempo cesación de hostilidades en ambas bandas del Río de la Plata.
2° - Las tropas de S.M.B. conservarán durante el tiempo de dos meses, contados desde el día de la fecha, la fortaleza y Plaza de Montevideo, y como país neutral se considerará una línea desde San Carlos al oeste, hasta Pando al este....
3° - Habrá de ambas partes una restitución recíproca de prisioneros...
4°- Que para el más pronto despacho de los buques y tropas de S.M.B. no se pondrá impedimento en los abastos de víveres que se pidan para Montevideo.
5° - Se dará el termino de diez días contados desde la fecha para el reembarco de las tropas de S.M.B. a fin de pasar a la banda del norte del Río de la Plata llevando sus armas los que en la actualidad las tengan.
6° - Que llegado el caso de la entrega de la Plaza y Fuerte de Montevideo... se hará en los términos que se encontró y con la artillería que tenía al tiempo de su toma.
7° - Se entregarán mutuamente tres oficiales de graduación, hasta el cumplimiento de estos artículos por ambas partes.

Hecho en la Fortaleza de Buenos Aires, a 7 de julio de 1807.


Santiago de LIniers - César  Balbiani-
Bernardo de Velazco - Javier Elío -
John Whitelock - George Murray

FuenteGraciela Meroni, La historia en mis documentos, Tomo 1, Buenos Aires, Editorial Huemul, 1984, pág. 139.

Actividad:
  •  Seleccioná y transcribí los artículos donde se pone de manifiesto quienes son los vencedores. Justificá tu selección.

martes, 31 de diciembre de 2013

REBELIÓN DE TUPAC- AMARU

La rebelión de Tupac Amarú

Desde la época de la conquista, los indios lucharon abiertamente contra los españoles para impedir que progresara su avance y frustrar tentativas de colonización. La resistencia más devastadora fue la que se produjo durante la guerra del Arauco, que en Chile provocó la destrucción de Valdivia, Santa Cruz, La Imperial, Angol, Villarrica y Osorno entre 1598 y 1604.

Por el lado argentino de los Andes hay que mencionar algunos ejemplos, en orden cronológico: el abortado alzamiento en 1594 de una confederación indígena multitribal dirigida por el cacique Viltipoco, de Humahuaca; la sublevación de calchaquíes y diaguitas en el Tucumán, entre 1630 y 1635, debida a los abusos de los encomenderos; el alzamiento dirigido por Pedro Bohórquez, el “falso Inca”, en los años 1657 y 1658; el levantamiento de los huarpes en el valle de Uco en 1661; el ataque de los mocovíes contra Tucumán en 1670, 1690 y las campañas llevadas contra ellos en 1710-1711 y 1739; la tentativa de los huarpes de tomar San Luis en 1712; los ataques contra Salta en 1734 y 1738 y contra Mendoza en 1769 y 1784; los malones guaycurúes y chiriguanos en el Chaco y Santa Fe desde los años 1720, los de los tobas y mocovíes en Corrientes, en 1769, o las incursiones y saqueos de los charrúas en la Banda Oriental.
Muy distinto es el caso de las insurrecciones o levantamientos, provocadas por la explotación socioeconómica en zonas de gran densidad de población indígena. La más importante fue la rebelión de Tupac Amarú en 1780, que se propagó desde Arequipa hasta Jujuy. El estallido de la rebelión, transformada al poco tiempo en un movimiento de liberación destinado a reemplazar el régimen español por una monarquía incaica, se debió a la reacción que provocaron en distintos grupos sociales las medidas ordenadas por el visitador José Antonio de Areche. 

Con objeto de aumentar las recaudaciones del Estado, que casi logró triplicar a partir de 1776, Areche decidió aplicar con rigor tres tipos de disposiciones: el aumento de 4 al 6 por ciento de las alcabalas que gravaban los frutos del país y los alimentos, el establecimiento de aduanas interiores, y el empadronamiento de indios, mestizos, cholos y mulatos como medio de exigir a más gente el pago del tributo. Esto coincidió con otras formas de imposición, la creación del estanco del tabaco, que provocó una elevación de precios, y quejas por el declive de la producción minera. 

La indignación fue muy grande, dado que las nuevas medidas, si bien eran de alcance general y se aplicaban a toda la población, castigaban sobre todo a los indígenas, que ya sufrían desde hacía mucho tiempo no sólo las consecuencias de la mita y las expoliaciones de los corregidores, sino también los abusos de los perceptores de rentas, de los usureros y hasta de los curas lugareños, sin que sus quejas fueran suficientemente escuchadas. La protesta de los damnificados, expresada con pasquines e inscripciones murales quejándose del "mal gobierno", se inició en Arequipa, en marzo de 1780, debido a la mano dura del director de la aduana de ese lugar, y se fue propagando a La Paz, Moquegua, Cuzco, Cochabamba, Huanuco y Charcas. 

Cobró un nuevo impulso cuando José Gabriel Condorcanqui, cacique de Tungasuca, en la provincia de Tinta, decidió poner fin al régimen del corregidor Arriaga, a quien hizo ajusticiar, solicitó el concurso de criollos y mestizos contra los chapetones, y comenzó a arengar a la población con proclamas, órdenes y otros textos reivindicativos en los que se cuidaba bien de mostrar su fidelidad al soberano y su respeto por la Iglesia, pero se presentaba como el Inca Tupac Amaru a causa de su descendencia de la última estirpe reinante en el Perú antes de la llegada de los españoles.

Era hombre rico a causa de su trabajo en calidad de contratista de arrieros, educado (por los jesuitas), y con bastante predicamento, y no le fue difícil esgrimir argumentos en contra de la fiscalidad excesiva, la persistencia de la mita, las ventas a precios excesivos y los procedimientos a que recurrían los corregidores para endeudar a los indios y exigirles servicios en los obrajes textiles. En lugar de investigar los reclamos y tratar de corregir los abusos, las autoridades optaron por achacar a los protestadores y revoltosos la intención de romper los lazos con España y provocar discordias entre españoles europeos, criollos y mestizos, y movilizaron tropas regulares reforzadas por contingentes de indios "leales" contra las nutridas fuerzas de los insurrectos.

No es del caso narrar todos los acontecimientos que se produjeron bajo la dirección de este dirigente o por obra de sus lugartenientes e imitadores, a veces más dispuestos que él a perpetrar desmanes, pero hay que subrayar que la lucha entablada por los insurrectos y la represión a que dio lugar fueron sumamente violentas. Se ha dicho que hubo 100.000 muertos en menos de un año. Tupac Amarú cayó prisionero con su familia y fue sentenciado a morir descuartizado; como esta tortura no daba el resultado apetecido, fue decapitado y, como si esto no bastara, sus restos fueron exhibidos en distintas comarcas para escarmiento de los indígenas. Sin embargo, prosiguieron hasta 1781 los levantamientos dirigidos por otros grupos,emparentados o no con Tupac Amarú.

Payró Roberto J. - Historia del Río de la Plata - Tomo I - Parte Segunda - Pgs.103-106- Compilación y reedición de Roberto Pablo Payró - Madrid-Buenos Aires - Alianza. Editorial - 2006.

Leer más: http://www.monografias.com/trabajos94/presencia-e-influencia-britanicas-independencia-del-rio-plata/presencia-e-influencia-britanicas-independencia-del-rio-plata4.shtml#ixzz2osN0picF


BELGRANO Y LAS INVASIONES INGLESAS

Ver anterior: LAS INVASIONES INGLESAS 1806-1807.
Ver: Documentos sobre las Invasiones Inglesas.

ENTREVISTA DE BELGRANO CON CRAWFORD EN 1807.


La segunda invasión inglesa al Río de la Plata, producida el 28 de junio de 1807, fue rechazada por la población de Buenos Aires y el 6 de Julio el capitán Whitelocke pidió la capitulación. En el fuerte de Buenos Aires se recibió el juramento a los oficiales ingleses prisioneros. Juan Manuel Belgrano fue el encargado de acreditar ese acto y con tal motivo se reunió con el brigadier general Crawford, sus ayudantes y a otros oficiales de consideración. A continuación se transcribe un fragmento del relato sobre ese encuentro descrito por el propio Belgrano.

...El general dispuso que el expresado cuartel maestre recibiese el juramento á los oficiales prisioneros: con este motivo pasó á su habitación el brigadier general Crawford, con sus ayudantes y otros oficiales de consideración: mis pocos conocimientos en el idioma francés, y acaso otros motivos de civilidad, hicieron que el nominado Crawford se dedicase á conversar conmigo con preferencia, y entrásemos á tratar de algunas materias que nos sirviera de entretenimiento, sin perder de vista adquirir conocimientos del país y muy particularmente, respecto de su opinión del gobierno español.
Así es que después de haberse desengañado de que yo no era francés ni por elección, ni otra causa, desplegó sus ideas acerca de nuestra independencia, acaso para formar nuevas esperanzas de comunicación con estos países, ya que le habían salido fallidas las de conquista : le hice ver cuál era nuestro estado, que ciertamente nosotros queríamos el Amo viejo, ó ninguno ; pero que nos faltaba mucho para aspirar á la empresa, y que aunque
ella se realizase bajo la protección de la Inglaterra, ésta nos abandonaría si se ofrecía un partido ventajoso á Europa, y entonces vendríamos á caer bajo la espada española (...)convino conmigo y manifestándole cuánto nos faltaba para lograr nuestra independencia, difirió para un siglo su consecución. 
¡Tales son en todo los cálculos de los hombres! Pasa un año y hete aquí que sin que nosotros hubiesemos trabajados para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona. En efecto avívanse entonces las ideas de libertad en independencia en América.

Fuente: Documentos del archivo de Belgrano, tomo I. Coni Hermanos. Buenos Aires. 1913.

ACTIVIDAD:

Analizá el documento de Belgrano y jusitificá las siguientes afirmaciones:

a) Belgrano rechazó la protección de Inglaterra por que se oponía a las ideas de independencia.
b) Las invasiones inglesas y los sucesos de Bayona impulsan las ideas de independencia en el Virreinato del Río de la Plata

jueves, 19 de diciembre de 2013

LA LIBERTAD DE IMPRENTA EN EL RÍO DE LA PLATA Y LA ESTRELLA DEL SUR.



LA LIBERTAD DE IMPRENTA EN EL RÍO DE LA PLATA Y LA ESTRELLA DEL SUR

Los beneficios de la libertad de imprenta han sido en este país desconocidos hasta ahora; están aún por ser descubiertos. Nuestra aspiración al traerla será promover esa cordialidad armónica y amistad que deben existir entre súbditos de un mismo gobierno.
La base de la Constitución inglesa es la libertad. Las leyes están basadas en la justicia y la equidad.Ningún déspota puede sacrificar por su capricho las vidas de sus súbditos. El pobre campesino que gana dificultosamente su sustento está, en cuanto a la libertad, al mismo nivel que el príncipe.
Cuando descubran la diferencia entre la legislación y la libertad de Inglaterra y la venalidad y despotismo de España; los habitantes de estas provincias bendecirán el día en que pudieron contarse entre los súbditos ingleses.

La Estrella del Sur, 29 de Mayo de 1807.



BANDO DE LA REAL AUDIENCIA DE BUENOS AIRES

...Por cuanto, desde que los enemigos de nuestra Santa Religión, del Rey y del bien del género humano emprendieron la conquista de Montevideo, escogieron entre todas sus armas, como la más fuerte para el logro de sus malvados designios, la de una imprenta, por medio de la cual no le fuese difícil difundir entre los habitantes de esta América , especies las más perniciosas y seductivas... y siendo cierto, que habiendo establecido dicha imprenta ha empezado a dar al público papeles, llenos de noticias falsas y comprensivos de ideas las más abominables...incluyendo otras no menos injuriosas a nuestro gobierno...Por tanto se prohíben a toda clase de personas...el que puedan introducir en esta capital ni en otro pueblo del distrito de este virreinato las gacetas inglesas de Montevideo, leerlas en público o privadamente ni retenerlas el más corto espacio de tiempo... en la inteligencia de que si alguno no lo ejecutare, será tratado como traidor al rey al estado...



FuenteGraciela Meroni, La historia en mis documentos, Tomo 1, Buenos Aires, Editorial Huemul, 1984, pág. 133.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

LA REVOLUCIÓN DE MAYO

Ver anterior: LA SEMANA DE MAYO.

LA JUNTA DE BUENOS AIRES, MAYO de 1810.

Hacia 1810 la sociedad del Virreinato del Río de la Plata se encontraba enfrentada entre criollos y peninsulares. Para algunos había llegado la ocasión de alcanzar la independencia política. Con este fin constituyeron una sociedad secreta Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Juan José Paso y muchos otros que habían recogido las enseñanzas de la ilustración. Para otros, hacendados criollos productores de cueros y tasajo, era necesario modificar el sistema monopolista que favorecía exclusivamente a los peninsulares. Esta tensión se vio plasmada en el documento "La Representación de los hacendados" escrita por Moreno en la que se peticionaba ante el Virrey Cisneros la necesidad de abrir el comercio y se exaltaban los beneficios que otorgaría al fisco.

En Mayo de 1810, la tensión aumentó al llegar a Buenos Aires la noticia de la caída de la Junta Central de Sevilla y el reconocimiento de la autoridad real de José Bonaparte. La milicias criollas conformadas en las invasiones inglesas presionaron al Virrey Cisneros para que se convocara a un Cabildo abierto para el 22 de mayo con el fin de debatir la situación.El Cabildo convocó a la reunión procurando invitar sólo a la gente "decente", nombre con el que se identificaban los españoles peninsulares.  Sin embargo, los criollos que destacaban por su fortuna, prestigio o cargos, eran numerosos y lograron ingresar a la reunión. 

El resultado fue una asamblea agitada donde se presentaron dos posturas contrapuestas. Los españoles encabezados por el obispo Lué opinaban que no debía modificarse la situación. Por otra parte, los criollos encabezados por Castelli y Paso, sostuvieron que debía caducar la autoridad del Virrey nombrado por la Junta Central. Esta postura planteaba imitar la situación en España donde, ante la ausencia de un monarca legítimo, se formó una Junta de Gobierno. Sin embargo, era una idea más revolucionaria en estas costas ya que abría las puertas del poder a los criollos, superiores en número a los españoles.

La postura criolla resulto triunfante, pero el resultado fue tergiversado por el Cabildo que al día siguiente constituyó una Junta de Gobierno presidida por el Virrey Cisneros. El reclamo de los criollos se hizo oir el día 25. Reunidos frente al Cabildo y con el apoyo de las milicias nativas demandó la creación de la Primera Junta de Gobierno presidida por Cornelio Saavedra, comandante del cuerpo de Patricios, y Mariano Moreno como secretario.

En la  Primera Junta de Gobierno  las figuras de Moreno y Saavedra fueron representativas de de la disputa criolla sobre las distintas visiones de la revolución. Los morenistas buscaban impulsar una revolución liberal declarando la independencia de España y mediante la redacción de una constitución crear un nuevo Estado; mientras que los saavedristas  pretendían la llegada de los criollos al poder pero manteniendo la continuidad del ordenamiento social del virreinato, del cual se consideraban sus herederos.
La Primera Junta existió como tal hasta el 18 de Diciembre de 1810, luego se transformó en la Junta Grande con la incorporación de los representantes de los territorios interiores.

Ver siguiente: ACCIONES DE GOBIERNO DE LA 1° JUNTA



sábado, 14 de diciembre de 2013

Proclama de Liniers del 6 de septiembre de 1806

Ver texto para el aula: Las invasiones inglesas.

INVASIONES INGLESAS, La creación de las milicias populares.

Santiago de Liniers, el 12 de agosto de 1806,  logró derrotar a las fuerzas británicas que hacía casi dos meses habían tomado el control de la ciudad de Buenos Aires bajo el mando del general Beresford. Sin embargo, Liniers tenía noticias que los británicos no habían abandonado el Río de la Plata y esperaban refuerzos para realizar una nueva expedición de conquista. Frente a este peligro inminente Liniers organizó a la población y la convocó para organizar la defensa de Buenos Aires mediante una proclama.
"El justo temor de que veamos nuevamente cubiertas nuestras costas de aquellos mismos enemigos que poco hace hemos visto desaparecer huyendo de la energía y vigor de nuestro invencible esfuerzo…me hacen esperar que correréis ansiosos de prestar vuestro nombre para defensa de la misma patria que acaba de deberos su restauración y libertad... A este propósito espero que vengáis a dar el constante testimonio de vuestra lealtad y patriotismo, reuniéndose en cuerpos separados, y por provincias, y alistando vuestro nombre para la defensa sucesiva del suelo que poco hace habéis reconquistado.
Vengan pues los invencibles cántabros, los intrépidos catalanes, los valientes asturianos y gallegos, los temibles castellanos, andaluces y aragoneses; en una palabra, todos los que llamándose españoles se han hecho dignos de tan glorioso nombre.
Vengan y unidos al esforzado, fiel e inmortal americano, y de los demás habitadores de este suelo, desafiaremos a esas aguerridas huestes enemigas …"
Santiago de Liniers

Fuente: Proclama de Liniers del 6 de septiembre de 1806; en Graciela Meroni, La historia en mis documentos, Tomo 1, Buenos Aires, Editorial Huemul, 1984, pág. 133.

La proclama despertó tal entusiasmo en la población que Liniers debió realizar una nueva convocatoria general unos días después para poder organizar las milicias.

" ... La proclama publicada el 6 del corriente ha suscitado el más vivo entusiasmo...vengo a convocaros por medio de ésta, para concurran a la Real Fortaleza, los días que abajo irán designados a fin de arreglar batallones y compañías nombrando los comandantes y sus segundos, los capitanes y sus tenientes, a voluntad de los mismos cuerpos, a los cuales presentaré en aquel acto un diseño del uniforme que precisamente deben usar.
Los días señalados para la concurrencia en el Fuerte son a las dos y media de la tarde a saber: 
Catalanes, el miércoles 10 del corriente, Vizcaínos y Cántabros el viernes 12, andaluces, castellanos, levantiscos y patriotas el lunes 15.
Ninguna persona en estado de tomar las armas dejará de asistir sin justa causa a la citada reunión, so pena de ser tenida por sospechosa y notada de incivismo.

Santiago de Liniiers

FuenteGraciela Meroni, La historia en mis documentos, Tomo 1, Buenos Aires, Editorial Huemul, 1984, pág. 133.

Acrtividades:

1) Analizá la proclama del 6 de setiembre y describí el orígen de los habitantes convocados para la defensa de Buenos Aires.
2) Analizá la convocatoria general e identificá la forma que establece Liniers para el nombramiento de los comandantes, capitanes y tenientes de cada batallón.

HOBSBAWM, LA REVOLUCIÓN FRANCESA (2° PARTE)



LA REVOLUCIÓN FRANCESA (2° PARTE).

E. J. HOBSBAWM

En el libro LAS REVOLUCIONES BURGUESAS

Entre 1789 y 1791 la burguesía moderada victoriosa, actuando a través de la que entonces se había convertido en Asamblea Constituyente, emprendió la gigantesca obra de racionalización y reforma de Francia que era su objetivo. La mayoría de las realizaciones duraderas de la revolución datan de aquel período, como también sus resulta dos internacionales más sorprendentes, la instauración del sistema métrico decimal y la emancipación de los judíos. Desde el punto de vista económico, las perspectivas de la Asamblea Constituyente eran completamente liberales: su política respecto al campesinado fue el cercado de las tierras comunales y el estímulo a los empresarios rurales; respecto a la clase trabajadora, la proscripción de los gremios; respecto a los artesanos, la abolición de las corporaciones. Dio pocas satisfacciones concretas a la plebe, salvo, desde 1790, la de la secularización y venta de las tierras de la Iglesia (así como las de la nobleza emigrada), que tuvo la triple ven taja de debilitar el clericalismo, fortalecer a los empresarios provinciales y aldeanos y proporcionar a muchos campesinos una recompensa por su actividad revolucionaria. La Constitución de 1791 ,evitaba los excesos democráticos mediante la instauración de una monarquía constitucional fundada sobre una franquicia de propiedad para los . Los pasivos, se esperaba que vivieran en conformidad con su nombre. 

Pero no sucedió así. Por un lado la monarquía, aunque ahora sostenida fuertemente por una poderosa facción burguesa ex revolucionaria, no podía resignarse al nuevo régimen. La Corte soñaba —e intrigaba para conseguirla— con una cruzada de los regios parientes para expulsar a la chusma de gobernantes comuneros y restaurar al ungido de Dios, al cristianísimo rey de Francia, en su puesto legítimo. La Constitución Civil del clero (1790), un mal interpretado intento de destruir, no a la Iglesia, sino su sumisión al absolutismo romano, llevó a la oposición a la mayor parte del clero y de los fieles y contribuyó a impulsar al rey a la desesperada y —como más tarde se vería— suicida tentativa de huir del país. Fue detenido en Varennes en junio de 1791, y en adelante el republicanismo se hizo una fuerza masiva, pues los reyes tradicionales que abandonan a sus pueblos pierden el derecho a la lealtad de los súbditos. Por otro lado, la incontrolada economía de libre empresa de los moderados acentuaba las fluctuaciones en el nivel de precios de los alimentos y, como consecuencia, la combatividad de los ciudadanos pobres, especial mente en París. El precio del pan registraba la temperatura política de París con la exactitud de un termómetro, y las masas parisienses eran la fuerza revolucionaria decisiva. No en balde la nueva bandera francesa tricolor combinaba el blanco del antiguo pabellón real con el rojo y el azul, colores de París.

El estallido de la guerra tendría inesperadas consecuencias, al dar origen a la segunda revolución de 1792 —la República jacobina del año II— y más tarde al advenimiento de Napoleón Bona parte. En otras palabras, convirtió la historia de la Revolución francesa en la historia de Europa. 

Dos fuerzas impulsaron a Francia a una guerra general: la extrema derecha y la izquierda moderada. Para el rey, la nobleza francesa y la creciente emigración aristocrática y eclesiástica, acampada en diferentes ciudades de la Alemania Occidental, era evidente que sólo la intervención extranjera podría restaurar el viejo régimen(8). Tal intervención no era demasiado fácil de organizar, dada la complejidad de la situación internacional y la relativa tranquilidad política de los otros países. No obstante, era cada ves más evidente para los nobles y los gobernantes de - de todas partes, que la restauración del poder de Luis XVI no era simplemente un acto de solidaridad de clase, sino una importante salvaguardia contra la expansión de las espantosas ideas propagadas desde Francia. Como consecuencia de todo ello, las fuerzas para la reconquista de Francia se iban reuniendo en el extranjero. 

Al mismo tiempo los propios liberales moderados, y de modo especial el grupo de políticos agrupado en torno a los diputados del departamento mercantil de la Gironda, eran una fuerza belicosa. Esto se debía en parte a que cada revolución genuina tiende a ser ecuménica. Para los franceses, como para sus numerosos simpatizantes en el extranjero, la liberación de Francia era el primer paso del triunfo universal de la libertad, actitud que llevaba fácilmente a la convicción de que la patria de la revolución estaba obligada a liberar a los pueblos que gemían bajo la opresión y la tiranía. Entre los revolucionarios, moderados o extremistas, había una exaltada y generosa pasión por expandir la libertad, así como una verdadera incapacidad para separar la causa de la nación francesa de la de toda la humanidad esclavizada. Tanto la francesa como las otras revoluciones tuvieron que aceptar este punto de vista o adaptarlo, por lo menos hasta 1848. Todos los planes para la liberación europea hasta esa fecha giraban sobre un alzamiento conjunto de los pueblos bajo la dirección de Francia para derribar a la reacción. Y desde 1830 otros movimientos de rebelión nacionalista o liberal, como los de Italia y Polonia, tendían a ver convertidas en cierto sentido a sus naciones en mesías destinados por su libertad a iniciar la de los demás pueblos oprimidos. 


Por otra parte, la guerra, considerada de modo menos idealista, ayudarla a resolver numerosos problemas domésticos. Era tan tentador como evidente achacar las dificultades del nuevo régimen a las conjuras de los emigrados y los tiranos extranjeros y encauzar contra ellos el descontento popular. Más específicamente, los hombres de negocios afirmaban que las inciertas perspectivas económicas, la devaluación del dinero y otras perturbaciones sólo podrían remediarse si desaparecía la amenaza de la intervención. Ellos y los ideólogos se daban cuenta, al reflexionar sobre la situación de In glaterra, de que la supremacía económica era la consecuencia de una sistemática agresividad. (El siglo XVIII no se caracterizó porque los negociantes triunfadores fueran precisamente pacifistas.) Además, como pronto se iba a demostrar, podía hacerse la guerra para sacar provecho. Por todas estas razones, la mayoría de la nueva Asamblea Legislativa (con la excepción de una pequeña ala derecha y otra pequeña ala izquierda dirigida por Robespierre) preconizaba la guerra. Y también por todas estas razones, el día que estallara, las conquistas de la revolución iban a combinar las ideas de libe ración con las de explotación y juego político. 

La guerra se declaró en abril de 1792. La derrota, que el pueblo atribuiría, no sin razón, a sabotaje real y a traición, trajo la radicalización. En agosto y septiembre fue derribada la monarquía, establecida la República una e indivisible y proclamada una nueva era de la historia humana con la institución del año I del calendario revolucionario por la acción de las masas de de París. La edad férrea y heroica de la Revolución francesa empezó con la matanza de los presos políticos, las elecciones para la Convención Nacional —probablemente la asamblea más extraordinaria en la historia del parlamentarismo— y el llama-miento para oponer una resistencia total a los invasores. El rey fue encarcelado, y la invasión extranjera detenida por un duelo de artillería poco dramático en Valmy. 

Las guerras revolucionarias imponen su propia lógica. El partido dominante en la nueva Convención era el de los girondinos, belicosos en el exterior y moderados en el interior, un cuerpo de elocuentes y brillantes oradores que representaba a los grandes negociantes, a la burguesía provinciana y a la refinada intelectualidad. Su política era absolutamente imposible. Pues solamente los Estados que emprendieran campañas limitadas con sólidas fuerzas regulares podían esperar mantener la guerra y los asuntos internos en compartimientos estancos, como las damas y los caballeros de las novelas de Jane Austen hacían entonces en Inglaterra. Pero la revolución no podía emprender una campaña limitada ni contaba con unas fuerzas regulares, por lo que su guerra oscilaba entre la victoria total de la revolución mundial y la derrota total que significaría la contrarrevolución. Y su ejército —lo que quedaba del antiguo ejército francés— era tan ineficaz como inseguro. Dumouriez, el principal general de la República, no tardaría en pasarse al enemigo. Así, pues, sólo unos métodos revolucionarios sin precedentes podían ganar la guerra, aunque la victoria significara nada más que la derrota de la intervención extranjera. En realidad, se encontraron esos métodos. En el curso de la crisis, la joven República francesa descubrió o inventó la guerra total: la total movilización de los recursos de una nación mediante el reclutamiento en masa, el racionamiento, el establecimiento de una economía de guerra rígida mente controlada y la abolición virtual, dentro y fuera del país, de la distinción entre soldados y civiles. Las consecuencias aterradoras de este descubrimiento no se verían con claridad hasta nuestro tiempo. Puesto que la guerra revolucionaria de 1792-1794 constituyó un episodio excepcional, la mayor parte de los observadores del siglo XIX no repararon en ella más que para señalar (e incluso esto se olvidó en los últimos años de prosperidad de la época victoriana) que las guerras conducen a ]as revoluciones, y que, por otra parte, las revoluciones ganan guerras inganables. Sólo hoy podemos ver cómo la República jacobina y el de 1793-1794, tuvieron muchos puntos de contacto con lo que modernamente se ha llamado el esfuerzo de guerra total. 

Los recibieron con entusiasmo al gobierno de guerra revolucionaria, no sólo porque afirmaban que únicamente de esta manera podían ser derrotadas la contrarrevolución y la intervención extranjera, sino también porque sus métodos movilizaban al pueblo y facilitaban la justicia social. (Pasaban por alto el hecho de que ningún esfuerzo efectivo de guerra moderna es compatible con la descentralización democrática a que aspiraban.) Por otra parte, los girondinos temían las consecuencias políticas de la combinación de revolución de masas y guerra que habían provocado. Ni estaban preparados para competir con la izquierda. No querían procesar o ejecutar al rey, pero tenían que luchar con sus rivales los jacobinos (la ) por este símbolo de celo revolucionario; la Montaña ganaba prestigio y ellos no. Por otra parte, querían convertir la guerra en una cruzada ideológica y general de liberación y en un desafío directo a Inglaterra, la gran rival económica, objetivo que consiguieron. En marzo de 1793? Francia estaba en guerra con la mayor parte de Europa y había empezado la anexión de territorios extranjeros, justificada por la recién inventada doctrina del derecho de Francia a sus . Pero la expansión de la guerra, sobre todo cuando la guerra iba mal, sólo fortalecía las manos de la izquierda, única capaz de ganarla. A la retirada y aventajados en su capacidad de efectuar maniobras, los girondinos acabaron por desencadenar virulentos ataques contra la izquierda que pronto se convirtieron en organizadas rebeliones provinciales contra París. Un rápido golpe de los los desbordó el 2 de junio de 1793, instaurando la República jacobina. 

III

Cuando los profanos cultos piensan en la Revolución francesa, son los acontecimientos de 1789 y especialmente la República jacobina del año II los que acuden en seguida a su mente. El almidonado Robespierre, el gigantesco mujeriego Danton, la fría elegancia revolucionaria de Saint-Just, el tosco Marat, el Comité de Salud Pública, el Tribunal revolucionario y la guillotina son imágenes que aparecen con mayor claridad, mientras los nombres de los revolucionarios moderados que figuraron entre Mirabeau y Lafayette en 1789 y los jefes jacobinos de 1793 parecen haberse borrado de la memoria de todos, menos de los historiadores. Los girondinos son recordados sólo como grupo, y quizá por las mujeres románticas pero políticamente insignificantes unidas a ellos: Madame Roland o Carlota Corday. Fuera del campo de los especialistas, ¿se conocen siquiera los nombres de Brissot, Vergniaud, Guadet, etc.? Los conservadores han creado una permanente imagen del Terror como una dictadura histérica y ferozmente sanguinaria, aunque en comparación con algunas marcas del siglo XX, e incluso algunas represiones conserva doras de movimientos de revolución social —como, por ejemplo, las matanzas subsiguientes a la Comuna de París en 1871—, su volumen de crímenes fuera relativamente modesto: 17.000 ejecuciones oficiales en catorce meses.(9) Todos los revolucionarios, de manera especial en Francia, lo han considerado como la primera República popular y la inspiración de todas las revueltas subsiguientes. Por todo ello puede afirmarse que fue una época imposible de medir con el criterio humano de cada día. 

Todo ello es cierto. Pero para la sólida clase media francesa que permaneció tras el Terror, éste no fue algo patológico o apocalíptico, sino el único método eficaz para conservar el país. Esto lo logró, en efecto, la República jacobina a costa de un esfuerzo sobrehumano. En junio de 1793, sesenta de los ochenta departamentos de Francia estaban sublevados contra París; los ejércitos de los príncipes alemanes invadían Francia por el Norte y por el Este; los ingleses la atacaban por el Sur y por el Oeste; el país estaba desamparado y en quiebra. Catorce meses más tarde, toda Francia estaba firmemente gobernada, los invasores habían sido rechazados y, por añadidura, los ejércitos franceses ocupaban Bélgica y estaban a punto de iniciar una etapa de veinte años de ininterrumpidos triunfos militares. Ya en marzo de 1794, un ejército tres veces mayor que antes funcionaba a la perfección y costaba la mitad que en marzo de 1794, y el valor del dinero francés (o más bien de los de papel, que casi lo habían sustituído del todo) se mantenía estabilizado, en marcado contraste con el pasado y el futuro. No es de extrañar que Jeanbon St. André, jacobino miembro del Comité de Salud Pública y más tarde, a pesar de su firme republicanismo, uno de los mejores prefectos de Napoleón, mirase con desprecio a la Francia imperial que se bamboleaba por las derrotas de 1812-1813. La República del año II había superado crisis peores con muchos menos recursos.(10) 

Para tales hombres, como para la mayoría de la Convención Nacional, que en el fondo mantuvo el control durante aquel heroico período, el dilema era sencillo: o el Terror con todos sus defectos desde el punto de vista de la clase media, o la destrucción de la revolución, la desintegración del Estado nacional, y probablemente —¿no existía el ejemplo de Polonia?— la desaparición del país. Quizá para la desesperada crisis de Francia, muchos de ellos hubiesen preferido un régimen menos férreo y con seguridad una economía menos firmemente dirigida: la caída de Robespierre llevó aparejada una epidemia de desbarajuste económico y de corrupción que culminó en una tremenda inflación y en la bancarrota nacional de 1797. Pero incluso desde el más estrecho punto de vista, las perspectivas de la clase media francesa dependían en gran parte de las de un Estado nacional unificado y fuertemente centralizado. Y en fin, ¿podía la revolución que había creado virtualmente los términos y en su sentido moderno, abandonar su idea de ? 

La primera tarea del régimen jacobino era la de movilizar el apoyo de las masas contra la disidencia de los girondinos y los notables provincianos, y conservar el ya existente de los parisinos, algunas de cuyas peticiones a favor de un esfuerzo de guerra revolucionario —movilización general (la ), terror contra los y control general de precios (el ) coincidían con el sentido común jacobino, aunque sus otras demandas resultaran in oportunas. Se promulgó una nueva Constitución radicalísima, varias vedes aplazada por los girondinos. En este noble pero académico documento se ofrecía al pueblo el sufragio universal, el derecho de insurrección, trabajo y alimento, y —lo más significativo de todo— la declaración oficial de que el bien común era la finalidad del gobierno y de que los derechos del pueblo no serían meramente asequibles, sino operantes. Aquella fue la primera genuina Constitución democrática promulgada por un Estado moderno. Concretamente, los jacobinos abolían sin indemnización todos los derechos feudales aún existentes, aumentaban las posibilidades de los pequeños propietarios de cultivar las tierras confiscadas de los emigrados y —algunos meses después abolieron la esclavitud en las colonias francesas, con el fin de estimular a los negros de Santo Domingo a luchar por la República contra los ingleses. Estas medidas tuvieron los más trascendentes resultados. En América ayudaron a crear el primer caudillo revolucionario que reclamó la independencia de su país: Tous-saint-Louverture”.(11) En Francia establecieron la inexpugnable ciudadela de los pequeños y medios propietarios campesinos, artesanos y tenderos, retrógrada desde el punto de vista económico, pero apasionadamente devota de la revolución y la República, que desde entonces domina la vida del país. La transformación capitalista de la agricultura y las pequeñas empresas, condición esencial para el rápido desarrollo económico, se retrasó, y con ella la rapidez de la urbanización, la expansión del mercado interno, la multiplicación de la clase trabajadora e, incidentalmente, el ulterior avance de la revolución proletaria. Tanto los gran des negocios como el movimiento laboral se vieron condenados a permanecer en Francia como fenómenos minoritarios, como islas rodeadas por el mar de los tenderos de comestibles, los pequeños propietarios rurales y los propietarios de cafés (véase posteriormente, cap. IX). 

El centro del nuevo gobierno, aun representando una alianza de los jacobinos y los , se inclinaba perceptiblemente hacia la izquierda. Esto se reflejó en el reconstruido Comité de Salud Pública, pronto convertido en el efectivo de Francia. El Comité perdió a Danton hombre poderoso, disoluto y probablemente corrompido, pero de un inmenso talento revolucionario, mucho más moderado de lo que parecía (había sido ministro en la última administración real), y ganó a Maximiliano Robespierre, que llegó a ser su miembro más influyente. Pocos historiadores se han mostrado desapasionados respecto a aquel abogado fanático, de buena cuna que creía monopolizar la austeridad y la virtud, porque todavía encarnaba el terrible y glorioso año II, frente al que ningún hombre era neutral. No fue un individuo agradable, e incluso los que en nuestros días piensan que tenia razón prefieren el brillante rigor matemático del arquitecto de paraísos espartanos que fue el joven Saint-Just. No fue un gran hombre y a menudo dio muestras de mezquindad. Pero es el único —fuera de Napoleón— salido de la revolución a quien se rindió culto. Ello se debió a que para él, como para la historia, la república jacobina no era un lema para ganar la guerra, sino un ideal: el terrible y glorioso reino de la justicia y la virtud en el que todos los hombres fueran iguales ante los ojos de la nación y el pueblo el sancionador de los traidores. Juan Jacobo Rousseau y la cristalina convicción de su rectitud le daban su fortaleza. No tenía poderes dictatoriales, ni siquiera un cargo, siendo simple mente un miembro del Comité de Salud Pública, el cual era a su vez un subcomité —el más poderoso aunque no todopoderoso— de la Convención. Su poder era el del pueblo —las masas de París—; su terror, el de esas masas. Cuando ellas le abandonaron, se produjo su caída. 


La tragedia de Robespierre y de la República jacobina fue la de tener que perder, forzosamente, ese apoyo. El régimen era una alianza entre la clase media y las masas obreras; pero para los jacobinos de la clase media las concesiones a los eran tolerables sólo en cuanto ligaban las masas al régimen sin aterrorizar a los propietarios; y dentro de la alianza los jacobinos de clase media eran una fuerza decisiva. Además, las necesidades de la guerra obligaban al gobierno a la centralización y la disciplina a expensas de la libre, local y directa democracia de club y de sección, de la milicia voluntaria accidental y de las elecciones libres que favorecían a los . El mismo proceso que durante la guerra civil de España de 1936-1939 fortaleció a los comunistas a expensas de los anarquistas, fue el que fortaleció a los jacobinos de cuño Saint-Just a costa de los de Hébert. En 1794 el gobierno y la política eran monolíticos y corrían guiados por agentes directos del Comité o la Convención —a través de delegados en misión— y un vasto cuerpo de funcionarios jacobinos en conjunción con organizaciones locales de partido. Por último, las exigencias económicas de la guerra les enajenaron el apoyo popular. En las ciudades, el racionamiento y la tasa de precios beneficiaba a las masas, pero la correspondiente congelación de salarios las perjudicaba. En el campo, la sistemática requisa de alimentos (que los urbanos habían sido los primeros en preconizar) les enajenaban a los campesinos. 


Por eso las masas se apartaron descontentas en una turbia y resentida pasividad, especialmente después del proceso y ejecución de los hebertistas, las voces más autorizadas del . Al mismo tiempo muchos moderados se alarmaron por el ataque al ala derecha de la oposición, dirigida ahora por Danton. Esta facción había proporcionado cobijo a numerosos delicuentes, especuladores, estraperlistas y otros elementos corrompidos y enriquecidos, dispuestos como el propio Danton a formar esa minoría amoral, falstaffiana, viciosa y derrochadora que siempre surge en las revoluciones sociales hasta que las supera el duro puritanismo, que invariablemente llega a dominarlas. En la historia siempre los Danton han sido derrotados por los Rubespierre (o por los que intentan actuar como Robespierre), porque la rigidez puede triunfar en donde la picaresca fracasa. No obstante, si Robespierre ganó el apoyo de los moderados eliminando la corrupción —lo cual era servir a los intereses del esfuerzo de guerra—, sus posteriores restricciones de la libertad y la ganancia desconcertaron a los.hombres de negocios. Por último, no agradaban a muchas gentes ciertas excursiones ideológicas de aquel período, como las sistemáticas campañas de descristianización —debidas al celo de los — y la nueva religión cívica del Ser Supremo de Robespierre, con todas sus ceremonias, que intentaban neutralizar a los ateos imponiendo los preceptos del Juan Jacobo. Y el constante silbido de la guillotina recordando a todos los políticos que ninguno podía sentirse seguro de conservar su vida. 

En abril de 1794, tanto los componentes del ala derecha como los del ala izquierda habían sido guillotinados y los robespierristas se encontraban políticamente aislados. Sólo la crisis bélica los mantenía en el poder. Cuando a finales de junio del mismo año los nuevos ejércitos de la República demostraron su firmeza derrotando decisivamente a los austríacos en Fleurus y ocupando Bélgica, el final se preveía. El nueve de Thermidor, según el calendario revolucionario (27 de julio de 1794), la Convención derribó a Robespierre. Al día siguiente, él, Saint-Just y Couthon fueron ejecutados. Pocos días más tarde cayeron las cabezas de ochenta y siete miembros de la revolucionaria Comuna de París. 

IV

Thermidor supone el fin de la heroica y recordada fase de la revolución: la fase de los andrajosos y los correctos ciudadanos con gorro frigio que se consideraban nuevos Brutos y Catones, de lo grandilocuente, clásico y generoso, pero también de las mortales frases: , rcitos de los viejos regímenes europeos. 

El problema con el que hubo de enfrentarse la clase media francesa para la permanencia de lo que técnicamente se llama período revolucionario (1794-1799), era el de conseguir una estabilidad política y un progreso económico sobre las bases del programa liberal original del 1789-1791. Este problema no se ha resuelto adecuadamente todavía, aunque desde 1810 se descubriera una fórmula viable para mucho tiempo en la república parlamentaria. La rápida sucesión de regímenes — Directorio (1795-1799), Consulado (1799-1804), Imperio (1804-1814), Monarquía borbónica restaurada (1815-1830), Monarquía constitucional (1830-1848), República (1848-1851) e Imperio (1852-1870)- no supuso más que el propósito de mantener una sociedad burguesa y evitar el doble peligro de la república democrática jacobina y del antiguo ré gimen. 

La gran debilidad de los thermidorianos consistía en que no gozaban de un verdadero apoyo político, sino todo lo más de una tolerancia, y en verse acosados por una resucitada reacción aristocrática y por las masas jacobinas y de París que pronto lamentaron la caída de Robespierre En 1795 proyectaron una elaborada Constitución de tira y afloja para defenderse de ambos peligros. Periódicas inclinaciones a la derecha o a la izquierda los mantuvieron en un equilibrio precario, pcro teniendo cada vez más que acudir al ejército para contener las oposiciones. Era una situación curiosamente parecida a la de la Cuarta República, y su conclusión fue la misma: el gobierno de un general. Pero el Directorio dependía del ejército para mucho más que para la supresión de periódicas conjuras y levantamientos (varios de 1795, conspiración de Babeuf en 1796, Fructidor en 1797, Floreal en 1798, Pradial en 1799).(13) La inactividad era la única garantía de poder para un régimen débil e impopular, pero lo que la clase media necesitaba eran iniciativas y expansión. El problema, insoluble en apariencia, lo resolvió el ejército, que conquistaba y pagaba por sí, y, más aún, su botín y sus conquistas pagaban por el gobierno. ¿Puede sorprender que un día el más inteligente y hábil de los jefes del ejército, Napoleón Bonaparte, decidiera que ese ejército hiciera caso omiso de aquel endeble régimen civil? 

Este ejército revolucionario fue el hijo más formidable de la República jacobina. De de ciudadanos revolucionarios, se convirtió muy pronto en una fuerza de combatientes profesionales, que abandonaron en masa cuantos no tenían afición o voluntad de seguir siendo soldados. Por eso conservó las caracteristicas de la revolución al mismo tiempo que adquirió a las de un verdadero ejército tradicional; típica mixtura bonapartista. La revolución consiguió una superioridad militar sin precedentes, que el soberbio talento militar de Napoleón explotaría. Pero siempre conservó algo de leva improvisada, en la que los reclutas apenas instruídos adquirían veteranía y moral a fuerza de fatigas, se desdeñaba la verdadera disciplina castrense, los soldados eran tratados como hombres y los ascensos por méritos (es decir, la distinción en la batalla) producian una simple jerarquía de valor. Todo esto y el arrogante sentido de cumplir una misión revolucionaria hizo al ejército francés independiente de los recursos de que dependen las fuerzas más ortodoxas. Nunca tuvo un efectivo sistema de intendencia, pues vivía fuera del país, y nunca se vio respaldado por una industria de armamento adecuada a sus necesidades nominales; pero ganaba sus batallas tan rápidamente que necesitaba pocas armas: en 1806, la gran máquina del ejército prusiano se desmoronó ante un ejército en el que un cuerpo disparó sólo 1.400 cañonazos. Los generales confiaban en el ilimitado valor ofensivo de sus hombres y en su gran capacidad de iniciativa. Naturalmente, también tenía la debilidad de sus orígenes. Aparte de Napoleón y de algunos pocos más, su generalato y su cuerpo de estado mayor era pobre, pues el general revolucionario o el mariscal napoleónico eran la mayor parte de las veces el tipo del sargento o el oficial ascendidos más por su valor personal y sus dotes de mando que por su inteligencia: el ejemplo más típico es el del heroico pero estúpido mariscal Ney. Napoleón ganaba las batallas, pero sus mariscales tendían a perderlas. Su esbozado sistema de intendencia, suficiente en los países ricos y propicios para el saqueo —Bélgica, el Norte de Italia y Alemania—en que se inició, se derrumbaría, como veremos, en los vastos territorios de Polonia y de Rusia. Su total carencia de servicios sanitarios multiplicaba las bajas: entre 1800 y 1815 Napoleón perdió el 40 por 100 de sus fuerzas (cerca de un tercio de esa cifra por deserción); pero entre el 90 y el 98 por 100 de esas pérdidas fueron hombres que no murieron en el campo de batalla, sino a consecuencia de heridas enfermedades, agotamiento y frío. En resumen. fue un ejército que conquistó a toda Europa en poco tiempo, no sólo porque pudo, sino también porque tuvo que hacerlo.

Por otra parte, el ejército fue una carrera como otra cualquiera de las muchas que la revolución burguesa había abierto al talento, y quienes consiguieron éxito en ella tenían un vivo interés en la estabilidad interna, como el resto de los burgueses. Esto fue lo que convirtió al ejército, a pesar de su jacobinismo inicial, en un pilar del gobierno pos thermidoriano, y a su jefe Bonaparte en el personaje indicado para concluir la revolución burguesa y empezar el régimen-burgués. El propio Napoleón Bonaparte, aunque de condición hidalga en su tierra natal de Córcega, fue uno de esos militares de carrera. Nacido en 1769, ambicioso, disconforme y revolucionario, comenzó lentamente su carrera en el arma de artillería, una de las pocas ramas del ejército real en la que era indispensable una competencia técnica. Durante la revolución, y especialmente bajo la dictadura jacobina, a la que sos tuvo con energía, fue reconocido por un comisario local en un frente crucial —siendo todavía un jóven corso que difícilmente podía tener muchas perspectivas— como un soldado de magníficas dotes y de gran porvenir. El año II, ascendió a general Sobrevivió a la caída de Robespierre, y su habilidad para cultivar útiles relaciones en París le ayudó a superar aquel difícil momento. Encontró su gran oportunidad en la campaña de Italia de 1796 que le convirtió sin discusión posible en el primer soldado de la República que actuaba virtualmente con independencia de las autoridades civiles. El poder recayó en parte en sus manos y en parte él mismo lo arrebató cuando las invasiones extranjeras de 1799 revelaron la debilidad del Directorio y la indispensable necesidad de su espada. En seguida fue nombrado primer cónsul, luego cónsul vitalicio; por último, emperador. Con su llegada, y como por milagro, los insolubles problemas del Directorio encontraron solución. Al cabo de pocos años Francia tenía un código civil, un concordato con la Iglesia y hasta un Banco Nacional, el más patente símbolo de la estabilidad burguesa. Y el mundo tenía su primer mito secular. 

Los viejos lectores o los de los países anticuados reconocerán que el mito existió durante todo el siglo XIX, en el que ninguna sala de la clase media estaba completa si faltaba su busto y cualquier escritor afirmaba —aunque fuera en broma— que no había sido un hombre, sino un dios-sol. La extraordinaria fuerza expansiva de este mito no puede explicarse adecuadamente ni por las victorias napoleónicas, ni por la propaganda napoleónica, ni siquiera por el indiscutible genio de Napoleón. Como hombre era indudablemente brillantIsimo, versátil, inteligente e imaginativo, aunque el poder le hizo más bien desagradable. Como general no tuvo igual; como gobernante fue un proyectista de soberbia eficacia, enérgico y ejecutivo jefe de un círculo intelectual, capaz de comprender y supervisar cuanto hacían sus subordinados. Como hombre parece que irradiaba un halo de grandeza; pero la mayor parte de los que dan testimonio de esto —como Goethe— le vieron en la cúspide de su fama, cuando ya la atmósfera del mito le rodeaba. Sin género de dudas era un gran hombre, y -quizá con la excepción de Lenin— su retrato es el único que cualquier hombre medianamente culto reconoce con facilidad, incluso hoy, en la galería iconográfica de la historia, aunque sólo sea por la triple marca de su corta talla, el pelo peinado hacia delante sobre la frente y la mano derecha metida entre el chaleco entreabierto. Quizá sea inútil tratar de compararle con los candidatos a la grandeza de nuestro siglo XX. 

El mito napoleónico se basó menos en los méritos de Napoleón que en los hechos, únicos entonces, de su carrera. Los grandes hombres conocidos que estremecieron al mundo en el pasado habían empezado siendo reyes, como Alejandro Magno, o patricios, como Julio César. Pero Napoleón fue el» petit caporal» que llegó a gobernar un continente por su propio talento personal. (Esto no es del todo cierto, pero su ascensión fue lo suficientemente meteórica y alta para hacer razonable la afirmación). Todo joven intelectual devorador de libros como el joven Bonaparte, autor de malos poemas y novelas y adorador de Rousseau, pudo desde entonces ver al cielo como su límite y los laureles rodeando su monograma. Todo hombre de negocios tuvo desde entonces un nombre para su ambición: ser —el clisé se utiliza todavía— un Napoleón de las finanzas o de la industria. Todos los hombres vulgares se conmovieron ante el fenómeno —único hasta entonces— de un hombre vulgar que llegó a ser más grande que los nacidos para llevar una corona. Napoleón dio un nombre propio a la ambición en el momento en que la doble revolución había abierto el mundo a los hombres ambiciosos. Y aún había más: Napoleón era el hombre civilizado del siglo XVIII, racionalista, curioso, ilustrado, pero lo suficientemente discípulo de Rousseau para ser también el hombre romántico del siglo XIX. Era el hombre de la revolución y el hombre que traía la estabilidad. En una palabra, era la figura con la que cada hombre que rompe con la tradición se identifiearía en sus suenos. 

Para los franceses fue, además, algo mucho más sencillo- el más afortunado gobernante de su larga hi.storia. Triunfó gloriosamente en el exterior, pero también en el interior estableció o reestableció el conjunto de las instituciones francesas tal y como existen hasta hoy en día. Claro que muchas —quizá todas— de sus ideas fueron anticipadas por la revolución y el Directorio, por lo que su contribución personal fue hacerlas más conservadoras, jerárquicas y autoritarias. Pero si sus predecesores las anticiparon, él las llevó a cabo. 

Los grandes monumentos legales franceses, los códigos que sirvieron de modelo para todo el mundo burgués no anglosajón, fueron napoleónicos. La jerarquía de los funcionarios públicos —desde prefecto para abajo—, de los tribunales, las Universidades y las escuelas, también fue suya. Las grandes de la vida pública francesa —ejército, administración civil, enseñanza, justicia— conservan la forma que les dio Napoleón. Napoleón proporcionó estabilidad y prosperidad a todos, excepto al cuarto de millón de franceses que no volvieron de sus guerras, e incluso a sus parientes les proporcionó gloria. Sin duda los ingleses se consideraron combatientes de la libertad frente a la tiranía; pero en 1815 la mayor parte de ellos eran probablemente más pobres y estaban peor situados que en 1800, mientras la situación social y económica de la mayoría de los franceses era mucho mejor, pues nadie, salvo los todavía menospreciados jornaleros, había perdido los sustanciales beneficios económicos de la revolución. No puede sorprender, por tanto, la persistencia del bonapartismo como ideología de los franceses apoliticos, especialmente de los campesinos más ricos, después de la caída de Napoleón. Un segundo y más pequeño Napoleón sería el encargado de desvanecerlo entre 1851 y 1870. 

Napoleón sólo destruyó una cosa: la revolución jacobina, el sueño de libertad, igualdad y fraternidad y de la majestuosa ascensión del pueblo para sacudir el yugo de la opresión. Sin embargo, éste era un mito más poderoso aún que el napoleónico, ya que, después de la caída del emperador, sería ese mito, y no la memoria de aquél, el que inspiraría las revoluciones del siglo XIX, incluso en su propio país. 


NOTAS

1 Esta diferencia entre las influencias francesa e inglesa no se puede llevar demasiado lejos. Ninguno de los centros de la doble revolución limitó su influencia a cualquier campo especial de la actividad humana y ambos fueron complementarios más que competidores. Sin embargo, aunque los dos coinciden más claramente —como en el socialismo que fue inventado y bautizado casi simultáneamente en los dos países—, convergen desde direcciones diferentes. 
2 Véase R. R. Palmer: The Age of Democratic Revolution, 1959; J. Godechot: La grande nation, 1956, volumen I, cap. I. 
3 B. Lewis: The Impact of the French Relvolution on Turkey, “Journal of World History”, I, 1953-1954, página 105. 
4 Esto no es subestimar la influencia de la revolución norteamericana que, sin duda alguna, ayudó a estimular la francesa y, en un sentido estricto, proporcionó modelos constitucionales —en competencia y algunas veces alternando con la francesa— para varios Estados iberoamericanos y de vez en cuando inspiración para algunos movimienlos radical-democráticos. 
5 H. Sée: Esquise d’une histoire du régime agraire, 1931, págs. 16-17. 
6 A. Soboul: Les campagnes montpelliéraines à la fin de l’Ancien Régime, 1958. 
7 A. Goodwin: The French Revolution, edición de 1959, página 70. 
8 Unos 300.000 franceses emigraron entre 1789 y 1795 (C. Bloch: L’émigration francaise au XIX siecle, “Etudes d’Histoire Moderne et Contemporaine”, I, 1947, pág. 137); D. Greer: The Incidence of the Emigration during the French Revolution, 1951, propone, en cambio, una proporción mucho mas pequeña.
9. D. Greer; The Incidence of the Terror, Harvard, 1935.
10 “¿Saben qué clase de gobierno salió victorioso?… Un gobierno de la Convención. Un gobierno de jacobinos apasionados con gorros frigios rojos, vestidos con toscas lanas y calzados con zuecos, que se alimentaban sencillamente de pan y mala cerveza y se acostaban en colchonetas tiradas en el suelo de sus salas de reunión cuando se sentían demasiado cansados para seguir velando y deliberando. Tal fue la clase de hombres que salvaron a Francia. Yo, señores, era uno de ellos, Y aquí, como en las habitaciones del emperador, en las que estoy a punto de entrar, me enorgullezco de ello.” Citado por J. Savant en Les préfets de Napoléon 1958, Pág. 111-112.
11 El hecho de que la Francia napoleónica no consiguiera reconquistar Haití fue una de las principales razones para liquidar los restos del imperio americano con la venta de la Luisiana a los Estados Unidos (1803). Así, una ulterior consecuencia de la expansión jacobina en América fue hacer de los Estados Unidos una eran potencia continental.
12. Oeuvres completes de Saint-Just, vol. II, pág. 147. edición de C. Vellay, París, 1908
13 Nombres de los meses del calendario revolucionario.